Los últimos suburbios de Moscú se iban quedando atrás, escondiéndose detrás de una maraña de abedules, cada vez más tupidos, que se alternaban con prados y tierras de labor. El viento de la planicie moscovita iba deshilachando mis recuerdos más desagradables y ante nosotros se abría la posibilidad de una nueva aventura, seguramente perlada de situaciones rocambolescas e inusuales.  El petardeo amable del motor de la BMW se apoderaba de todo mi ser y de nuevo, todas las piezas que andaban desperdigadas por mi cabeza volvían a ocupar su lugar poco a poco.

He tenido mejores motos que esta R-80, que ni siquiera es lo más apropiado para viajar, pero ha sido un regalo y le tengo cierto aprecio. En realidad no tengo demasiado apego por las cosas materiales pero digamos que la BMW tiene capacidad para mimetizarse conmigo y no me gustaría perderla. Para ser sincero tampoco está preparada por Deus ex Machina sino por un restaurador anónimo de Barcelona, Julián, que lleva toda la vida metido entre motores bóxer y chapas fileteadas. A él le gusta decir que lo concibieron encima de una BMW pero no me lo creo. Lo habrán concebido, sin planificar, en un descampado de las afueras de Ponferrada en una noche de agosto. Julián en un tipo majo pero tiene sus manías, como todo el mundo. Una de las que más me saca de quicio es que, cuando le pides un papel de fumar, lo saca del librito, lo arruga con una sola mano y te lo entrega. Luego yo lo estiro con cara de fastidio y lío un cigarrillo. ¿A qué viene esta tontería de arrugar el papel de fumar? Cualquier día de estos se lo tiro a la cara.

Camiones polvorientos y Ladas de los setenta se alternaban con ostentosos Mercedes y carros de un solo caballo, cada uno negociando la carretera a su ritmo e ignorando a los demás, como la vida misma. Josu y yo volvíamos a Barcelona con el recado de Vladimir: había que encargarse de un tipo. El trabajo no estaba muy claro pues Vlad había sido parco en palabras pero lo de “encargarse de un tipo” sonaba a quitárselo de en medio. Hay muchos modos de quitar de en medio a alguien pero se reducen básicamente a dos: puedes matarlo o puedes conseguir que desaparezca por voluntad propia. Por lo general la segunda vía es más trabajosa y no siempre hay garantía de éxito aunque siempre es preferible a la primera. Si matas a alguien te arriesgas a que el asunto no salga bien y des con tus huesos en la cárcel, lo cual es bastante incómodo. Como Vlad no nos había dicho por cual de las dos vías teníamos que optar, no sabíamos a qué atenernos. Lo único claro es que teníamos que ir a Barcelona y “ocuparnos” de un fulano. Claro que antes, habría que hacer algunas paradas estratégicas para catar los placeres de Minsk, Varsovia y Budapest. El trabajo de un Con Rider siempre puede esperar si la ocasión lo requiere

Una vez en Barcelona tendríamos que encontrarnos con Irina y ella nos daría el objetivo y las instrucciones precisas. La dulce Irina. La perspectiva de volver a verla había hecho mella en mi y ese era uno de los motivos por los que había aceptado trabajar para los rusos. Si además recibía una compensación económica e información que nos llevase hasta El Reponedor, no había mucho más que pensar. Irina y El Reponedor, ¿podía haber alguna combinación más perfecta?

Vlad nos había ofrecido 6000 € y una muestra del bebedizo si poníamos fin a ciertas trabas que impedían la expansión de sus negocios en España. Creyó percibir una señal divina cuando nos conoció. Quienes fueran los dioses que el ruso adoraba le habían mostrado una epifanía en la que los Con Riders éramos la pieza clave. Me entusiasmaba ser la pieza clave. Eso te da un plus de energía extra y cierto poder si se presenta la oportunidad de negociar cualquier cosa.