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Los que conocéis mi vida en la red sabréis que, desde hace años, vengo ponderando, para algunos de forma exagerada, las virtudes de mi moto, una vStrom de 650. Entre bromas y veras no pierdo la oportunidad de cantar sus excelencias y de decir, a quien quiera oírlo, que es una máquina muy fiable.

Ayer, después de siete años, llegó a los 140.000 km sin percances mecánicos dignos de mención. De hecho, creo que no tuvo ninguna avería seria. Quizá aquella vez que se quedó sin luces en la autovía, cerca de León, y que la Guardia Civil me impidió continuar viaje. Un mal contacto (y no me refiero a tener enchufe con la Benemérita). O aquella otra en que se fundió la luz de freno. O la más reciente, una avería en el sensor del velocímetro que no era más que falta de ajuste y engrase pero que despertó mis innatos dones para el drama y la tragedia en Twitter.

Que mi moto no tenga averías me parece lo más normal del mundo, lo justo. Una moto, a pesar de lo que diga la publicidad, es un vehículo caro. En el caso de algunas marcas es un vehículo muy caro. Es un objeto que, por lo que pagamos por él, no debería de dar ni el más mínimo problema. Extrapolando la idea a los coches no me imagino al propietario de un Golf o de un Ford Fiesta yendo cada cierto tiempo al taller a solucionar averías más o menos graves. ¿Acaso los propietarios de motocicletas tenemos algún gen especial que nos hace especialmente idiotas?

Una moto de 8000€ tiene que ser lo suficientemente sencilla y fiable como para no necesitar pasar por el taller más que a realizar los mantenimientos periódicos. Si la moto cuesta tres veces más, las averías deberían ser tres veces menos por una cuestión de pura lógica. Pero ocurre al revés. Cuanto más dinero pagamos por nuestra moto, más averías y problemas menores nos da.  Hay quien justifica esto con argumentos tan peregrinos como decir que «es una moto caprichosa» o que la marca se hace cargo, sin coste, de cualquier eventualidad. Incluso he oído decir que «es el precio de la exclusividad«. Allá cada uno, pero si las averías que dan algunas marcas con apenas unas decenas de miles de kilómetros las consideramos como una cosa «normal» es que los que no somos «normales» somos nosotros.

Si mi moto, modesta y barata, ha llegado a los 140.000 km. sin una sola avería, las glamurosas, exclusivas y caras motos ultramodernas deberían superarla con creces.