Los inicios de la moto en España son un tanto tardíos y han quedado, en su mayor parte, sumidos en el olvido a pesar de ser una porción importante de nuestra historia reciente. Ahora vemos la vida de mediados del siglo pasado como si todo discurriera en escala de grises pero algunos pioneros se encargaron de dar color al “motociclismo patrio”, que diría el viejo Matías Prats.

Uno de ellos fue Luis Bejarano, el fundador de la fábrica de motocicletas Lube que, con tesón e ilusión, dedicó su vida a perseguir un sueño. Y lo alcanzó.
D. Luis había trabajado en Inglaterra, en la fábrica de motos Douglas en Bristol y, a su regreso al País Vasco, en la segunda mitad de los años 40 fundó Lube. Cinco años más tarde se asoció con la firma alemana NSU (hoy Audi) y comenzó un ascenso que culminaría en 1960, cuando salían de la fábrica 3500 unidades al año. Sin embargo después de este hito llegó la crisis en el sector, la entrada de motos japonesas al mercado y algunas decisiones poco acertadas de Bejarano en la dirección de la empresa. Las cosas comenzaron a ir mal y muchos abandonaron el barco animados, sin duda, por la tozudez de D. Luis que se quedó solo en la dirección, empecinado en mantener a flote su sueño. Ya lo había abandonado, en parte debido a su fuerte carácer y su empecinamiento, el ingeniero adjunto de dirección, José Joaquín Cerero, que además estaba casado con su hija Mari Luz. Ella, que había pasado su infancia interna en un colegio, siempre se quejaba de que su padre pasaba muy poco tiempo con la familia y siempre mantuvo con él una relación distante.

El declive de Lube no tuvo remedio y echó el cierre en 1967. Pero antes de todo esto la llamada “moto del pueblo” llegó a gozar de una fama y una implantación social encomiable.

La lube del abuelo

Mi abuelo tuvo una Lube para ejercer de comercial de sus productos en Asturias y León. Aún recuerdo la moto, cubierta de polvo, aparcada en un rincón de la fábrica.