Estoy en una de las cubiertas del barco que me lleva desde Patra, en Grecia, a Bari, en Italia. Sobre la mesa una copa de vino que me ha costado 3,80€ y en la cabeza los recuerdos del viaje que que brotan a borbotones en imparable tropel. Se agolpan y desean salir todos a la vez. He de domarlos para que no me atropellen.

Surge ahora con fuerza el día de pesca antes de llegar a la Capadocia.

pesca en Capadocia

Aquellos días aún estaba José Luis con nosotros y nos estaba haciendo la cena mientras Alex y yo intentábamos extraer cualquier cosa del río que no fuesen algas. Dos chavales del pueblo nos indicaron, en los meandros, el mejor lugar para sacar buenos peces. Cuando ya la frustración del pescador inútil llamaba a mi puerta saqué un lucio. O un lucioperca, que no estoy yo muy puesto en peces turcos. Vi la desilusión en los ojos de Alex. Era él quien tenía que haber sacado el primer pez pues suya era la idea de llevar la caña y justo era que se llevara el trofeo. Pero ya se sabe que en esto de la pesca la suerte sonríe al novato y, aunque yo no soy precisamente novato con la caña, creo que hace más de veinte años que no me dedico a ello.

Después de el éxito en la captura creí que era esa hora tonta en que los peces se vuelven locos y muerden el anzuelo impulsados por fuerzas no desentrañadas. Recorrí un tramo de río de forma compulsiva, lanzando varadas de forma constante y sin apenas levantar la vista del agua. Lo único que conseguí fue sacar algas y algún palo enganchado en la cucharilla

Me hizo mucha ilusión el pez pero hubiera preferido que lo sacara Alex.

campamento

Días más tarde, creyéndome aún el Rey de la Aguas Calmas, llegamos al Mediterráneo. En mi interior albergaba la secreta esperanza de sacar otro pez del agua. Ya veía doradas a la sal, sargos a la sidra, virreyes, salmonetes y un sinfín de pecinos y pezones tostándose al calor de nuestra hoguera.

La puntera de mi caña se había roto el día anterior debido a un exceso de amabilidad del empleado de una gasolinera. El hombre, creyendo que la caña se me iba a caer de la moto, le puso un alambre para sujetarla pero, con tal fuerza, que la fibra de vidrio acabó por partirse. Total, que tenía ganas de tocar pero carecía de instrumento.

Cerca de Emderli me compré una caña flamante, cubierta de polvo y por el risible precio de 10€ y con ella me dispuse, en la noche turca, a extraer los exquisitos frutos del mar. Até anzuelo, monté plomos, decenas por lo escaso de su peso, coloqué el aparejo y cebé con un trozo de salchicha para que las doradas creyesen que Neptuno les hacía un regalo. Decidí hacer una lanzada de competición, tan larga que llegase frente a la costa de Chipre.

Voleé la caña hacia atrás y lancé con todas mis fuerzas.

El aparejo cayó a escasos tres metros de mis pies, entre las piedras de la orilla. Los chipriotas no tenían nada que temer, la caña se había roto por la mitad.

De repente me sentí tan ridículo con la caña rota entre mis manos, mirando como un trozo de salchicha se mecía en la espuma de la orilla que decidí abandonar la actividad. Me invadió un cansancio telúrico. Respiré hondo y cerré los ojos.

Alex, ajeno a todos mis desvelos durante la media hora larga que me llevó preparar la caña, insistía en reparar o en pescar sin la puntera, pero para entonces yo ya me sentía tan poco animado y desvalido que ya no me quedaban fuerzas para intentarlo de nuevo.

tienda campaña

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