Me quedo un poco flipado con lo que pasa en las redes sociales al hilo de los “grandes viajeros” en moto. Y no me refiero a esos viajeros de andar por casa como tu o como yo, sino a los que todos consideramos viajeros serios, a los que salen largo.
Hay, a veces, luchas de egos difíciles de comprender y aún más difíciles de digerir. 

Quizá no todos los que se acercan a este mundillo de los viajes en moto capten estas luchas intestinas en toda su magnitud, bien por falta de interés, que sería lo deseable, bien por que no han profundizado lo suficiente. Pero los que andamos todo el día metidos en este mundillo de los viajes en moto, leyendo libros, blogs y todo lo que se produce alrededor de ello, asistimos, perplejos, a la transmutación de un mundillo solidario e inundado de grandes valores en una especia de hoguera de las vanidades donde gana el que la tiene más gorda.
Pasearse por los diferentes muros de FaceBook se convierte, en ocasiones, en la visita a uno de esos programas en los que obtiene más popularidad el que más grita, el que más descalifica y en el que demuestra ser más hiriente. Redes sociales en las que se dan cita gente sin criterio y sin una vida que les satisfaga, son el caldo de cultivo ideal para que este tipo de personas pueda seguir a su “ídolo” sin ningún tipo de afán crítico, transponiendo en él todas sus frustraciones y dejándose arrastrar sin saber muy bien a dónde.
Y así pasan las cosas que pasan que, sin el concurso de actor principal, de aquel al que siguen con los ojos vendados, ejercen de una especie de “guardia personal” que defiende a capa y espada las evoluciones del lider. Hasta aquí todo correcto, nada que objetar. Cada uno es libre de hacer lo que le venga en gana. El problema viene cuando esa defensa a ultranza se convierte en algo enfermizo y cuando ese algo enfermizo se transforma en una guerra entre seguidores de uno u otro viajero. El más mínimo roce o divergencia entre gente que viaja con sus seguidores a cuestas, se convierte en una lucha de egos entre los acólitos. Pasan del amor al odio, de la diversión que supone ser seguidor a sentir como grave afrenta cualquier crítica hacia lo que suponen su alter ego. Y la culpa no suele ser de los que protagonizan el viaje que, por norma general, suelen ser los viajeros. La culpa se reparte entre todos esos seguidores de cabeza hueca que no saben donde tienen la mano derecha y que son tan pobres de espíritu que necesitan tener ídolos a los que seguir ciegamente.
Afortunadamente estos de los que hablo son una minoría, quiero pensar, pero por desgracia, son los más ruidosos. Me los imagino disfrutando las tardes de ocio atentos a programas absurdos en la Cadena Amiga, adictos a los realitys más variopintos y puestos al día en el sórdido mundo del famoseo de medio pelo. Sólo de este modo se explica que los comportamientos más odiosos que vemos en la tele tengan su trasunto en algo, en principio tan alejado, como pudieran ser los viajes en moto.
Si a todo esto sumamos algunos “rifirafes” que pudieran darse por la competición en pos de patrocinios o en visibilidad de proyectos personales, la polémica está servida.