Me paso la mayor parte del año sin incidencias de salud reseñables. Quizá algún que otro malestar los sábados por la mañana debido a excesos imprescindibles la noche del viernes pero, en general, nada que no se cure con un poco de automisericordia e ibuprofeno. Ni me siento orgulloso ni dejo de estarlo, son cosas de la vida esto de los malestares pasajeros y cosas del carácter, esto de tropezar una y otra vez en la misma piedra. Así que, hace unos días, cuando me vi poniendo vacunas en en centro médico, me parecía estar asistiendo a una ceremonia dawut, a algún tipo de ritual mágico antes de un viaje iniciático. Allí estaba yo, con los ojos entrecerrados y ánimo nervioso, esperando a que Encarna, la ATS, me administrase una punzada cercana a lo letal que me llenaría de dolor y angustia. No hubo nada de eso. Un par de pinchazos muy soportables y me convertí en inmune a las fiebres tifoideas, a la hepatitis A y, de propina, a la B.

Salí de la consulta con una gran sensación de omnipotencia, superior a cualquier mal y dispuesto a pasearme por India ajeno a cualquier enfermedad, virus, bacteria o miasma conocida. Entre eso y el estado de calma general en que me encuentro en las últimas semanas, parecía que el orbe entero estaba a mi disposición. Pero cómo pueden cambiar las cosas en apenas unas horas… De ser el rey del mambo y estar preparando el equipaje para un mes en la India, he pasado a perder el favor de los dioses y, a menos de 24 horas de salir, los males me acogotan en conjunto.

Ayer, martes de gaita y desenfreno, hubo excesos, como siempre. Hoy me duele la cabeza. Eso no sería nada si no fuera porque además tengo un espantoso dolor de garganta y en coalición perniciosa, una crisis hemorroidal que me impide el normal desarrollo de la vida. ¿Cómo- inquiero- voy a hacer mañana 500 km en moto hasta el aeropuerto de Bilbao? ¿Tendré que ir sentado de lado?

El día antes de partir en busca de la espiritualidad al país de la espiritualidad, Vishnú se ceba en lo más pudendo de mí regalándome incomodidades inconfesables y molestias vergonzantes.

En otro orden de cosas, el equipaje está casi listo: cuatro camisetas, dos pantalones, unas chanclas y una rebequita por si refresca. En el apartado tecnológico, el smartphone, la cámara de fotos y un teclado inalámbrico. Eso es todo. Ni GPS, ni GoPro, ni laptop, ni cacharrería variopinta. Vamos, que no me da ni para hacer un artículo tipo «las cosas imprescindibles que llevamos los viajeros-de-la-hostia»

India, aunque sea con paso renqueante y alma de dubitativo sedente, allá voy!

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