imageDespués de dormir cuatro horas j llegó la hora de volar desde Delhi a Leh y comenzar la ruta organizada por los Himalayas. Viajamos con Rakatanga, la empresa de Raúl Sanz. A Raúl lo conocí hace unos años en una charla en Asturias. Me gustó su desparpajo desenfadado y su forma de contar el tour que organizaba por India. Luego vinieron varias entrevistas para el podcast, charlas con algunas personas que habían viajado con el y al final llegamos a la conclusión de que nos caíamos bien.
Llegar a subirse en un avión en el aeropuerto internacional de Delhi puede resultar un poco pesado para algunas personas. Yo soy una de ellas. Soldados armados a la puerta te piden el pasaporte para acceder a las instalaciones pero conviene no guardarlo en un lugar poco accesible porque habrá que mostrarlo algunas veces más. Luego vinieron los cacheos, no tan superficiales como sería deseable, y el registro de pertenencias. A mi me quitaron tres mecheros, olisquearon mi tabaco y examinaron con detenimiento mis cachivaches electrónicos que no son más que un móvil, un teclado, un cargador y un power bank de los chinos que cumple con su función a duras penas. Cuando por fin me vi libre de militares, policías de aduanas, policías de la sagrada nación y demás personas uniformadas pertenecientes a la sacrosanta casta armada, me dormí sobrevolando los Himalayas, vencido por el sueño, el cansancio y las experiencias adquiridas, que iban pesando y llenado huecos en las estanterías de mi cabeza. Sí, organizo mis recuerdos en estanterías desde hace años, es la única forma de tener cada cosa en su sitio y conservar una cierta estanqueidad moral. Lo que en una balda es perfectamente legal puede que no lo sea en la de arriba y, por contra, lo que en la de abajo es moralmente aceptable puede que sea una abominación cuatro o cinco pasillos más allá. De este modo puedo sobrevivir a mis contradicciones. El secreto son los compartimentos estancos. Al fondo de todas las estanterías hay una luz muy brillante que arroja sombras inciertas a este lado pero casi nunca me acerco a ella. Lo malo es que va creciendo cada vez más y temo que un día lo inunde todo con su blancura que por ser tan blanca no se distingue de la oscuridad. Porque para que haya luz tiene que haber oscuridad y viceversa, la una no puede existir sin la otra, como mis estanterías estancas.