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10. Nasice – Primôz. A la derecha del Padre.

 

 

 

 

A las 6:30 de la mañana, como si fuéramos dos obreros de una fábrica, ya teníamos los ojos abiertos y media hora más tarde comenzábamos a desperezarnos torpemente alrededor de la tienda. A estas horas, la ingesta etílica de hace unas horas pasa factura y maldigo, (una vez más), mi falta de previsión con el vino croata. Sus catorce grados no pasan inadvertidos al día siguiente.

Son las ocho de la mañana y ya estamos en ruta, después de haber desayunado copiosamente. Nos dirigimos hacia Hungría en lo que va a ser una entrada y salida en el país muy rápida, apenas unos trescientos kilómetros por la zona. Nuestra idea es realizar la ruta hacia Eslovenia por el sur de Hungría, más que nada por la tontería de pisar otro estado, más que por conocer.

 

Frontera con Hungría

 

En poco tiempo entramos en Hungría, la zona sur del país, donde todo es recto y aburrido, con grandes extensiones agrícolas salpicadas por bosquetes de mínima extensión. Los pueblos son muy similares a los del norte de Croacia y consisten en una enorme calle, recta como no, a ambos lados la cuneta y un espacio de césped de unos tres o cuatro metros. A partir de aquí la acera y los jardines de las casitas de cuento que conforman las villas. Además de la tipología similar en las construcciones tienen en común que no se ve un alma por la calle. En algún pueblo vemos grupos de gente que se quedan mirando, curiosos, nuestras motos mientras se preparan para ir a misa.

 

Aldea húngara

 

Aldea húngara

 

Avanzamos sin pena ni gloria por el sur de Hungría hacia la ciudad de Pecs, otra enorme concentración de edificios de color gris, al más puro estilo comunista, que no nos ofrece ni la más mínima gracieta. En general toda la comarca está un tanto descuidada y da la impresión de ser más pobre que la vecina Croacia donde todo estaba tan pulcro y tan lindo.

En Kaposvar, un poco más al noroeste, nos detenemos en un semáforo durante un rato largo. Continúa en rojo hasta que Gelu y yo nos miramos y, después de más de cinco minutos de espera, decidimos saltárnoslo, siendo esta la mayor aventura vivida en Hungría.

 

Hungría

 

Después de unos 250 o 300 kilómetros, volvemos de nuevo a la frontera croata y otra vez salimos de la Unión Europea. El trayecto ha sido bastante aburrido y ya estamos en la hora de comer.

Nos detenemos en Mala Subotica donde saco unas fotos para dárselas a unos amigos farmacéuticos. Allí nos zampamos una pizza Jumbo enorme regada con la última cerveza Karlovacho que me voy a tomar en este viaje.

 

Mala Subotica

 

Frontera de Eslovenia

 

En poco tiempo volvemos a cruzar otra frontera y entramos en Eslovenia sin más trámites que los habituales. El cruzar fronteras se nos está convirtiendo en una cuestión de pura rutina durante estos días. Eslovenia es, en esta zona sur, muy parecido a lo que hemos visto de Croacia y Hungría, pero aquí se nota más poderío. Ya se ven más coches de gama alta y mejores edificios en general. Vamos en dierección a Maribor para tomar una caretera pàralela a la autopista que nos irá acercando a Ljubljiana, la capital. Nuestra idea es hacer noche en cualquier lugar con la tienda de campaña y mañana visitar la ciudad y a naco, un motero que hemos conocido en el foro de vstrom y que vive por estas tierras.

 

Eslovenia

 

Si que sepa aún muy bien como, nos vamos metiendo por carreteras cada vez más estrechas y el GPS de vez en cuando recalcula el recorrido. Me voy fiando del satélite y de mi instinto a partes iguales, con rumbo oeste y por lugares de increíble belleza. El sol se va poniendo poco a poco entre los innumerables bosquetes de alerces, de abetos, de hayas… mientras desgranamos curvas y más curvas entre las colinas de una zona agrícola. Todo está mezclado en un mosaico perfecto en el que se dan cita lo natural y lo humanizado en una perfecta simbiosis. En general parece que todo está en su sitio, que no hay nada fuera de lugar, la armonía es la tónica en la comarca.

La carretera sigue estrechándose y ruedo despreocupado porque sé que el GPS me llevará a algún sitio, pero ya toca ir buscando un lugar para plantar la tienda. Aquí no hay campings, ni hoteles, ni siquiera una pensión de mala muerte, al menos yo no he visto ninguna. Todo son granjas, casitas de campo y jardines, me recuerda un poco a mi paso por Inglaterra y Gales en 2006 donde me quedé maravillado por el modelo de desarrollo rural, amable con el entorno y con los habitantes.

Antes de que comience a anochecer nos detenemos en un pueblo y le pregunto a una oronda señora si podemos montar la tienda de campaña al lado de la iglesia que se alza, solitaria, a unos cien metros, en medio de un prado. Es una iglesia como muchas de las que hemos visto por aquí, con su torre con reloj y su tejado inclinado, pero está situada en un lugar extraño, en mitad de un prado, rodeada de un pequeño murete y sin camino para llegar de tal manera que se accede a través del prado.

La señora, poco ducha en mi inglés macarrónico, llama a su hija, que está de buen ver, todo sea dicho, y con la chica todo va sobre ruedas. Le explicamos nuestro viaje, le hacemos ver que somos gente honrada, españoles de pro y le pedimos permiso, de nuevo, para acampar. Ella, que no es la dueña, llama al cura y nos dice que si sólo es por una noche no hay ningún problema. Estupendo, hoy dormimos a la derecha del Padre.

 

Santa Primôz

 

Una vez que montamos la tienda nos apetece quitarnos un poco la mugre pero no localizamos a la joven eslovena con lo que preguntamos en la casita de al lado si hay algún río, piscina, lago o corriente de agua cercana. El dueño, de unos 45 años, nos indica un lago a siete kilómetros y allí nos dirigimos. El tal lago resultó ser una charca infecta en la que, además de mosquitos y aguas verdosas, había un criadero de no quiero saber que peces. Vuelta a nuestro hogar con la mugre puesta. El tipo se nos acerca a la tienda y nos pregunta que si hemos encontrado el lago con facilidad a lo que contestamos que sí, pero que no responde a nuestras expectativas de uso: allí no se lava ni un cerdo, so pena de pillar alguna cosa infectocontagiosa.

Entre dimes y diretes le decimos que nos preste la manguera, pero no hay manera, insiste en meternos en casa y que nos duchemos como personas normaes. Él que sí, Gelucho que no, que la manguera, si, no… y yo callado como una putina a ver si me puedo dar una buena ducha y quitarme este olor a moto de dos días.

Al final nos duchamos, como no, nos tomamos unas cervezas con el hombre, comimos los pasteles y la tarta que sobraron del cumpleaños de su padre y charlamos sobre incendios, (es bombero), submarinismo, vacas y un montón de cosas más en un inglés muy fluido, sobre todo por su parte.

Luego cenamos algo en la tienda de campaña y a dormir plácidamente en terreno santo.

 

 

Priôz