A las siete de la mañana las campanas de la iglesia vuelven a despertarme sobresaltado. En esta ocasión despachan con cinco minutos de compromiso pero son suficientes para que me desplace por la moqueta maldiciendo a la cristiandad.

He comprado unos quesos típicos para que se lleve a España. En el hospital se lo llevan para la radiografía diaria. Le van a freir los sesos. Está peor del hombro y los dolores son cada vez más fuertes. El drenaje parece que funciona bien y quie el pulmón se ha vaciado de líquido. Cuando llega el doctor Stecher, impecable como siempre, con ese aire tan dinámico y tan dulce a la vez, nos trae noticias nuevas: el drenaje va a ser retirado porque ya ha cumplido su función y preparará todo el asunto del traslado para el miércoles. Esto nos anima un poco pero sin crear demasiadas espectativas porque el traslado previsto para el viernes anterior fue anulado, lo mismo que el que pensábamos que se realizaría hoy.
En el Gardenbiere del hotel, la terracita de las cervezas donde todo está preparado para ver los partidos del mundial de fútbol, conozco a Doris, una chica pelirroja y delgada que se sale bastante de los cánones estéticos que se llevan en el valle. Su pelo revuelto y sus pantalones hippies no son la tónica general por estos lares. Lleva diez años viviendo en Irlanda donde tiene una tienda de restauración de muebles. Charlamos un buen rato alrededor de unas cervezas y nos liamos varios cigarrillos. Quedamos para tomar algo más esta noche con Alan, su novio.
Le dedico un poco de tiempo a la moto. Engrasado de cadena, revisión de niveles y un poco de atención generalizada. Detrás hay aparcada una BMW enorme, una LT tipo barco a la que no tarda en acercarse un no menos enorme ciudadano alemán. En mi inglés precario me intereso por la máquina. Craso error porque el hombre se empeña en demostrarme lo bien que suena el equipo de música con Wagner a todo trapo y lo increíblemente barata que le ha salido, apenas 18.000 euros. Cuando se tranquiliza un poco hablamos de la ruta y de viajes pero como mi inglés es bastante rudimentario decide volver al partido de Ghana o de vaya usted a saber sónde.
Yo estoy sentado en lo que se me antoja como una estampa típica de motorista y moto. Con las piernas abiertas y mi culo en el suelo engraso la cadena y repaso tensiones, que no anda muy fina, mientras una enorme cerveza reposa a mi lado. Con unas manchas más de grasa en la cara sería perfecto.
Doris y Alan, un músico cubano afincado en Irlanda, hacen su aparición. Alan es difícil que le caiga mal a alguien como yo, estamos cortados por patrones muy similares. Toca la percusión en un grupo de música afro-cubana en Irlanda y vive de ello. Los temas de conversación se van sucediendo entre cerveza y cerveza hasta que, al final, recalamos en el garito más encantador de Silandro. Un chiringuito chill-out situado en la parte baja del pueblo, al lado de los descampados y no muy lejos del hospital. Ambiente oscuro, velas, cojines y, cómo no, copas.
A la una y media de la mañana nos retiramos a dormir, desde las ocho de la tarde dedicados a la ingesta alcohólica es suficiente.