20140612-133927-49167952.jpgEl Canal de Corinto es una obra que se empezó a gestar en el siglo VII antes de Cristo y que se terminó en el siglo XIX, hacia el año 1893. Yo no llevaba tanto tiempo planeando la visita pero hacía muchos años que deseaba conocerlo. Me parece una obra sensacional, no sólo por lo que tiene de grandiosa sino por el desafío que supone el unir dos mares de forma artificial. El hombre es así, siempre un paso más allá, siempre un nuevo reto, siempre en continuo avance.

Algunas tormentas comenzaron a soltar agua, de forma tímida, nada más salir de Atenas supongo que para darle un poco más de emoción al tráfico infernal de esta ciudad. Será tráfico del averno, no digo que no, pero se autorregula. Hay algo de poético en el caos. Aún diría más, el caos es la perfección absoluta porque todo tiende al desorden. Cómo explicar, de otro modo, que ciudades de cien o doscientos miles de personas puedan organizar la circulación con sus propias normas? En Turquía, ni un solo policía dirigiendo el caos, ni una línea continua sin pisar, ni un solo turco a velocidad prudente. Y sin embargo, funciona. Todo fluye con la pasmosa naturalidad de lo que tiene que ser.

Aquí, en Grecia, fluye de forma similar. Cualquier centímetro cuadrado con asfalto es susceptible de servir para circular así que los arcenes pasan a ser otro carril más. Lo encuentro poco seguro pero muy práctico, la verdad.

El acceso al Canal desde la autopista es muy sencillo, apenas doscientos metros. Me bajo de la moto con parsimonia y procuro retener cada instante. Llevo años queriendo venir aquí así que ahora no es plan de andarse con prisas. Me quedo embobado con un crío que pide dinero a cada persona que pasa, no tendrá más de ocho años. Cuando intento situarme en el medio del puente para tener unas buenas vistas veo que se me han colado tres autocares de turistas.. Ocupan la totalidad del escaso pasillo del puente, entre la carretera y la barandilla. Aún así me meto unos metros hasta que, viendo como se abren paso a codazos y empujones, decido retirarme. Un hombre de considerable barriga empuja a una anciana que intenta hacerle una foto a su nieto. Un poco más allá, una japonesa, parapetada detrás de su cámara, toma fotos con gestos automáticos. Al fondo se oyen los gritos de una excursión de algún colegio.

Por uno de los huecos que quedan entre dos personas, consigo meter la cámara y tomar un par de fotos. A continuación salgo del puente, entre avergonzado y enfadado, decidido a esperar a que todo se despeje.

Yo, que había esperado este momento y me lo imaginaba como algo especial, me veo obligado a posponer mis emociones y aguardar a que esta horda vuelva a subirse al autobús. Ya he dicho en varias ocasiones que no tengo nada en contra del turismo organizado pero esto supera la paciencia de cualquiera. Una masa borreguil que se empuja, que grita, que se abre paso a patadas dentro de su grupo no me merece el más mínimo respeto.

El día no está muy allá para fotos y, a poco que busque en la Red, las encontraré mejores así que hago algunos disparos y me largo sin haberme imbuido del espíritu de la obra y sin que esta me transmita nada de su grandiosidad.

Vuelve a llover, esta vez con fuerza. Regreso a la autopista y enfilo la rueda delantera en dirección a Patra para tomar el ferry a Bari, en Italia.