Desde que empezó todo esto del Pingüinosgate hace ya más de un año hemos ido descubriendo cosas que no sabíamos. Corrieron los rumores, las falsedades, las medias verdades y se destaparon intereses bastardos que permanecían medio ocultos. Fuimos testigos de luchas internas y desde el principio, vimos a pretendientes interesados que intentaron arrimar el ascua a su sardina.

En líneas generales asistimos a un espectáculo lamentable, a una lucha de egos aderezada con la codicia y  la mezquindad en la que los aficionados a las motos nos convertimos en moneda de cambio. Yo no soy moneda de cambio de nadie, oiga. No iré a ninguna reunión en la que me traten como mercancía, como una caja de caudales con patas. No iré a la reunión que organicen unos por vengarme de la que organizan los otros y, desde luego, no acudiré a la llamada de hosteleros de ningún punto del orbe a menos que lo que tengan que ofrecerme sea algo verdaderamente atractivo, un “quid pro quo” en el que no sienta que me están hurgando en la cartera.

Al igual que tú, lector, tengo una visión muy particular del “mundo de la moto” y en esa visión no entran todos los tejemanejes que vimos estos últimos tiempos. Las llamadas al espíritu motero me resbalan. Los gritos de las verduleras me entran por un oído y me salen por el otro. Las guerras infantiles de abanderados de la verdad me producen hilaridad. Los adalides de la autenticidad me resultan bastante patéticos.

Así que, bajo estas premisas, no iré ni a Cantalejo ni a Valladolid. Ese fin de semana saldré en moto, claro, pero a una reunión más íntima en la que no hay intereses políticos o económicos de por medio. Una reunión en la que lo importante son las personas, no las motos.

Con su pan se lo coman.

puerto del Acebo