Comencé a usar internet en el año  1994 o 95 y con regularidad hacia 1996 o 1997. Lo primero que hice, aparte de chatear como un loco, fue montar una página web. Estaba muy orgulloso de aquel logro porque, cuando aún la mayoría de los gobiernos autonómicos no tenían su sitio corporativo nuestro motoclub ya tenia el suyo. Los Ranoplás, un motogrupo formado por tres personas y que tenía su propia página. Todo un hito. 

No era fácil encontrar páginas en español. Todo estaba en mantillas. Se navegaba por la internet española, Infovía y se salía a internet contando los minutos para que la cuenta corriente no pereciera a finales de mes. Y resultaba muy difícil encontrar información sobre motos. Y menos aún sobre viajes.

Hoy, quince años más tarde, las cosas han avanzado a un ritmo vertiginoso y resulta bastante sencillo encontrar páginas de viajeros de lo más variopinto. En el capítulo motociclístico hay una abundancia de páginas que asusta. Desde los que salen el domingo por la mañana y lo cuentan en su blog hasta los que dan la vuelta al mundo y tienen cientos de seguidores. Entre estos últimos destaca, entre los españoles, Miquel Silvestre . Es como si, entre todos los que andan por ahí de viaje, Miquel estuviera de moda. Se ha hecho famoso entre los aficionados a los viajes en moto. Yo lo descubrí por casualidad. Publicó el libro “Un Millón de Piedras”  y quise sumarlo a mi colección. He de decir que, al principio, no me causó buena impresión. Demasiada crudeza, demasiada mala leche y ninguna concesión al romanticismo. Me daba la impresión de que solo se fijaba en lo “malo” de cada lugar que pisaba.

Luego leí varios artículos suyos publicados en la prensa generalista. Después me hice asiduo de sus paginas web. Caramba! Para no ser un fan irredento no dejaba de perseguirlo.

Después se lió con la Ruta de los Exploradores Olvidados  y también anduve sentado a la grupa averiguando cosas de intrépidos compatriotas que llegaron a lugares ignotos.

Y conocí su gusto por los pequeños detalles. Y disfruté cuando me desvelaba secretos del paisanaje del otro lado del mundo. Y aprendí a ver una parte de la Tierra a través de su prosa afilada y desprovista de complejos. Y me sentí afortunado por poder leer la crudeza de sus textos. Y sentí, casi como propia, su honestidad brutal.

Claro, para entonces ya le había pillado el punto, ya había superado la envidia malsana que alguna vez sentí y ya me había acostumbrado a la presencia, casi constante, de aquel intruso en mi ordenador. Tipejo irresistible.

Y ahora ya lo siento como mío. Ya forma parte de la gente cercana y me preocupo por él. Pienso en cómo le irán las cosas, deseo que no tenga ningún percance y estoy pendiente, casi todos los días, de lo que acontece en su viaje. Y estoy ávido de noticias. Y de fotos. Y de kilómetros. Y ya no hay manera de desengancharse. Y cuando lo conozca personalmente lo abrasaré a preguntas. y le pediré consejos. Y escucharé, con sonrisa complacida, todo lo que me va a contar. ¿Y cuándo será eso? Pues no lo sé, ya veremos.