11. Danza de la Luvia en Ljubljana.

80 ó 90 km

 


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Al poco rato de amanecer ya estoy deambulando alrededor de la tienda de campaña, sintiendo el rocío en mis pies descalzos y comenzando el ritual de organización de pertrechos. Gelucho aún duerme y yo me dedico, despreocupadamente, a recoger los restos de la cena. Es una mañana nublada y fresca, el sol no tiene ninguna intención de hacer acto de presencia pero en este valle se respira tranquilidad y sosiego a partes iguales. A unos quinientos metros hay una granja y separada por doscientos o trescientos otra más, pero no se ve un alma. Ni tan siquiera las propietarias de los cencerros que se oyen a lo lejos se asoman a despedirnos.

 

 

Primôz

 

 

Poco a poco voy terminando de empaquetar todo lo que tengo diseminado en derredor de la tienda y la moto, me estoy convirtiendo en un maestro en esta especie de “tetris” ritual de cada mañana. Lo que más me preocupa es que todo esté bien sujeto a la moto aunque, a decir verdad, los objetos importantes van dentro de las maletas.

Mientras Gelu se levanta aparece nuestro vecino el bombero, que ayer nos invitó a ducharnos y tomar unas cervezas y pasteles. August, que así se llama, hoy está empeñado en invitarnos a desayunar pero Gelu sigue con sus estúpidas reticencias por ese ánimo tan suyo de no crear ninguna molestia. Yo no soy así. Si alguien me invita cuando estoy en el culo del mundo, o al menos en el culo de mi mundo conocido, sé que lo hace de verdad, que me está ofreciendo su casa de corazón porque no tendría ninguna necesidad de hacerlo si no fuera así.

Nos tomamos un café con pasteles y aprovechamos para lavarnos un poco. August es un conversador agradable a pesar de nuestro escaso nivel de inglés. Trabaja como bombero desde hace varios años, practica submarinismo y, de vez en cuando, trabaja en la granja que su hermano y su padre tienen a unos kilómetros de Primôz. Su mujer ha ido a llevar a los dos niños a la escuela y nosotros permanecemos un buen rato tomando el café, braceando, haciendo gestos, muecas y apoyando nuestra falta de vocabulario con todas las artimañas posibles. A mi se me da muy bien llevar una conversación con un vocabulario limitado. Siempre busco giros, perífrasis y doy las vueltas necesarias para hacerme entender con una notable parquedad de vocabulario. En esos momentos en que hablo en otro idioma, la cabeza me va a cien intentando seguir la conversación de modo coherente y buscando términos rápidamente para añadirlos a la frase. También incorporo palabras de mi interlocutor con bastante frecuencia. Al final, si consigo empatizar con la otra persona la conversación se convierte en un divertido juego del que salgo más fortalecido desde el punto de vista idiomático

 

 

Carretera eslovena

 

 

carretera en Eslobenia

 

Nos despedimos de August y continuamos nuestro viaje en dirección a Ljubljana, la capital de Eslovenia. El paisaje ya no es como ayer, no me resulta tan evocador aún a pesar de que sigue siendo realmente hermoso. La campiña sur eslovena se extiende sobre colinas y montañas de escasa altitud, perladas de prados y tierras de labor y salpicada de granjas por doquier. Cada granja tiene su caterva de cobertizos asociados, todos de madera oscura por el azote de los elementos, rodeados de prado o césped primorosamente cortado y más allá, a poca distancia, el bosque de abetos douglas, hayas o robles. Da la impresión de que aquí todos los granjeros viven en un mundo feliz.

La carretera serpentea entre las colinas y pronto dejamos atrás las desiertas carreteras de la zona rural para meternos en el tráfico lento de la nacional. Conforme nos vamos acercando a Ljubljana circulamos entre más coches y camiones y, aunque no resulta agobiante en ningún momento, yo soy motorista de carreteras abiertas y solitarias y las aglomeraciones siempre me ponen un poco nervioso. Al llegar a la ciudad me sorprende no encontrar ningún edificio alto. Es una ciudad desparramada que ha crecido a lo ancho, extendiéndose como un liquen y en la que únicamente destacan los escasos edificios altos del centro financiero, de no más de siete plantas. Según he leído, a pesar de ser una ciudad de doscientos y pico mil habitantes ha ido creciendo a la medida del ser humano donde lo nuevo se entrelaza con lo antiguo sin solución de continuidad.

  Liubliana

 Marco en el GPS el centro de ciudad y en menos de quince minutos estamos aparcados en un céntrico parque, muy cerca de la zona peatonal. Desde aquí buscamos un albergue en la base de datos del Mio Map y en poco tiempo estamos instalados en un Youth Hostel en la otra punta de la ciudad.  Se celebra una convención gimnástica o algo así y todo el edificio está lleno de jóvenes de cuerpos bien formados que deambulan en grupos de un lado para otro. Ellas tan atléticas y nosotros tan mayores. De todos modos era una convención cristiana con lo que enseguida salimos a rezar por otras capillas.

Volvimos al centro y llamamos a Naco, un chico que yo conozco desde hace tiempo a través de la página del Club Vstrom y quedamos con él para la hora de comer.

Naco es un tío alegre y extremadamente afable. Es de esas personas que suelen caer bien a primera vista y que rápidamente te demuestran que puedes confiar en ellas. Lleva varios años viviendo en Eslovenia y da clases de inglés. Esto último, unido a la desenvoltura con la que habla y se mueve hace que me invada un puntito de envidia.

 

 

Naco

 

 

Naco y yo

 

Nos vamos a comer burek, una especie de empanada con salchichas de cordero, a un “restaurante-bar-pub” que re
sulta encantador. Durante la comida charlamos de motos, de viajes, de España como viejos amigos que se reencuentran hasta que Naco tuvo que irse a clase.

 

 

Naco

 

 

Ljubljana

 

Quedamos en vernos en el centro a eso de las ocho y nos dirigimos al concesionario Ducati en lo que iba a ser el tercer paso por el taller de la italiana. Había que cambiar el espejo con intermitente incorporado, dañado a causa de la caída en Bosnia. Después de varias vueltas por la ciudad llegamos al concesionario oficial donde el mecánico y el jefe de taller entablaron un eterno intercambio de ideas para dilucidad el modo correcto de instalar el espejo en la moto. A mi todo aquello me estaba pareciendo surrealista porque suponía que instalar un espejo retrovisor no podía entrañar mucha dificultad. Pasó un buen rato hasta que me enteré de que el problema era conectar los intermitentes. No quise averiguar mucho más así que dejé a Gelu, al mecánico y al jefe de taller dando vueltas alrededor de la Ducati con gestos adustos y elucubraciones sobre lo bueno y lo mejor, y me senté en una Nigth Rod de segunda mano. Mira que es bonita la condenada. Creo que es la única Harley de serie que llega a gustarme. La veo llena de posibilidades y me imagino poniendo mi pose de chico malo a lomos de esta renegada.

 

 

Taller Ducati

 

 

Allá tarde mal y nunca salimos del taller y vuelvo a perder a Gelucho en el primer cruce, a la salida del polígono. Decido pararme a esperar porque no tiene más remedio que pasar por esta avenida de cuatro carriles, pero al cabo de cinco minutos no aparece. Volvemos a los mensajitos de móvil y deduzco que está en el primer cruce. Lo primero que pienso es que este chico es tonto, es mi amigo, pero es tonto. Nos miramos a través de la pantalla del casco, ambos esbozamos una mueca y nos encogemos de hombros, luego una sonrisa y otra vez a las enormes avenidas de Ljubljana. Despistarnos el uno del otro no supone ningún drama, ni mucho menos, pero resulta reconfortante volver a encontrarse. Es como volver a la seguridad de los brazos de mamá cuando eres crío y te pierdes en el súper. Ha sido solo un momento, si, pero creo que a veces me invade el recuerdo de esa sensación de desamparo.

Volvemos al centro y, con nuestras gaitas en la mochila, buscamos un lugar en el que tocar y poner la gorra. Ésta es una ciudad en la que se respira cultura por todos lados y da la impresión de que la creación artística es la tarea a la que se dedican la mayoría de los paseantes que se encuentran en la Plaza Presemov. Todo parece estar imbuido de una especie de halo bohemio y todos me parecen artistas, músicos, pintores, poetas. Sin lugar a dudas mi imaginación comienza a volar libremente y de pronto me hallo inmerso en una ciudad onírica en la que me encuentro cómodo y tranquilo.

 

 

joven caucásica

 

 

< span style="margin: 0px; padding: 0px; font-size: medium;"> Paseando entre los edificios barrocos se ve mucha gente joven en bicicleta, todos con un aire como ausente, como dedicados a la ardua tarea de disfrutar del paseo. De cuando en cuando alguna caucásica de discreta voluptuosidad reclama nuestra atención y giramos la cabeza divertidos. Damos varias vueltas buscando el lugar más adecuado para instalar nuestro tenderete musical, pero no encontramos ninguna ubicación que nos agrade. De pronto vemos a un gaitero. Es un chino.

 

 

Gaitero coreano

 

 

En realidad, tal y como comprobamos después, no era chino sino un coreano de Seul que tocaba la gaita croata en Eslovenia. Y yo creyendo que éramos el colmo de la originalidad. Me hubiera gustado enseñarle mi gaita de boj fabricada por El Pravianu e intercambiar algunas notas, sacarme una foto tocando aquel extraño pellejo rematado en algo similar a una pipa de pino, pero Gelu, en su línea, consideró que aquel chico se estaba ganando la vida y que, bajo ningún concepto deberíamos interrumpir su trabajo. Así que seguimos buscando, sin demasiado éxito, un lugar en el que ubicarnos. En menos de trescientos metros había un gaitero chino, un flautista recién salido del mismísimo Renacimiento y un grupo de nativos norteamericanos cantando unas lacónicas y mustias canciones. Estaba visto que mi sino era que el Gran Ojo de Águila me tocase los huevos por donde quiera que fuera. En Escocia me cantaron la danza de la lluvia, con un éxito relativo por su parte y aquí volvían a aparecer con la misma cantinela. Sus agónicos lamentos se oían en toda la plaza, ahogando con su letanía la rumorosa musicalidad que reinaba en toda aquella zona peatonal. Además, habían ocupado el lugar donde habíamos decidido instalarnos.

Al cabo de un rato salió del monasterio de la plaza un monje enorme vestido de negro. De aquella rotunda figura destacaba su cabeza blanca y redonda, coronada por las últimas muestras de pelo también blanco a juego con la cuerda que ceñía su hábito. Encaró a los indios lakota o navajos o lo que fueran y, a pesar de la distancia supe claramente que les pedía que bajaran el volumen de su amplificador. A mi me parecía una petición lógica, no sólo por habernos quitado el sitio, sino porque estaban aturullando a todo el mundo. El Padre Karras se retiró después de un fallido intento de exorcismo y los semínola continuaron su comunicación con los espíritus. No tardó en llegar el Séptimo de Caballería en forma de educada policía y, mientras comenzaron a pedir papeles al nutrido grupo de pieles rojas, la música se fue diluyendo dejando tras de si un único aullido mortecino que expiró en silencio.

Aprovechando la paz reinante nos movimos unos cien metros calle arriba y comenzamos a desgranar las primeras notas de la “Muñeira de Grandas” ante la pasividad generalizada de la población. La policía pasó ante nosotros después de dirigirnos una furtiva mirada llena de curiosidad, continuaron su camino al encuentro de los indios. Los tenían rodeados.

Naco hizo su aparición en bicicleta, un viejo trasto que cumplía a la perfección con su cometido y que le hacía parecer un perfecto esloveno capitalino. Para encontrarnos solo tuvo que guiarse por el estruendo de las gaitas que, a pesar de ser estridentes y chillonas siempre será mejor que un relajado canto a los espíritus. Al menos no necesitamos amplificador.

Paseamos por la ciudad charlando hasta la hora de cenar mientras observábamos unas enormes nubes negras que amenazaban con tragarse toda Eslovenia. Desde nuestra salida de Francia, hacía ya… ¿un año quizá?, no habíamos vuelto a coger lluvia y no era cosa que apeteciera mucho, pero contra lo que no se puede luchar no merece la pena preocuparse de modo que cenamos relajadamente unas pizzas tamaño familiar en la terraza de un restaurante. A nuestro lado una pareja de españoles se interesó en nuestra conversación. Resultaron se moteros o mejor dicho, propietarios de una BMW que no solían salir mucho en moto. Cuando les conté nuestro recorrido les pareció muy largo para hacer en moto y en los ojos de él vi cierto atisbo de aburrimiento.

Después de cenar nos tomamos unas cervezas en otra terraza, disfrutando de la charla mientras la lluvia caía a nuestro alrededor. Naco se lió un peta y yo le di unas caladas que me reconfortaron pero no me atreví a terminarlo. Si fumas no conduzcas y todo eso.

En el urinario del baño había una portería con una bolita de porexpan suspendida de un hilo, de modo que cuando le apuntabas con el chorro n
o paraba de moverse describiendo círculos en el centro de la meta. Nos estuvimos riendo un rato con eso y yo pensé en que me hubiese gustado más que también figurase allí el portero.

Se nos hizo tarde y, aprovechando un momento que paró de llover, decidimos irnos a dormir. Habíamos dejado las cazadoras en el albergue así que llenamos la camiseta de periódicos y nos dispusimos a atravesar la ciudad en el frío de la noche. Yo ya estaba temblando antes de subirme a la moto pero, sorprendentemente, cuando arranqué y abrí la marcha, ya no sentía frío. Fue una ilusión pasajera, porque en el segundo semáforo tiritaba con absoluto descontrol. A pesar del frío y de la incipiente lluvia que volvía a caer, me encontraba pletórico. A pesar de que el viaje ya iba tocando a su fin, de que estábamos de vuelta estaba henchido de felicidad conduciendo mi moto por las solitarias calles de una ciudad cualquiera en cualquier sitio y de nuevo me inundó, como tantas otras veces sobre la moto, la paz.