Hace unos días recibí un correo electrónico un tanto extraño. En él, una empresa de publicidad (El Cañonazo), de esas de corte moderno y transgresor, pedía mi colaboración para publicitar un evento. Mi tarea en el asunto era bien sencilla. A cambio de un billete de cien euros tendría que llevar, durante una semana, un reloj de lujo Tag Heuer (pronúnciese tag-joia), asistir a la presentación de un nuevo patrocinador para un equipo de Moto2, twitear como loco el evento, participar con una foto en el concurso del reloj de marras y escribir una crónica del mentado aparato.

El nuevo patrocinador, como supondrá el avispado lector, era la marca de relojes Tag-Heuer y el equipo Tuenti-HP-40-Pons. La idea de ir a una joyería de lujo en la calle Serrano del muy castizo barrio de Salamanca se me antojó atractiva desde el primer momento aunque, dado lo exiguo de la prestación económica, era previsible que perdiese dinero si decidía asistir.
Pero había algo raro en todo aquello porque, ni yo soy muy aficionado a la competición, ni la temática de esta página se acerca a las carreras. Por ese motivo decidí investigar de qué iba aquel asunto.
Y no había trampa ni cartón. El equipo presentaba en la joyería Rabat al nuevo patrocinador y asistirían, entre otros, Pol Espargaró, Tito Rabat y Alex Pons, que son los pilotos. Ya puestos a investigar me dejé engatusar por el mundo del cotilleo y vi que Alex Pons es hijo de Sito Pons y Tito Rabat hijo del dueño de las joyerías Rabat. Y éstas, las distribuidoras oficiales en España de los relojes Tag-Heuer.
Faltaría a la verdad si no mencionase que, en mis pesquisas, le pregunté a Pablo, de Charlas Moteras, quién era Pol Espargaró. Reconozco mi ignorancia en esto de ir en moto con prisas.
La empresa que promovía el evento en Internet también parecía gozar de toda solvencia y había llevado campañas de marcas como FIAT.
Todo tenía visos, como digo, de ser correcto a más no poder así que contesté al mensaje diciendo que, a pesar de que perdería dinero, un día de trabajo y mi tiempo, me presentaría en la citada joyería con mi raída chupa de motero el día indicado a la hora prevista. Ya me imaginaba yo en el fotocall (otra palabra que me enseñó Pablo) luciendo glamuroso para la muchachada de la prensa o bajándome con chulería de mi vStrom en el aparcamiento que hay delante de la tienda. Sí, hay un aparcamiento para motos, que lo he visto en el Street View. Y antes había una sucursal del BBVA en lugar de la joyería pero se conoce que los ricos que compran en la calle Serrano no tienen allí la libreta de ahorro y han tenido que cerrar. También me vi reflejado en el escaparate de al lado pero no recuerdo si era de Gucci, de Vogue o de qué marca.
Ahora solo restaba esperar la confirmación de mi interlocutor, un chico moderno y dinámico según pude ver en su página web, cambiarle el aceite a la moto y salir zumbando a conocer Madrid y a lucir palmito en la capital del Reino.
Pero, oh sorpresa, me contestan con un lacónico “muchas gracias, estamos con la preselección”. Y yo creyendo que ya estaba todo cerrado y bien cerrado.
Me pregunto, ¿no era más fácil decirme, desde un principio, que estaban haciendo una preselección de candidatos para asistir al evento para hacer bulto y dar pábulo en la red? ¿Es necesario hacer perder el tiempo a la gente?
Más listo y más vehemente fué Lem, de Charlas Moteras que, cuando recibió el mismo mensaje que yo les dijo “No tengo tiempo para perder con ustedes. Y no uso reloj”.
Yo tampoco lo uso pero me dejé cegar por su brillo.