Hoy me levando a las ocho y cuarto, media hora más tarde de lo habitual. Se ve que la cerveza de ayer causó el efecto deseado y alguno más de indescriptible sensación esta mañana.
En el hospital sigue sin haber novedades, lo normal para un sábado por la mañana. Lo más destacables es que vuelvo a ver a Valeria, la enfermera que nos atendió el primer día y que tan bien nos había caído. Bromeamos un rato y le ofrezco un viaje a España en moto. Afortunadamente prefiere el avión.
Sin saber muy bien cómo he llegado hasta aquí ahora me encuentro tomando cerveza como un poseso en compañía de Walder, un sastre jubilado famoso en Silandro por pasar gran parte del día en lo que educadamente llaman, “stato de ebrezza”, es decir borracho o “ubriacco”. Es un hombre cariñoso y alegre. Cada dos por tres me da un abrazo de oso mientras se dirige a mi en una mezcla de italiano y alemán que me deja la cara a cuadros. Parece no importarle demasiado. Cuando me habla en alemán, en tedesco puro, parece que me está riñendo por algo que yo haya hecho o dicho. Sonrío con franqueza y Manuel, el camarero, dispone una nueva ronda de cerveza frente a nosotros.
A las cuatro de la tarde, abandono el bar y me voy a dormir la siesta. El resto del día transcurre, de nuevo, entre el hospital y el hotel.