Un día más me dispuse a emprender el particular peregrinaje con dirección al occidente de Asturias. Después de un buen desayuno de carne de ternera salí de Oviedo por la 630 con temperaturas bajas pero no desagradables.

La bajada hacia Trubia fue tal y como me la imaginaba, a tumba abierta, claro está dentro de los contenidos límites que marcaba el Vespino. Se estaba portando el chisme. Era como si, después de haber roto el escape rodase mucho mejor. El punto negativo era el ruido que cada vez era más alto y comenzaba a molestar.

El ascenso al Puerto de La Espina resulto ser también tan tedioso como cabía esperara aunque, con las agradables temperaturas del día todo resultaba más ameno. Los tonos ocres de los robles y castaños formaban un dosel sobre mi cabeza y por fin estaba disfrutando de una buena carretera de curvas.

En el Pedregal una persona me salió al paso dándome orden de detenerme. Era Emilio, un lector de la página que me invitaba a un refrigerio antes de continuar el camino.

 

 

Charlamos un rato y luego subimos a San Roque a hacernos unas fotos al lado de la capilla.

De allí a Pola de Allande disfruté de otro tramo de curvas sobre todo en el último tramo donde el Vespino se empeñaba en arrastrar el caballete. Por allí me encontré con Oscar, mi primo, que venía de vuelta a Oviedo por “el sitio largo” para encontrarse con tamaño peregrino.

 

 

En el resto de la etapa no hubo nada reseñable exceptuando lo perezoso que se puso el Pájaro en el ascenso al Puerto del Palo y que llegué con la cabeza como un bombo a causa del estrepitoso aparato infernal en que se había convertido el escape.