Tan-Tan – Boujdour. Por fin el Sáhara Occidental

 

 

 

 

 

 

 

Tan-Tan – Boujdour. Por fin el Sáhara occidental

Salimos de Tan-Tan contentos por dejar este agujero que nos inspiraba tan poca confianza. En todo el viaje era la primera vez que un lugar nos parecía aborrecible y tan poco interesante. Seguramente el sitio tiene mucho que ofrecer y rincones con encanto, pero nosotros no fuimos capaces de vislumbrarlos ni de sacarle ningún partido. La suciedad, las caras poco amigables y la decadencia general que se repiraba no contribuía a despertar mi afán investigador.

Una vez más esperamos a que Carlos dispusiera su equipaje sobre la XT y cuando, por fin, todo estuvo en orden iniciamos la marcha, llenos de ilusión, de nuevo rumbo al sur. La etapa del día nos dejaría a una o dos jornadas de la frontera con Mauritania, nuestro ansiado destino, y al fin, entraríamos en el Sáhara mauritano y en Parque Nacional de Arguin. Mi intención, una vez allí, era contactar con los guardaparques para escribir un artículo para la revista Guardabosques.

Carretera del Sáhara

Con los primeros compases comenzaron a sucederse las rectas interminables donde las escasas curvas comenzaban a ser poco más que una mera anécdota. Circulábamos paralelos al mar, como en los últimos cientos de kilómetros pero éste te veía, en ocasiones, como una enorme mancha brumosa y lejana, separada de nosotros por enormes distancias. A veces se acercaba a lamer la carretera pero los violentos acantilados se interponían en su camino. Playas de proporciones homéricas se intercalaban sin que ningún bañista disfrutase de tales extensiones de arena. A pesar de que por la carretera el tráfico de camiones de pescado y Mercedes 190 seguía siendo constante, – aunque no intenso -, la sensación de soledad que le invade a uno al posar la vista sobre el horizonte es atroz. No te sientes aislado porque, como digo, el tráfico es como un goteo, pero la monotonía del paisaje y la soledad a ambos lados de la carretera hacen que te sientas pequeño, desvalido, en soledad aunque viajes con tus compañeros. Rodar en la moto siempre tiene ese punto de intimidad, no truncada por conversaciones ni por el arrullo mortecino de la radio y, qué duda cabe, cuando lo haces por el Sáhara, aunque sea en pleno asfalto, hace que esas sensaciones se magnifiquen y se hagan tan intensas como el increíble lugar por el que circulábamos.

Mucha recta en el Sáhara

En lo alto de los acantilados, despertándose entre la neblina matinal, surgían cabañas de pescadores, en el sentido más literal de la palabra cabaña. Los habitáculos no eran más que míseros cubiles de lata y piedras entre los que destacaban los más “ostentosos” construidos de bloque gris con techumbre de los más variopintos materiales. En nuestra inocencia de occidentales irredentos imaginamos que serían viviendas estacionales en las que los pescadores pasarían el día, la semana o, como mucho la temporada de pesca. La realidad es mucho más cruda y obstinada: los pescadores viven, de forma permanente, en estas chabolas que envidian las de las afueras de cualquier arrabal europeo. Estas gentes viven de lo que pescan y si acaso hay algún excedente venden la mercancía para poder comprar lo que el mar no ofrece. No hay concesiones al romanticismo ni otras consideraciones utópicas, esta gente vive al día en sensu estricto.

El sol iba asomándose tímidamente y con cada nuevo rayo se nos mostraba un trozo más de horizonte que seguía siendo lejano y gigantesco. Dolía la vista de lanzarla a destinos tan lejanos y dolía el alma al verse cada vez más empequeñecida en medio de aquella absurda inmensidad. Solo hay un antídoto para volver a sentirse bien con uno mismo: pensar en el siguiente kilómetro, en el siguiente paso y disfrutar de cada piedra, de cada lengua de mar que se introduce en estas indolentes tierras, insultante, en pos de un trozo más que arrebatar al acantilado.

Luchando contra el tedioso discurrir de la ruta hacíamos breves paradas, tanto para esperar a Carlos como para dejarnos seducir por el paisaje ya teñido de ocre en toda su extensión. El firme de la carretera no dejaba lugar pa
ra grandes florituras. Al igual que la estrechez de ésta que nos recordaba sus medidas cada vez que nos cruzábamos con un camión de gran tonelaje en sentido contrario. El rebufo al pasar tan cerca había ocasiones en que te ponía los pelos de punta.

Al llegar a Tah nos dimos de bruces, más bien me dí yo solo porque que, de nuevo volvía a rodar como el Llanero Solitario, con la frontera del Sáhara Occidental. Oficialmente no salíamos de Marruecos pero el bajorrelieve en mármol representando un alambre de espino dejaba ver, muy a las claras, que entrábamos en otra realidad político-social. Resulta curioso que el Reino de Marruecos, empeñado desde la famosa Marcha Verde y el vergonzoso abandono a que España sometió al pueblo saharaui, señale con un alambre de espino, aunque sea iconográfico, una segregación cuando lo que pretenden es anexionar terreno y recursos naturales.

Una vez vuelto a reunir el rebaño reemprendemos la marcha y nos topamos con un nuevo control de la Gendarmería Real. No sería ninguna novedad porque para aquellas alturas del viaje ya habíamos mostrado nuestro pasaporte en infinidad de ocasiones. Lo que hacía a éste distinto de los demás es que, a escasos cincuenta metros, había otro de las mismas características pero comandado por la Defensa Nacional, el ejército, con lo que el trato amable y distendido pasaba a la historia. Caras largas al igual que las armas y pose y maneras de lo militar. Se me pasó por la cabeza, nada más parar, sugerirles un poco de coordinación e intercambio de datos, pero el comandante de puesto me quitó de la cabeza semejante tontería con su insidiosa mirada marcial. Sentado a su lado un cabo, o sargento, vaya usted a saber, se afanaba en escudriñar un ordenador portátil pertrechado detrás de unas Ray-Ban verdes estilo años setenta, a juego con su bigotazo árabe.

A veces en estos controles se daban situaciones la mar de curiosas como cuando, en el interior de una garita, uno de los mandos que tomaba nota de nuestros datos llamó a uno de sus subordinados para que él nos hiciera entrega de los pasaportes. El segundo en el escalafón entró, recogió los pasaportes que le entregaba su jefe y nos los dio sin más. Se ve que hay que repartir el trabajo y que el que manda, manda.

Poco a poco fue trascurriendo el día y llegamos a Boujdour, una población limpia y cuidada en la que el gobierno invierte dinero para repoblar de marroquíes en detrimento de la población saharaui. La avenida principal disponía de un asfalto impecable, en claro contraste con lo que caracterizaba al resto de la ruta. Mediana ajardinada y líneas nítidas en la carretera nada más traspasar el típico arco que da entrada a cada población de cierta entidad. Allí buscamos en camping y nos instalamos en uno de los bungalows después de un pequeño malentendido con el precio. La barrera idiomática nos supuso pagar 490 dirham por el alojamiento.

 

El chico de la recepción se interesó por nuestro destino y al referirle que íbamos en dirección a Mauritania nos pregunto si disponíamos de visado porque, desde hacía unos días ya no lo daban en la frontera. Nos dijo que los aduaneros mauritanos estaban dándole la vuelta a todas las expediciones y que si no íbamos preparados nos pasaría lo mismo. La situación sociopolítica en Mauritania, con las elecciones a la vuelta de la esquina y el dictador que gobierna presentándose como candidato para dar legitimidad a su reelección, hacía que los ánimos anduviesen muy revueltos. Nosotros no llevábamos el visado porque, efectivamente, hasta hacía poco más de seis días lo daban en la frontera sin ningún problema, esto era así desde hacía más de dos años. Esta información fue un duro varapalo puesto que nuestro destino último era llegar a Mauritania y con estas noticias nuestros planes quedaban truncados.

Cuando referí la información a Carlos y a Molina éstos quedaron cariacontecidos y en su semblante se veía la desazón de un niño al que acaban de quitar su caramelo. Con este panorama y por unanimidad decidimos dar la vuelta pues era del todo inútil seguir dos o tres jornadas hasta la frontera para tener que dar la vuelta y desandar todo el camino aún más desanimados. Molina se quedó en el bungalow, sin ganas de cenar y rumiando, en solitario, su desdicha. A mi, que para quitarme las ganas de cenar hace falta algo más que una noticia de este calibre, me dolía aún más quedarme a apiadarme de mi mismo así que me llevé a Carlos al centro del pueblo y nos dispusimos a dar buena cuenta de uno de los mejores platos de pescado que probé en mi vida. No recuerdo el precio porque en esos días estaba perdiendo ya la costumbre de ir apuntando todos los gastos y alguno, irremediablemente, se escapaba. Lo que sí recuerdo es que me pareció bastante irrisorio.

Al volver al hotel nos encontramos con un alemán que viajaba en un Mercedes 190 para venderlo en Mauritania. Él nos dijo que tenía un amigo en la frontera, un guardia fronterizo y que éste le había dicho que volvían a dar visados desde esa misma tarde. Inmediatamente me invadió un subidón y toda la frustración de esa tarde desapareció como por arte de magia. El vuelo rasante del variopinto equipo continuaría su singladura rumbo sur al día siguiente.