Martes 13 de junio de 2006

 En el barco ceno un bocadillo mientras leo el periódico. Me zampo todos los artículos, incluidos los de deportes que nunca suelo leer, mientras el “ship” se menea arriba y abajo. Luego me recorro todas las cubiertas con parsimonia, por si se me había escapado algún detalle la primera vez.

Por fin, a media tarde, encontré la sala de butacas para descubrir que lo que en la página web de Brittany Ferrys anuncian como “cómodas butacas” no lo son tanto cuando decides dormir. Afortunadamente casi nadie viaja en butaca y puedes optar por dormir en la moqueta, más dura pero al menos estás en horizontal. Consigo dormir a ratos, siempre con el sonido de fondo de unas molestas vibraciones en el techo.
A las siete de la mañana ya estoy de nuevo en el restaurante ante dos chuscos con mermelada y un café que me han costado 4,5 libras, unos 6 o 7 euros al cambio. Dudo si comérmelos y ponerlos en una vitrina.
Después de desayunar recojo el caso y la cazadora en la habitación de equipajes y bajo a la bodega.

 

 

Ya tengo muchas ganas de ver la moto y comprobar si todo está en orden. En el ascensor bajamos varias personas pertrechadas con los atalajes moteros, todos sonreímos un poco, pero yo más que los ingleses, off course.
En menos de 20 minutos estamos en el puerto, bajo una insistente lluvia que parece decidida a acompañarme durante todo mi viaje. Había leído las previsiones meteorológicas días atrás y no parecía que fuese a llover, pero el Paco Montesdeoca inglés no ha dado en el clavo. Delante de mi están Jose y su chica con la Honda Deauville. Los he conocido ayer en cubierta y esta mañana nos hemos encontrado otra vez al recoger las motos. He decidido hacer con ellos un tramo.
Después de hacer cola bajo la lluvia para pasar la aduana nos adentramos el Plymouth guiados por la pda de Jose y tomo contacto con la conducción por la izquierda y con las rotondas en el sentido de las agujas del reloj. Nos adentramos en la “motorway”, atestada de coches y sigue lloviendo, aunque a ratos lo hace con más intensidad de modo que, por momentos, la visibilidad es casi nula. Vamos todo el tiempo a 100-110 km/k, superando camiones y más camiones. Me llama la atención que nadie, o muy pocos, superan los 120 Km/h… ¿Serán las multas?
Así transcurren 200 km. Ya he perdido a los de la Honda . Su ritmo era demasiado lento y me adelanté un ratillo para quitarme el tedio. No los volví a ver.
A la altura de Bristol el agua cae como si los angelitos hubieran quitado el tapón de la piscina lo que, sumada a la que levantan las ruedas de los camiones hace que por momentos sienta miedo de perecer ahogado. Para entonces ya noto el pañuelo empapado y el cogote enfriando. También los pantalones, waterproff, han comenzado a calar en la zona genital. Ahora puedo decir con autoridad que estoy de agua hasta los cojones.
Dejo atrás Bristol y giro hacia el oeste en dirección a Gales atravesanto el puente de peaje sobre el rio Severn. En el Reino Unido todas las autopistas son gratis, pero en los puentes hay que pagar. La sorpresa llega en el peaje cuando me abren la barrera antes de sacar el money. Ante mi extrañada mirada el operario me señala el cartel: motorbikes free. Mira tu por dónde me acabo de ahorrar las 4,5 libras de impuesto revolucionario.
Un poco más adelante, en Newton, me paso dos salidas y tengo que desandar el camino para dirigirme al norte, atravesando el País de Gales y olvidándome por hoy de la autopista, lo cual es un alivio porque me resulta un poco estresante con tanta lluvia y tanto tráfico. Nada más salir me detengo a repostar y a comer algo en un área de servicio y entablo algo parecido a una conversación con un galés que viaja en XT, también harto de lluvia.

Después de dos sandwiches continúo hacia el norte, afortunadamente sin la compañía de la lluvia. Esto, unido a que voy por carreteras comarcales, me permite disfrutar de algunos lugares llenos de encanto como Cwmbran, (o era Abergavenny?), el típico pueblo inglés de postal.

Mi intención es llegar a Nantwich, cerca de Chester, donde he contactado con un matrimonioque me brinda su hospitalidad y su casa. Los conocí a través del “Hospitality Club”, un club internacional de gente que ayuda a otra gente.
Desde Hereford a Shewesbury la carretera es muy bonita, las cunetas no están llenas de basura como en algunas zonas de España. Aquí los márgenes de la carretera parecen un alargado green de golf, con su cortacésped recién pasado. Durante todo el trayecto por England veo decenas de coches, (y alguna moto), con la bandera blanca y roja de Inglaterra. así como algunos pubs y viviendas decorados con la enseña patria. Pensé que celebraban el día nacional, el homenaje a la bandera o que eran grandes patriotas, pero al final resultó ser algo tan banal y mundano como apoyar a la selección de fútbol inglesa en el mundial de Alemania. Los galeses, escoceses e irlandeses no se han clasificado. No tenía ni idea de que en un país hubiera tantas selecciones, en fin, cosas de ésta gente.

Me fijo, (como pa no), en que cada vez que lleno el depósito son 17 libras esterlinas más o menos, por 17 litros de gasolina. Al cambio vienen a ser unos 25 euros, lo cual no está nada mal.
Sigo hacia el norte y el cansancio y la tensión de conducir bajo condiciones adversas, (lluvia, señalización en inglés, conducción por la izquierda…), van haciendo mella en mi. A pesar de estar feliz cual cerdo en el barro, estoy harto de moto y de carretera. además vuelve a llover en la campiña galesa. Afortunadamente no se me hace novedad.
Al fin llego a Nantwich, donde Pauline y su marido me esperan.

Me sorprendo a mi mismo hablando inglés con una soltura inusitada. Me hago entender con facilidad, habida cuenta de que mi dominio de este idioma raya con lo nulo. Nunca estudié inglés y todas las palabras que sé provienen de lo que he aprendido navegando por Internet. Lo peor es que no les entiendo casi nada de lo que dicen. es lo malo que tiene hablar bien inglés; la gente como yo no lo entiende.
Me permiten usar su ordenador, me he duchado y me han dado la cena, se puede pedir más a cambio de nada?
Ahora, una vez relajado y cómodamente instalado en este típico salón ingles escribo mi crónica diaria y reflexiono sobre los tópicos sobre Inglaterra y los ingleses.

Gracias Pauline, me habéis tratado como a alguien de la familia. Si lees esto es que tu español ha mejorado notablemente.

Plymouth – Nantwich, entre 475 y 500 km