Irse de puticlubs es una afición muy española. De hecho, el mayor puticlub de Europa está en España, El Paradise de La Jonquera. Cierto es que lo frecuentan ciudadanos de muchas nacionalidades, pero está en España. Los burdeles de más renombre suelen estar siempre en la carretera. Un descanso a media noche, una ración de amor de transacción o un copazo a precio de oro, pueden servir para reafirmar la autoestima de cualquier hombre que se precie de tal (aunque nunca folle gratis). Al estar los burdeles en la carretera y ser esta una página de viajes parecía cuestión de tiempo que nos fuéramos de puticlubs, más que nada por una cuestión cultural.

Para esta peculiar ruta no hacen falta grandes alforjas ni una abultada billetera. Vamos a verla:

Salimos de Oviedo por la antigua N-634 en dirección al Occidente de Asturias, una zona que parece quedar relegada al olvido y el despoblamiento sumida, como está, en el más absoluto ostracismo. Pero no nos liemos con sentimentalismos, que nos vamos de puticlubs y aquí no tienen cabida las ñoñerías de adolescente. Decía, pues, que rodamos hacia el Oeste con la mirada puesta en un horizonte de campos abandonados y hombres octogenarios que ven como la vida… Maldición! Habíamos quedado en que nada de sentimentalismos.

Volvamos a empezar.

Dejamos atrás Oviedo y su pausada vorágine (ya estamos!) y enfilamos nuestro aparato hacia Grao con intención de subir La Cabruñana y parar en el primero de los puticlubs. La Cabruñana es un minipuerto que hace algunos años estaba muy frecuentado por los moteros más racing del centro de Asturias. Desde aquí subían La Espina y bajada hacia Luarca, en vertiginoso descenso, entre curvas húmedas de castaño y abedul. Ahora la carretera ha pasado de moda en favor de otras con mejor asfalto. Nosotros vamos con pausa, disfrutando de cada curva lenta y deseando llegar al primero de los putis. La sed aprieta y un “destornillador” a media tarde tiene que entrar como dios. (No se pretende aquí hacer apología del alcohol mientras se conduce, léase como una licencia literaria de mal gusto)

Se llama Tachyra. En Grandas hubo un tostadero de café que venía de Táchira, Venezuela, pero sus importaciones se vieron truncadas por imposición del gobierno chavista y la empresa tuvo que cerrar. No encuentro la relación entre el nombre del establecimiento y Venezuela, a no ser que las putas sean venezolanas. Está cerrado. Quizá hayan tenido problemas con la importación ilegal de mano de obra o algo así. Elucubraciones porque no tengo ni idea. Hay una verja de hierro en la puerta y no parece que haya habido actividad en los últimos años.

Seguimos ascendiendo La Cabruñana en solitario. Desde que se inauguró la autovía A-63 es un gusto hacer este tramo sin tráfico. Antes, en los tiempos de viaje en ALSA y olor a vomitona, esto era un suplicio: una subida tediosa, en caravana detrás de algún camión indolente, y con apenas cien metros para adelantar. Incluso en moto se hacía pesado. Ahora, en cambio, se disfrutan las curvas y se puede rodar de forma pausada por iniciativa propia.

Hace ya un rato que tomamos la AS-15, el Corredor del Narcea. Otra de las carreteras de moda entre los motoristas de la prisa. Ahora nos están quitando la prisa a todos a base de radar, hasta cinco han llegado a esconderse en este tramo de apenas sesenta kilómetros. A mi no me ha tocado nunca, pero seguro que me tocará pagar, como a todo el mundo. Posamos nuestro pie en en Embalse de Pilotuerto, un apacible rincón en el que se pueden observar aves acuáticas y pájaros de cuidado. El primer puticlub, El Nido de Oro, no es más que cuatro paredes que se vienen abajo. Se quemó en los años ochenta dos veces. Nadie ha sabido decirme el motivo así que, de nuevo, pongo la imaginación a funcionar y pienso en fraudes al seguro, venganzas entre mafiosos y cosas por el estilo. Separado por 10 o 20 metros hay otro club. Este está a pleno rendimiento pero es temprano y aún no se observa actividad. Es una casucha con tejado de uralita y puerta de aluminio. Las sábanas tendidas se secan al sol de la tarde con el marco incomparable del embalse de fondo. Parecen muy limpias y son de color rosa. Supongo que, una vez en la cama el color es lo de menos.

Dejamos atrás el embalse y seguimos circulando paralelos al río Narcea. Los alisos aún son ajenos a la llegada del otoño y lucen un verde intenso que se resiste a cambiar de tono. En Purtiecha tomamos un desvío a la derecha, hacia Onón. Dos kilómetros de carretera rizada y llegamos a otro antro de vicio, El Bamba. La maleza y los castaños lo están cercando por la zona alta y el aparcamiento va menguando, agobiado por hierba alta y zarzas. Las persianas están rotas y la puerta principal, otrora tapiada de ladrillos, ha sido reventada por los cazadores de cobre y plomo hace años. Aparco la moto al lado de la carretera y me interno en el bar. A la derecha, la barra de formica descansa de cervezas y cubalibres bajo la escayola desconchada.. Aquí hace años que ya nadie toma nada. “Follar 10.000. Al kontado”. Me lo anuncia una pintada al fondo del bar.

Subo al piso de arriba por una escalera de medio metro de ancho en la que no se pueden cruzar dos personas y, aún menos, subir “de ganchete”. En realidad ignoro si está de moda subir “de ganchete” al piso de arriba con una prostituta pero aquí no sería posible. Las puertas de las habitaciones están reventadas y no hay posibilidad de intimidad. Aún quedan algunas perchas espartanas colgadas de las paredes y una ducha llena de mierda y escombro. No hay agua corriente así que el estado de la ducha no tiene demasiada importancia. No hay camas, no hay muebles, no hay enseres… Esto está, definitivamente, abandonado.

En la gasolinera de Tebongo me informan que El Bamba cerró allá por el año 1986. Cuando pregunto por el volumen de negocio, uno de los operarios arquea las cejas y con los ojos entornados resopla rememorando viejos tiempos. “Un ambiente de la hostia!”. De bote en bote. En los buenos tiempos de la minería en Cangas del Narcea este era uno de los principales antros de diversión y vicio. Putas, porros, farlopa… Ambiente selecto y sueldos de trescientas o cuatrocientas mil pesetas. Aquellos personajes, la mayoría, ya no son ni una sombra de lo que eran. Igual que el local. Igual que la comarca.

Unos kilómetros más allá, El Búho, antes llamado El Amazonas, un caserío asturiano de toda la vida reconvertido, por segunda vez, en club de alterne. Dispone de hórreo y seto de aligustres para aparcar el vehículo con cierta intimidad. A mi me da un poco de repelús. Me imagino tomando algo dentro del local y pensando en qué opinaría la señora de la casa. Los abuelos ya no estarán pero quizá quede una parte de su espíritu escondido entre las vigas, o en el váter, o debajo del hórreo. No quiero correr riesgos. Seguro que me sienta mal el “destornillador“. Un burdel tiene que tener aspecto de burdel y este parece una casa de labradores pintada de rojo oscuro.

Con este panorama y ansias de cubalibre de los de toda la vida, abandono el Corredor del Narcea y enfilo la rueda delantera hacia Lugo. Su afamado “Barrio de las Putas” y la N-6 tienen que ser un destino pluscuamperfecto para este tipo de actividades.