Los llantazos se sucedían al salir de Mandawa. Lo cierto es que no tenía demasiados miramientos con la Royal y de forma constante, la llevaba al límite de sus posibilidades. Cruzar la rueda trasera, derrapar o convertirme en un emulo de los pilotos del Dakar se estaba convirtiendo en una costumbre que encontraba muy sana. Esto me provocaba más sustos de lo normal pero andaba yo en aquellos días tan fuera de mí a lomos de la Enfield que me veía capaz de cualquier cosa. Y a ella también. No negaré que me producía cierto dolor de corazón escuchar como la llanta golpeaba contra el borde de un bache o que me diera cierto coraje acelerar en vacío solo por hacer un poco el macarra… pero no dejaba de hacerlo. Ricard me dirigía miradas de reproche y, de cuando en cuando, me preguntaba si haría esas cosas si la moto fuera de mi propiedad.
No, no lo haría-, contestaba con aire socarrón. Pero la moto no es mía.
Lo que molestaba a Ricard era mi insolidaridad: habíamos quedado en que, si se producían daños en las motos, lo pagaríamos entre todos y yo estaba maltratando a mi Royal más allá de lo aceptable. Pero me resultaba tan difícil sustraerme a la posibilidad de divertirme haciendo el cafre… Ya se vería cómo se solventaba el asunto de los daños colaterales y las caras serias de Ricard.

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Las horas transcurrían pausadas en el sofocante calor de Rajastán. Hacía días que había prescindido de la chaqueta de cordura y circulaba en camiseta pero, aún arriesgando mi seguridad, me moría de calor. Había dejado el casco “bueno” en Delhi, a buen recaudo en el taller y había obligado al mecánico a prestarme el suyo, uno de inspiración “nazi”. Era mucho más fresco pero, a pesar de la pátina de mugre interior, la protección que ofrecía dejaba bastante que desear. A pesar de estas “frescuras” del casco había momentos en los que sólo pensaba en un chorro de agua fría. Además, el rodar tan expuesto hacía que el sudor se evaporase de inmediato con lo cual la deshidratación era aún mayor.

Bikaner hierve. En sus calles principales, con los calores que aún habrían de prolongarse hasta bien entrada la noche, se mezclaban vacas, ricksaws, taxis, peatones y todo tipo de vehículos de tiro. El eco constante del claxon, como banda sonora común a cualquier ciudad india, imprimía su musicalidad infernal. Es curioso que alguien como yo, acostumbrado al silencio y la tranquilidad, pudiera encontrar cierto atractivo en todo ese caos. El sonido loco del tráfico me bañaba, me envolvía y me dejaba sumido en un estado de permanente alerta, consciente de cada instante, pero muy fluido, como si realmente encajara en el rompecabezas social que es la India. Me preguntaba si no habría algo de malsano en aquella sensación agradable que sentía rodeado de mugre, olores y ruido. Recordaba a otros viajeros en moto que habían recorrido el país echando pestes de la comida, de la gente, del tráfico. Yo no estaba hecho de otra pasta, no me sentía revestido de un aura especial para soportar todo aquello y sin embargo, allí estaba, dejándome imbuir por la vorágine que me devoraba y sintiéndome más vivo que nunca entre el barullo.

El Hotel Bhairon, donde nos alojábamos, es un palacio, un haveli construido por en maharajá Bhairon Singh Ji, primer ministro de Bikaner y primo del rey de Rajastán, el maharajá Ganga Singh Ji,  a finales del Siglo XIX. Es un sitio tranquilo y relajado, el lugar que uno identificaría de inmediato con la expresión “vivir como un marajá”. Como en cualquier transacción en India, regateamos el precio y nos alojamos por una cantidad irrisoria.

Recepción del hotel Bhairon

Recepción del hotel Bhairon

Pasamos la tarde de piscina y relax, olvidándonos del calor sufrido durante el día y explorando las enormes instalaciones del palacio con ojos de niños sorprendidos, trasladándonos a los tiempos de la colonia inglesa y dejando que nuestra imaginación volase. Al caer la noche el vicio hizo mella en nosotros y nos hicimos fuertes en el bar-museo del hotel, un espacio tan mágico y tan recargado de piezas de colección que hacía que nos mirásemos con una mueca de estupefacción. Después de muchas cervezas, mucho baile y muchas canciones nos fuimos a la cama pensando en qué nueva peripecia nos asombraría al día siguiente.

El pub del maharajá

El pub del maharajá

Pero la mañana siguiente nos traería un nuevo tipo de asco en la casa de Karni Mata, la reencarnación de la diosa madre Durga.