Una tarde de esas, de cuando el otoño comienza a llamar a la puerta y los días parece que se elongan con pereza hasta lo indecible. Una tarde de curvas lentas y paisajes verdes. Una tarde de atmósfera límpida y discurrir pausado.

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Y curvas que se suceden despacio, como si quisieran prolongar el tiempo hasta casi detenerlo y dejarnos parados en instantes eternos. Allí, al fondo, montañas altísimas que nos empequeñecen cada vez más, dejándonos clavados en estos desfiladeros del Río Trubia. Recuerdo la primera vez que pasé por aquí. Eran mis primeros viajes en moto y me sentía sobrecogido por la voluptuosidad de los montes cargados de hayas, por la carretera que serpenteaba encajonada entre el río y las paredes de caliza inmaculada, por la agradable sensación de juventud y nulas responsabilidades. Hoy, con aquellas sensaciones mucho más apaciguadas, las imágenes pasadas acuden en tropel y, aunque la carretera ya no es la misma ni yo tampoco soy el mismo, me veo asaltado por la nitidez de los recuerdos.

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Ascendemos el Puerto de Ventana entre hayedos mientras el frío va en aumento. Es el preludio del final de verano que, de tan lejano parece una ilusión que se pierde en el tiempo. Ya no queda nada de las olas de calor sucesivas, de las fiestas etílicas y los paisajes cambiantes. Viajes pretéritos que rumbean en la memoria.

Entramos en León, -sin Castilla, claro-, y desde Torrestío la carretera se convierte en una pista de tierra castigada por las últimas tormentas. Elena entra en modo tensión extrema y antes de cada curva le prometo que la cima está a un paso. Y está. La Farrapona nos recibe con una brisa gélida y desagradable, ni siquiera nos bajamos de la moto. A nuestra izquierda la mina de hierro Santa Rita, cuyas heridas en la montaña llevan cicatrizando desde el año 1978.

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Somiedo

Descendemos todo el Valle de Saliencia hasta su confluencia con el río Somiedo con parsimonia. Antes nos detenemos unos instantes en un monumento atípico. Alguna mente preclara decidió, hace unos años, que el Valle de Saliencia no era bastante bello en si mismo y era necesario dotarlo de una escultura moderna. El resultado es algo parecido a un desguace a un costado de la ruta.

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Las hojas amarillas de los cerezos caen con un estrepitoso silencio ante nosotros. El otoño no puede esperar más en la carretera más hermosa del mundo.