¿No sabes quienes son Los Con Riders? El grupo motero más irreverente y políticamente incorrecto del orbe, los único borrachos con las ideas claras. Entre sus muchas aventuras hoy os presentamos su viaje a Moscú a donde llegaron desde Bulgaria con la intención de obtener el secreto de El Reponedor.¿ Conseguirán encontrar su Santo Grial? ¿Les darán, como siempre, unos buenos sopapos? No te pierdas las aventuras de los Con Riders, esos hijos de puta entrañables.

Con Riders. Moscú.

Vladimir se estaba poniendo muy pesado con que probara su moto. Aquella Ural que se caía a pedazos no me ofrecía ninguna confianza, ni siquiera envalentonado como estaba, después de varios vasos de vodka. Además estaba el asunto del frío. En Moscú había 25º bajo cero aquella tarde y pasearme en moto entre la mezcla de nieve y mierda no me resultaba muy apetecible. Josu llamó al camarero que se parapetaba tras una cortina de humo de tabaco.
Tovarich! Cabrón soplapollas, deja de hurgarte los mocos y trae otra botella- gritó en español. El camarero surcó la niebla de decenas de cigarrillos baratos y la dejó sobre la mesa con un gruñido indescifrable. Josu sonrió con aires de triunfo.
Los Con Riders habíamos llegado a Moscú en pleno mes de marzo buscando alguna pista sobre El Reponedor. Jano, el camello que habíamos conocido en la boda búlgara, nos habló de Vladimir y de su pócima secreta para superar la resaca. Nos había dicho que la abuela de Vladimir, una vieja medio judía de no sé qué clan de siberianos, la elaboraba siguiendo una receta que se pasaba de madres a hijas. Me recordó algo que había leído sobre La Diosa, una teoría que afirma que Dios es una mujer. Menuda chorrada. Estoy de acuerdo en que hay mujeres que son como diosas pero de ahí a elevarlas a la categoría divina dista un abismo. Aunque… pensándolo bien, en la boda búlgara había una cría que tenía todos los visos de ser divina. Antes de caer fulminado por la rakia inmunda que nos sirvió Jano me parecía la mujer más hermosa que había visto nunca. Menudo brejaje la rakia! Eructas ciruela aguardentosa durante dos días. Eso sí, proporciona un pelotazo rápido que te pone en órbita
Pero el bueno de Vlad no parecía muy dispuesto a sacar el tema de la receta de la abuela.

Al fondo de la barra una figura vestida de negro no perdía detalle. Recuerdo que se me pasó por la cabeza que se tratase de un Sin Rider pero la posibilidad parecía muy remota. Los rigores climáticos de Bielorusia y las lluvias polacas los hubieran amedrentado. Seguro. Si algo tienen los Sin Riders es un pánico atávico al mal tiempo.

Vladimir seguía trasegando vodka con una facilidad pasmosa y fumando de forma compulsiva, parecía un saco sin fondo. De cuando en cuando se iba al baño y volvía frotándose la nariz de forma ostentosa. Estaba claro que pretendía que le preguntásemos si tenía algo para pasarnos, pero nosotros estábamos allí en una misión y teníamos que mantenernos serenos. Al menos hasta un punto razonable. Aún teníamos que intimar más con Vlady para que nos contase el secreto de su abuela de forma voluntaria o tendríamos que pasar al plan B. Y nuestro planes B casi nunca funcionan del modo en que han sido planeados. Supongo que por eso se llaman planes B, de burrada.

Con la tercera botella Vladimir dijo que teníamos que ir a ver a unas amigas suyas que vivían por allí cerca. Si algo he aprendido en estos años de correrías es que cuando un ruso borracho te dice que algo está cerca puedes tener por seguro que está en el quinto coño. Y este no era la excepción. Josu se acomodó en el asiento trasero de la Ural y yo me acurruqué, como un húsar beodo, en el sidecar. Las botas militares se me quedaban pegadas al suelo del cajón pero preferí no investigar al respecto por miedo a que un ataque de vómito echase a perder mi abrigo de astracán. O de visón, vaya usted a saber. La ushanka, ese gorro peludo, me protegía la cabeza, pero tenía la nariz congelada. Definitivamente, Rusia es un país de mierda. Volamos por las calles heladas del sur de la ciudad y llegamos a un destartalado edificio de viviendas. La decadencia y el decrépito hacía muchos años que se habían aposentado en todo el barrio y hablar de decadencia es darle demasiada elegancia al conjunto.
Un Lada negro aparcó al final de la calle.

Una bombilla titilante alumbraba la escalera y todo olía a orines y vómito. Las amigas de Vlad resultaron ser unas rusas muy cachondas y dadas al vodka barato pero no conseguí averiguar si eran putas o funcionarias del Krelim. La verdad es que, cuando desperté, Irina dormía a mi lado con sus perfectos pezones apuntando al cielo donde, sin lugar a dudas, tiene que ser La Diosa. Me dolía la cabeza de un modo atroz y el puto Vlady no estaba allí para proporcionarme su brebaje mágico. Besé a Irina en el cuello y comprendí que sería una estupidez intentar levantarme. Josu dormía en el sofá, boca a bajo, con unas bragas blancas en la cabeza y un charco de vómito a sus pies.

Abracé la cintura de Irina y me quedé dormido.