Este es el cuarto capítulo de los Con Riders, un grupo de subhéroes que recorre el mundo en moto a la búsqueda de su santo grial particular: El Reponedor. Quizá, si quieres seguir el hilo de esta aventura, te convenga leer las entregas anteriores para saber de qué va el tema.

  1. Los “Con Riders”, héroes mundanos
  2. Con Riders: Moscú

  3. Con Riders. El Encuentro

Con Riders. Gran Cagada

Al final cayeron cuatro martinis en la tarde moscovita y las buenas intenciones se fueron diluyendo en una nebulosa muy agradable. Ahora solo quedaba ir a buscar a Vlad y sacarle la información que necesitábamos para dar con El Reponedor. Faltaban un par de horas para que abriese el garito, La Vaca Borracha, así que decidimos dar un paseo a orillas del río Moskova. El río no es otra cosa que un hediondo canal marronuzco que atraviesa la ciudad de punta a punta y que sirve de almacén temporal a toda la mierda de la ciudad. Supongo que en invierno, congelado, estará mucho más bonito pero no era mi intención permanecer allí tanto tiempo como para poder comprobarlo.

Josu estaba muy alegre, lleno de energía y pletórico de ánimos. Sin duda eran los efectos de los martinis rusos y el recuerdo de su noche loca con la Cholapova. Si es que recordaba algo.

 -Rankxerox– me dijo- hace una tarde cojonuda para salir de vinos. ¿No tendrá vino esta gente?

Mi verdadero nombre no es Rankxerox, claro, es solo mi sobrenombre. Tengo un apodo de fotocopiadora porque mi nombre de verdad es mucho más vulgar. Me llamo Federico, aunque eso poca gente lo sabe. Mi abuelo materno se llamaba Federico y mi madre se llamaba Federica, aunque su nombre artístico era Fedra.  Padre no tuve nunca, que yo sepa. Quiero pensar que nací por generación espontánea en algún cubil de la Barcelona de los años ochenta. La Fedra, mi madre, se ganaba los garbanzos transitando por el lado salvaje de la vida o al menos, era lo que a ella le gustaba decir. La verdad es que era puta en El Raval. Un oficio tan digno como otro cualquiera aunque no exento de los riesgos inherentes a la profesión.

-No conviene que nos liemos mucho, tenemos una tarea importante por delante– contesté intentando darle un aire grave a la cuestión.

Una tarea importante. Eso era. Quizá el tener una meta en la vida nos mantenía serenos la mitad de la jornada. La otra mitad transcurría entre broncas de medio pelo, alcohol, drogas y sexo. No se puede decir que fuésemos muy eficientes pero al menos éramos consecuentes con lo que hacíamos y la parte más canalla de nuestras vidas la llevábamos hasta las últimas consecuencias.

Los vinos rusos no tienen mucha fama pero íbamos a descubrir que algunos blancos son excelentes. En la vinatería, un local de elegancia torpe y demodé, una rubia entrada en carnes y con aire ausente nos recomendó probar el blanco de Crimea.

“Una joven lacrimea
por su dolor constante,
lágrimas de brea,
por su ausente amante”

Pensé en regalarle el poema y rendirme a sus pies deshaciéndome en halagos florales que ahogasen su pena, pero luego pensé que lo único que sentía la dependienta era un profundo odio por su ciudad que le provocaba alergia. En eso nos parecíamos bastante. Moscú me resultaba una ciudad repulsiva y deleznable, una mezcla de favela helada y ciudad cosmopolita con un aire tristón y melancólico que contagiaba a sus habitantes.

El vino resultó ser una mezcla un poco tosca de madeira y sauternes aunque con excelente bouquet. Acabamos tomándonos una botella y comprando otras dos. Josu se llevo una más metida en el interior de su abrigo cuando la rubia de carrillos colorados se volvió para cobrar. Robar no está bien pero lo hacemos siempre que podemos. En nuestro descargo he de decir que lo hacemos por diversión, no por necesidad.

Aparcamos las motos frente al Piane Karova de forma que pudiésemos salir pitando si era necesario.

Al entrar en la Vaca Borracha vimos a Vladimir apostado en la mesa del fondo, camuflado entre volutas de humo y atrincherado tras una botella de vodka. A su lado, resplandeciente como una gema, Irina brillaba con luz propia. Su risa contagiosa inundaba el bar y la alegría de su voz flotaba en el aire viciado. Irina es una de esas chicas de belleza salvaje, de las que no contienen su sensualidad porque apenas si son conscientes de que les precede. Es de esas mujeres por las que un hombre puede llegar a perderlo todo. Pero yo no tenía nada que perder.

Vlad dio un salto al vernos y esbozó una mueca que se parecía a una sonrisa sincera. Abriendo mucho los brazos atravesó el bar a grandes zancadas y me envolvió en un abrazo que me supo a mafia italiana. Mis nudillos seguían crispados sobre la navaja en el interior del bolsillo del astracán, a la espera de una orden del subconsciente.

¿Donde os habíais metido?– preguntó. Llevo todo el día preocupado por vosotros. Dejé a uno de los chicos enfrente de casa de Irina para que no os pasara nada pero alguien le ha hecho una cara nueva esta mañana. Mantuve un prudente silencio.

Vlad sacó unos cuantos billetes del bolso diciendo “Toma tío, te he cogido estos billetes por la mañana para salir a comprar el desayuno. Mi cartera estaba en el sidecar de la Ural”.  Josu carraspeaba nervioso.

¿Qué pasó? Cuando cuando llegué ya os habíais ido…- Vlady arqueaba las cejas esperando una respuesta.

 Bar_Ruso