Estoy de mierda hasta el cuello —pensé mientras me subía los pantalones. —Esto sí es una buena cagada.
El olor me resultaba, por momentos, insoportable. Me habían convertido en una mofeta de manos doloridas en un abrir y cerrar de ojos, y no encontraba la manera de salir airoso de la situación. La opción de quedarme a vivir en el váter se me antojaba absurda y salir a pasear mi pestilencia en medio del bar, tampoco era una solución agradable. Había un ventanuco al fondo cubierto con tela metálica, justo encima del último lavabo. Podría darle unos golpes, desprender la tela y colarme hasta el callejón. Luego podría ir al hotel, darme una buena ducha y volver a La Vaca Borracha hasta el culo de speed y cortar dos o tres cabezas con una katana. Nunca había cortado ninguna cabeza pero estaba seguro de que, llegado el momento, sabría cómo hacerlo. Casi con toda seguridad podría caber por aquel minúsculo agujero y lo de cortar cabezas no parecía muy complicado.

Después de sopesar los pros y los contras, analizar variables y elucubrar sobre la mejor forma de escaparme con la cabeza alta, decidí salir  de nuevo al bar. No tenía katana y de tenerla, era muy probable que alguien me descerrajara un par de tiros con una strizh antes de que pudiera acercarme a Vladimir o a aquel maldito heliocentrista.

Avancé con paso firme y lento a lo largo de la barra mientras los clientes se llevaban las manos a la nariz y murmuraban improperios en un ruso ininteligible. Algunas chicas hacían amago de vomitar y los más, abrían mucho los ojos con cara de asco. Supongo que el cuadro que ofrecía no era muy agradable a la vista pero caminaba como si fuera el mismísimo rey de Francia. Frente alta y mirada desafiante.

Cuando llegué a la mesa de Vlad, él y Aristarkh El Heliocentrista se quedaron mirándome pasmados. Puede ver que aguantaban la risa para, en el siguiente instante, quedarse petrificados. Estoy seguro que no contaban con verme aparecer de nuevo en el bar. Irina estaba boquiabierta, con sus enormes ojos azules clavados en mi. Su cara era una extraña mezcla de admiración y espanto aderezada con una pizca de lástima. Las posibilidades de volver a tener sexo con ella se evaporaron en aquel preciso instante. Una lástima. Yo, plantado frente a ellos, tampoco sabía muy bien qué decir ni qué hacer. Había atravesado todo el bar y no había ni un solo cliente despistado, todos estaban pendientes de la escena.

Pasada la sorpresa inicial todo parecía indicar que alguien tenía que mover ficha, arquear una ceja, sacar la navaja… no sé, cualquier cosa que nos sacara de un impasse que se estaba convirtiendo en un marasmo surrealista.

Contra todo pronóstico Vladimir siguió con sus ojos puestos en mi figura y Aristarkh se incorporó de repente. Miré sus botas negras y brillantes de soslayo y, antes de que pudiera siquiera parpadear, me fundí con el en un abrazo de oso. Se quedó petrificado. Sus brazos cogaban a los lados de cuerpo, casi inertes y pude intuir en él una mueca de profunda repulsa. El olor a orines y excrementos viejos ascendía entre nosotros hermanándonos en hedor fétido.

Ahora estamos en paz -le susurré al oído. —Si volvemos a encontrarnos algún día, donde quiera que sea, te meteré un palo por el culo y no dejaré de empujar hasta que te salga por un ojo mientras tu madre nos mira.

El Heliocentrista me apartó de un empujón adornado con un mohín de asco pero su cara decía mucho más. Decía que el Sol había dejado de convertirse en el centro y que, a partir de entonces, había otros astros a los que prestar atención. Aludir al cariño de una madre es algo que nunca falla.

Bueno —, terció Vlad— creo que es hora de que te vayas a dar un baño. Y quizá también sea la hora de que no volvamos a vernos nunca más. Lo que estáis buscando no está aquí. Y aunque estuviera, tampoco os lo daría —sentenció —. Pero creo que podríamos hacer un trato— dijo con aire dubitativo.

“Un trato”. Aquel mal nacido hijo de mil perras quería hacer un trato conmigo.

¿Qué tienes que ofrecerme?– pregunté con toda la dignidad que mi penoso estado me permitía.

Te daré información sobre lo que buscas a cambio de que hagas algo por mí en Barcelona. — Su voz sonaba codiciosa, como la de quien acaba de cerrar un negocio muy provechoso.

La idea de hacerle un favor a Vlad no me gustaba en absoluto pero estaba claro que si queríamos llegar al Reponedor tendríamos que transitar por veredas descabelladas. Los Con Riders somos puro descabello… ¿qué podría importar una idiotez más?

—Está bien —dije —, ¿de qué se trata?