Hoy es martes, es el tercer día que vamos a pasar en Silandro. Alrededor de las cinco de la mañana abrí los ojos y el rosicler del amanecer comenzaba a inundarlo todo.

En el hospital a Gelu le han dicho que no podrá salir hasta el sábado o el lunes. Esto es una nueva modificación de planes y supone quedarse toda la semana aquí. Los plazos se van alargando y no me queda más remedio que hacerme a la idea que la cosa va para largo. Ha pasado mejor la noche y los dolores van remitiendo poco a poco. También le comentaron que la lesión en la espalda es en la "cresta". Los médicos de aquí han enviado el informe a un cirujano de Bolzano que, parece ser es un especialista de renombre, para tener una segunda opinión. Él tampoco ve necesaria la intervención quirúrgica.
Sentado a los pies de la cama le leo al paciente varios capítulos del libro "Sin Fronteras" de Gustavo Cuervo. Gustavo es un viajero incansable que ha recorrido medio mundo en moto y que ha publicado su libro en Interfolio, la editorial de un conocido común del mundo de las motos. Ni siquiera me planteo si ésta es la lectura más apropiada para alguien que acaba de subrir un tremendo accidente de moto. Quizá, en mi subconsciente, esté preparando mentalmente a mi amigo para el siguiente viaje. Sea como fuere, bien sea por egoísmo o por el bien del paciente, la lectura de "Sin fronteras" me parece de lo más adecuado.
No deja de sorprenderme la entereza de mi amigo. Hace ya muchos años que lo conozco y sé que es un tipo duro y con paciencia, con una serenidad de ánimo difícilmente quebrantable. Ni siquiera cuando le dijeron que tenía dos vértebras rotas mostró signos de flaqueza. Puede que en su interior estuviera tan acongojado como yo pero en ningún momento pareció asustado. Parece aplicar la máxima de que si los problemas tienen solución no hay de qué preocuparse y si no la tienen, preocuparse no sirve de nada. Yo procuro no hablarle de repatriación ni de la vuelta a casa, tan sólo poner de manifiesto los progresos que vamos obteniendo y las mejoras visibles desde el primer día. Y él sigue postrado en la cama, inmóvil, con la mirada inexpresiva clavada en el techo, horadado de tanta observación.

Ayer me llamaron los de Km Cero. El mecánico de aquí les dijo que la Multistrada era una Ducati, una moto histórica. Visto lo visto, y a pesar de que la culpa del accidente la tuvo el conductor del coche, yo la calificaría como una moto histérica. El bueno de Herbert, ¿Cómo se le habrá ocurrido decir que la Multi es histórica?. Él habla un italiano horrible pero aún debe de sentir cierto afecto por las máquinas italianas. Ayer ya le noté cierto grado de pasión cuando dijo, con voz solemne, "questo e una Ducati". Su pasión por los motores se hace bien patente con una mirada al taller. Todo está colocado en su sitio, todo es pulcro y ordenado. Hay cierta querencia en el taller a lo clásico y un marcado gusto por lo viejo. A la puerta un Fiat Cinquecento de los años 60 está siendo mimado por Herbert y en el interior, en una de las salas, reposan un Lotus Esprit y un Porche 911 cabrio. Otros dos mecánicos trabajan en silencio en los bajos de vehículos más mundanos.
Sea como fuere en el seguro han debido tomar las palabras de Herbert como literales y me acaban de comunicar que el traslado se realizará lo más pronto posible.
La niebla lleva toda la mañana instalada en los Alpes del Val Venosta impidiéndome ver las cumbre nevadas e impregnando la atmósfera de una cierta melancolía. En el día de hoy todo parece recobrar un cierto equilibrio, aunque probablemente todo estuviera equilibrado y era yo el que no estaba bien. Se me ha pasado la sensación de angustia de estos días y el sentimiento de culpabilidad me abandona. Comienzo a ver esta situación como algo normal y a aceptarla sin negaciones. Los paseos al hospital, las caras amables de las enfermeras, mi compañero inmóvil en la cama, el regreso al hotel por las calles de las tiendas… todo comienza a formar parte de una rutina cálida y cotidiana que me da seguridad.
Escribo sentado en el aparcamiento del hospital, sentado en el bordillo, con la rueda de una BMW R1150 RT a la altura de mi cara. Es una hermosa vacaburra teutona de la que me gustaría ser propietario.  El neumático delantero está a punto de enseñar su alma de alambre y pienso en el poco respeto que tiene el dueño por su moto. Se le ha caído una vez y muestra algunos desperfectos sin importancia en la maleta. Qué cojonudo sería volver con esta moto a España. Este rincón, en el que fumo de forma compulsiva, se está convirtiendo en mi oficina al aire libre. Desde aquí veo el estilizado campanario de la iglesia en el que, cada dos por tres, suena el tañido horario que se extiende por el valle inundándolo todo y añadiendo sus notas de normalidad melancólica.
Otro día se acumula sobre el anterior.