Muchos ya conocéis de mi animadversión a los gatos por aquello de haberse meado en la moto y otras afrentas. Yo, que soy una persona positiva y poco dada al rencor, procuro olvidar estos desplantes y ataques porque sé que los mininos no tienen mala fe. Ellos van a lo suyo, a su bola y yo debería de hacer lo mismo.

Intentando hacer precisamente eso, ir a mi bola y no meterme con nadie, me embarqué en un viaje en moto con dos buenos amigos, Juan y Fran. Nos liamos la manta a la cabeza y, con más ganas que planes, salimos en dirección Este. Pasamos por Bilbao, nos acontecieron cosas sorprendentes en Pamplona y por fin, recalamos en el Valle del Roncal.

Un paraíso para la moto, oiga. Y para el resto de sentidos, si los hubiere. Curvas que se suceden hasta la saciedad, valles intrincados perdidos entre hayas y pináceas, moradores recios de recias convicciones a los que no conquistas a primera vista… Y queso. Famoso y exquisito queso del Roncal cuyo sabor te atrapa para siempre.

Claro, me compré un queso para traer a casa. Siempre lo hago. Y siempre se agradece en casa. Unas chistorras, un queso, una botella (o una caja) de patxarán… Viandas frugales para nuestra frugal existencia que, de cuando en cuando, van llegando al hogar.

Me gusta ver el queso ahí, en la repisa del armario de la cocina. Da olor y da gusto verlo. Y comerlo.

Pues ayer, mientras llevaba a nuestra perra guardiana al veterinario, un gato se coló de forma subrepticia en la cocina y se zampó medio queso. No hizo falta una labor de investigación muy exhaustiva para conocer al culpable, sus uñas marcadas en la corteza lo delataban.

Hoy, lleno de amor por los gatitos, ando por el huerto y el ala menos noble de la casa en busca de uno de estos amiguitos para preguntarle si se quiere terminar el queso, que, si eso, ya le traigo pan. Pan, pan.

Queso

Este es el queso del Roncal

Y esta es Nila, la perra guardiana.

Y esta es Nila, la perra guardiana.

Y este soy yo después de haber visto el queso: