Martes 20 de junio de 2006 A causa de la latitud en este país amanece, prácticamente, a la hora de acostarse. Así las cosas, a las cuatro de la mañana ya estoy despierto mientras observo, somnoliento, el techo de la tienda de campaña, perlado de gotas de agua. No se podía esperar otra cosa de una tienda de campaña del Carrefour: condensación. Cierto es que por mil duros poco más se podía pedir. Aún tengo sueño y, por supuesto, decencia, con lo cual vuelvo a dormirme pero a las seis ya estoy con los ojos como platos y pensando en el dueño de la finca en la que estoy acampado. Consigo mantener la horizontalidad hasta las siete y media en que me levanto y recojo todo rápidamente para no dejar pruebas de mi paso por la zona. Aún así, no puedo evitar dejar algunos restos orgánicos y un poco de papel higiénico entre los matorrales. Vuelvo a la autopista y el mundo vuelve a ser como ayer, después de haber pasado la noche en territorio “salvaje”. El dormir en el prado con la tienda de campaña me causó una sensación de irrealidad, como si algo no encajara del todo, como si careciera de lógica. Todos estos pensamientos quedan disipados de inmediato al incorporarme a la vorágine del tráfico matinal en la M-4 hacia Cardiff. desayuno en una de las múltiples áreas de servicio donde, para no variar, me vuelven a dar el palo. Por una salchicha, una tostada, dos trozos de bacon y un agua pago, al cambio, siete euros, lo cual me parece bastante caro. Todo aquí es caro para mi maltrecha economía. Con el bolsillo convenientemente aliviado y cara de tonto vuelvo a la autopista un rato. Dejo atrás el estuario de Severn y ya tomo dirección sur por la M-5 hasta llegar a la altura de Tauton donde abandono la autopista para adentrarme en las carreteras secundarias. Hasta mañana a las once no sale el ferry para Santander, con lo cual tengo todo el día para vagabundear en la ruta, habida cuenta de que, por autopista, nom e separan más de 200 km de Plymouth. Visito Exeter y otros pueblos que, comparados con lo que he visto en Gales, Inglaterra y Escocia, no tienen nada que ofrecerme. La moto engulle kilómetros por carreteras agrícolas hasta llegar a algo que los ingleses llaman la “English Riviera”. Cuando ví la indicación, plasmada en un segado talud con setos y flores creí que esta riviera sería algo parecido a Marbella o a Niza o… cualquier cosa menos lo que me encontré allí. Si para ellos esta es su “Riviera” pues vale, pero el lugar deja bastante que desear.

 

Cientos de casas de alquiler jalonan la costa pero les falta la chispa, el ambiente y, sobre todo, los bares y restaurantes, con sus terrazas. ¿Qué riviera es ésta si no hay “movida”? Eso sí, los edificios, estéticamente, les dan mil vueltas a los de la especulada costa española. Y ya que hablo de edificios, en todo mi viaje no he visto rascacielos, ni siquiera edificios de siete plantas en ninguno de los lugares por los que he pasado. Aquí casi todo es de arquitectura amable, muy tradicional incluso en las nuevas construcciones. Las viviendas unifamiliares con jardín y patio son la tónica general, incluso en ciudades grandes. que suerte para un país poder vetar a pretenciosos arquitectos… 

Salgo de esta extraña “riviera” y vuelvo a las zonas agrícolas para. poco a poco, adentrarme en Plymouth, el destino final de mi viaje por el Reino Unido.  

Hoy sí que estimo oportuno quedarme en un camping porque ya huelo. Si no fuera por la ducha volvería a buscar un solitario prado para acampar, pero necesito un poco de higiene. Los B&B más baratos suelen costar unos 40 o 50 € y mi presupuesto ya está bastante desbarajustado así que me dedico a la búsqueda del camping. 

Mi idea es llegar a Plymouth, tomar una, (o dos), Ginness y buscar un “camp site” por los alrededores. Por cierto, lo del “camp site” es una palabra nueva para mi… cuando les decía “camping” parece que no me comprendían. La primera parte bien, llegar a la ciudad y recorrerla entera. Lo que no conseguí fue encontrar una terracita donde tomarme una cerveza con un ojo puesto en la moto. Por supuesto, al día siguiente ví varios lugares que cumplían los requisitos que yo exigía. La segunda parte, buscar un camping, me llevó unas dos horas. Encontré uno, completo, a 15 km de la ciudad y allí me indican otro que está a escasos 5 km de Plymouth. Tras varias vueltas a las diversas rotondas que tanto gustan aquí llegué al “camp site” donde, nada más montar la tienda, comenzó a diluviar. El camping era un lujazo, parecía que estaba acampado en el “green” de un campo de golf, todo segado de forma exquisita y cuidado hasta el mínimo detalle. Eso sí, la minuta diaria son 22 libras por la tienda y la moto. A las 8 de la tarde estoy en la tienda, recién duchado y escribiendo la crónica diaria co la vana esperanza de que deje de llover un rato para bajar a Plymouth a cenar y tomar una cerveza. Siguió lloviendo hasta bien entrada la noche y yo me dormí casi de inmediato. Mi cuerpo comenzaba a acusar el cansancio de los últimos dos días rodando intensamente.