Me despierto tarde y ansioso por ponerme de nuevo en marcha. Tan solo nos hemos tomado un día de descanso pero la inquietud por hacer kilómetros se está apoderando de mí.
A estas alturas del viaje ya hemos desechado la posibilidad de ir a Amsterdam y en el recuerdo queda nuestro deseo de ir a Hamburgo a ver a Peter. Nos estamos retrasando mucho para hacer tantos kilómetros. No, no nos estamos retrasando, estamos haciendo un “slow travel”, un viaje tranquilo y relajado en el que estoy venciendo mi costumbre de realizar sesiones maratonianas por carretera. Recuerdo nuestro viaje a Montenegro y las interminables sesiones de ruta, días en que nos metíamos diez o más horas de moto para acampar y continuar al día siguiente. En aquella ocasión el destino estaba predefinido y para llegar no quedaba más remedio que hacer muchos kilómetros diarios.
En este viaje el destino es una línea difusa en el horizonte, un pausado deambular por carreteras secundarias, casi siempre alejadas de las ciudades, que discurren plácidamente por las zonas rurales.

Nos estamos tomando el regreso a la carretera con tranquilidad y ya son las once de la mañana. Salimos de Caen hacia la Calais, al Norte de Normandía con intención de adentrarnos en Flandes y luego “bajar” hacia Luxemburgo. Ya veremos.
La mañana transcurre tranquila transitando por carreterillas de tercer orden, entre bosquetes de frondosas y campos llanos como la palma de la mano. Le he marcado al GPS la opción de “recorrido corto” y evitando autopistas, de ese modo me aseguro que el satélite nos guiará por las carreteras más inexploradas y, en ocasiones, por la ruta más absurda posible. Este sistema de viajar tiene como desventaja que en ocasiones terminas en una pista forestal o que, si los mapas no están muy actualizados, termines en algún agujero sin salida pero eso no importa. A cambio viajas atravesando paisajes de de otro modo no verías.
Una estrecha carretera nos acaba de traer hasta Les Grandes Dalles, un pequeño pueblo turístico que está escondido en un lugar de difícil descripción. Para llegar hasta aquí hemos descendido desde la rasa costera que corona los acantilados de esta abrupta costa a través de un estrecho valle arbolado, nos hemos metido en una especie de rambla y, sin previo aviso, desembocamos en una playa blanca de cantos rodados flanqueada por dos enormes farallones de color claro. Es un lugar verdaderamente impresionante de ver aunque a Gelu le parece poco apto para la pesca submarina.
El pueblo parece turístico, con muchas casas en alquiler pero a estas alturas del año no se ve un alma por la calle. Todo está muy cuidado pero la ausencia de gente otorga un aire un tanto decadente.
Nos hemos parado el tiempo justo de sacar unas fotos, comer una barrita de cereales y echar una meada. La ruta continúa y ahora salimos de este valle a través de un bosque impoluto, arrebujados a la sombra de los robles en pos de la rasa costera de nuevo. Se me hace un poco extraño encontrar robles tan cerca del mar.

Me he perdido varias veces siguiendo la ruta del GPS entre campos enormes y llanos y ahora estamos en la gasolinera de otro impoluto pueblo normando. Durante todo el viaje la variación en las construcciones de una región a otra es notable pero siempre está el nexo común de la limpieza, el gusto por los detalles y el orden. ¡Qué diferencia con el lugar de donde vengo!
Lleno el depósito con la vista fija en él, como siempre, para enrasar hasta el límite y, de repente, un chorro de gasolina sale disparado hacia mi cara mientras el líquido rebosa por los costados de la moto. “me gago en su puta madre” digo levantando la voz. El hombre que está comprobando la presión de los neumáticos repite “su puta magde, su puta magde, españoles, eh?
El dependiente de la gasolinera me mira con cara inexpresiva cuando le digo que el surtidor está averiado y que el chorro no se detiene cuando el depósito ya está lleno. Me cago en su puta madre también, pero esta vez mentalmente.

El resto de la tarde transcurre sin pena ni gloria, en dirección Este hasta que nos vamos acercando a la frontera con Bélgica. Aquí parecen haber perdido el gusto por los detalles y las casas típicas normandas han dado paso a enormes granjas desprovistas de toda gracia. Tractores, no menos enormes que las granjas, circulan por carreteras trazadas con tiralíneas y todo se vuelve aburrido bajo un manto de monótono verde en el que, de cuando en cuando, aparece un bosquete que arroja sombra bajo las ruedas de la moto.

Hace rato que noto algo raro en la moto, una especie de vibración intermitente, un “tac-tac” que percibo en los puños cuando bajo un poco la velocidad. Intento escuchar algo anómalo en el motor pero éste sigue sonando redondo, perfecto, un poco por encima del sonido del viento en el casco.
Los kilómetros pasan y la vibración, la sensación de que algo no va bien en la parte ciclo se acrecienta. En una de las miles de rotondas el "clac-clac" ya se oye claramente cuando salgo en segunda. Ahora ya no tengo ninguna duda, la cadena está destentada. Durante un rato me resisto a parar y realizar la tarea de mantenimiento porque ya estamos llegando al final de nuestra etapa, tan solo unos veinte o treinta kilómetros para llegar a Bélgica y me niego a detenerme.
El sol está cayendo ya a nuestras espaldas, escondiéndose tras los campos de cultivo y alargando las sombras de las granjas solitarias.
Al entrar en uno de estos pueblos fronterizos percibimos otro cambio. Vuelva a aparecer el gusto por el detalle y el entorno se ve más cuidado. Puede ser un preámbulo de lo que nos encontraremos en Bélgica o una pura casualidad. De nuevo, en una rotonda, el sonido de la cadena se hace más perceptible y desagradable así que decido parar y solucionar el asunto. En realidad no estoy muy convencido de que sea la cadena la que provoca ese feo sonido. La he tensado una vez en el viaje y no tendría que volver a tocarla en varios miles de kilómetros. El kit de transmisión fue cambiado hace unos meses y aún tiene que estar nuevo, no tiene ni quince mil kilómetros.
Efectivamente, el problema es de la cadena. Estoy viendo que está, para mi sorpresa, demasiado tensada. Esto es raro. Estoy seguro que la última vez la dejé con la tensión correcta. Quizá al hacerlo sin equipaje me haya pasado un poco. Sea como fuere aflojo la tensión tumbado en el suelo mientras, poco a poco, va oscureciendo el cielo. Un motorista francés se detiene para interesarse por nuestros problemas y un hombre, con más que evidentes signos de que algo no marcha bien en su cabeza se interesa por la "puisance" de la Vstrom. No parece interesarle mucho la Ducati, cosa rara.
La tarea ya está terminada y continuamos la ruta. Siento una gran alivio al dejar de escuchar el ruido de la cadena y vuelvo a conducir relajado y feliz. Entramos en Bélgica ya. No hay nada que nos indique que estamos en otro país, tan solo una señal que nos informa de los nuevos límites de velocidad en cada tipo de carretera. Hace rato que el paisaje ha dejado de ser tan monótono y las colinas se suceden, en suave ondulación, con alternancia de campos y bosquetes.
El sol está dando paso, definitivamente, a la noche así que, a unos quinientos metros de la carretera secundaria por la que circulamos montamos nuestra tienda de campaña, al amparo de un enorme tilo y un grupo de fresnos.
Mañana será otro día.