Tengo las manos llenas de grasa. El sol calienta la calle en este hermoso domingo serbio. Las herramientas de la moto yacen desparramadas por el suelo y algún curioso se acerca a ver qué pasa. Estoy cambiando las pastillas de freno mientras José Luis se dedica al mantenimiento de la Varadero. Al final es él quien realiza la tarea.

Miki, el padre de Marion, ha madrugado y su tarea esta mañana, ha sido limpiar las motos. Le pareció que no era seguro viajar con los intermitentes llenos de polvo y que las placas de  matrícula debían de estar impecables. Así que cogió un trapo y le sacó brillo a las dos máquinas mientras estaban en la recepción del hostel.

Le pregunto a Miki dónde puedo comprar una pegatina de Sebia para colocar en la maleta de la moto y, al momento, estamos caminando hacia el mercado. Este "rastro" es un sitio enorme. Está situado al lado de la muralla de Nis, en una explanada gigante en la que se vende de todo. Lo primero que me encuentro son decenas de coches de segunda mano en lo que parece un concesionario multimarca bestial. Los coches están en buen estado, limpios y relucientes, con los capós abiertos para mostrar sus motores impecables. Un poco más allá la maquinaria agrícola y luego los puestos de ferretería y repuestos en general. Allá, al fondo, están las verduras, la fruta y la alimentación.

Miki se va moviendo con soltura y con paso endemoniado, a pesar de tener piernas cortas. Va saludando a unos y otros y correteando por entre las mercancías como un gnomo del bosque.

Compro algunas menudencias, entre ellas una mochila del ejército serbio por dos euros.

Al volver al hostel José Luis aún está preparando el equipaje y poniendo a punto la moto. En un rato estaremos de nuevo en marcha.

Salimos de la ciudad natal del Emperador Constantino en dirección Norte, por una carretera nacional solitaria y tranquila. El sol aprieta. Este es otro hermoso día para dedicarse a viajar en moto. Ante mi, cientos, miles de kilómetros para ser recorridos. Solo hay que fijar la vista en el horizonte y dirigirse a ese punto. No hay plan, No hay hoja de ruta. Puedo ir al sitio que me apetezca. Al Norte, al Sur…. Qué más da!

A cada lado de la carretera se extienden colinas cubiertas de pastos. La vegetación arbórea es escasa y rala. Pastizales enormes y pueblos muy separados.

En Negotín dejamos la carretera nacional con la intención de refrescarnos un poco. En un supermercado compramos cerveza, pan y algo de comida.

Sentado a la puerta del establecimiento, disfrutando de una buena sombra y una buena cerveza, me entretengo viendo pasar los escasos vehículos que circulan por este arrabal del extrarradio. Una street figther, probablemente una Kawasaki de 750 pasa un par de veces. Luego una Suzuki roja.

Un hombre, de unos cuarenta años, me saca de mi soporífera y calurosa mañana para invitarnos a su casa a tomar una cerveza y lavarnos un poco.  Al principio me hago un poco de rogar pero lo cierto es que me apetece ir a su casa. Normalmente estas muestras de hospitalidad siempre dan lugar a historietas divertidas, entrañables o, cuando menos, dan para conocer gente interesante.

Sasha, que así se llama el hombre, vive en una casa de dos pisos con jardín y garaje. A la entrada hay una mesa redonda y una sombrilla y allí nos sentamos a charlar un rato con Rade, el propietario de la street figther, con Nikola, su hijo, con Studenka… En un primer momento nos costaba comunicarnos; nuestro inglés sigue siendo tan básico… Es en estos momentos cuando me da rabia no haberme molestado un poco más con este idioma. Lo poco que se lo fui aprendiendo en internet, en un curso de iniciación y en la música. Es decir, resulta bastante deficiente para tener una conversación profunda. A pesar de ello somos capaces de hablar de motos, de trabajo, de política, de los militares…  

Sasha es ingeniero y preside el club náutico. Rade también es ingeniero y trabaja en la presa hidroeléctrica que hay a pocos kilómetros.

Después de un café helado y algunas cervezas ya me siento como en casa. Es gente agradable con la que estoy a gusto y con la que "conecto" en poco tiempo. A veces, cuando viajas, los sentimientos están más despiertos, más a flor de piel. No te entretienes  en artificios ni en estúpidos disimulos. El tiempo es limitado, tu viaje debe continuar y el deseo de conocer a alguien o sim
plemente, cuando se produce esta conexión de la que hablo, hace que te muestres más franco, más directo, más tú mismo.

Antes de irnos tocaré un poco la gaita. Me apetece. Los tengo a todos expectantes mientras monto las diferentes piezas. Tercia, copa, puntero… todo va encajando y el sonido atronador y agudo se arrastra por las calles, mezclándose con el calor melífluo de media mañana. Otra más.

Finalizo el concierto entre risas y aplausos. Nos despedimos de ellos con un fuerte abrazo y con el deseo, sincero, de volver a vernos algún día. Sé que Sasha siente lo mismo.

La ruta sigue, los paisajes van cambiando y los kilómetros se van sucediendo. Me encanta hacer esto. No hay nada más placentero que esta sensación. Estoy en Serbia, camino de Rumanía, muy cerca ya de la frontera pero, podría dar la vuelta y volver a Macedonia. O continuar por Serbia hasta… Hasta donde me de la gana. La moto responde perfectamente y mis ganas de viajar siguen intactas. Esto es vida!

La frontera con Rumanía está situada en una presa hidroeléctrica de proporciones considerables. Como en casi todas las fronteras hay una cola de camiones pero lo de esta  ya es para tomar en consideración. Los camioneros, pacientes, esperan fumando en el arcén. Los coches están en otra cola, mucho más corta. 

Una vez superado el trámite burocrático de entrar otra vez a la Unión Europea continuamos ruta por Rumanía en dirección a Targu Jiu, la ciudad de Andrea.

Targu-Jiu, en domingo, es una ciudad aburrida. No hay mucho que hacer ni mucho que ver. Todo tiene un aire anodino y gris.

 

Hemos quedado con Andrea en una plaza con aire moderno por la que pasean parejas y jubilados. Tráfico escaso, muchos establecimientos de cambio de divisas y entidades bancarias.

Andrea, a través del marido de su prima, nos busca un hotel en las afueras, al lado del mercado mayorista de fruta por 12 € cada uno. Conexión a internet y todo nuevo e impecable. No me he fijado en las estrellas pero seguro que tiene dos o tres.

Después de un par de horas de red me desplomo en la cama.