Las cervezas de ayer han causado estragos en mi organismo de modo que esta mañana vuelvo a encontrarme correteando hacia el baño cada dos por tres. Mientras observo con la mirada perdida la pared alicatada me digo a mi mismo que algún día tengo que aprender a controlarme porque los efectos secundarios son muy indeseables.
De nuevo en el hospital a Gelucho acaban de decirle que están preparando todo para enviarlo a casa mañana. Está exultante. Su mejora hoy se hace más evidente que nunca. Además no será necesario que viaje en camilla, podrá ir sentado lo cual facilita mucho todo el asunto del traslado. Aún le cuesta mucho trabajo moverse y sus paseos por el pasilllo son lentos y pesados. Arrastra los pies tristemente de un lado a otro y sus energías yacen desparramadas en la carretera de Pratto dello Stelvio pero, poco a poco, el ánimo va llenándolo de nuevo, especialmente con la noticia de hoy.
Frente al hotel hay una tienda de material de montaña y allí compro una mochila de las baratas para que Gelu lleve el queso que he comprado y algo de ropa. Era algo en lo que no habíamos pensado: su equipaje está en las maletas de la moto y éstas no están para realizar viaje alguno. Luego vuelvo a coger la moto y me voy al taller a buscarle ropa para el viaje.
El día es frío y húmedo, la niebla se ha apoderado de las zonas altas del valle. Bajo este manto gris todo pierde parte de su encanto y lo que antes era bello y espectacular está ahora cubierto de un manto de cotidianeidad grisácea. Me hago a la idea de que mañana viajaré bajo la lluvia todo el día. No me importa. Lo único que deseo es volver a la carretera y sentirme liberado. Lo cierto es que siento como una dicotomía dentro de mi. Por una parte estoy deseando marcharme, salir pitando. Por otra me apena irme de Schlanders/Silandro. Depués de todos estos días aquí he conocido a mucha gente y he conectado muy bien con algunas personas. Beni, Manuel, Doris, Christian, Alan, el viejo Walder… a pesar de las barreras idiomáticas me lo he pasado bien con ellos y me duele decirles adios. Hoy, charlando con Beni en el gardenbiere, le conté que ayer había estado en el bar chill-out. Él me decía que era un sitio especial donde se encontraba muy a gusto y que allí nunca llegan los turistas porque está un poco apartado y es difícil de encontrar. “Pero tú ya no eres un turista” – me espetó. Fue el mejor halago que me hicieron en todo el viaje. Creo que podría vivir en este valle sin problema alguno, siempre y cuando consiguiera ubicarme lejos del campanario, claro.
Vuelvo al hospital y me encuentro con que los del seguro no han preparado el viaje de mañana a causa de no se sabe que inciertos protocolos.  Gelu quizá tenga que salir el jueves. Yo no puedo esperar más y saldré mañana de todos modos. A pesar de las ganas que tengo de ver a mi hijo y a mi mujer me apena que el final del viaje esté tan cerca. A las ocho de la mañana pondré rumbo a Suiza y en tres días habré cubierto los 2400 km que me separan de casa. Como tantas veces pienso en el mundo como una carretera sin fin y en mi vida como una road movie en sesión contínua. No me queda nada, poco más de 2000 km. No es mucho pero quizá más de lo que muchos motoristas frustrados hagan en sus viajes más largos, quizá deba sentirme afortunado.
Dedico parte de la tarde a intentar dejar la cadena en un punto óptimo de tensión pero no hay manera. Más o menos queda lista para viajar mañana.
En el Rosa de Oro ceno penne a la calabressa y me acuesto temprano.