Mañana escribiré sobre eso que pasa cuando sales de una curva y, por sorpresa, encuentras un paisaje de ensueño, tanto que no puedes creer que la belleza sea tan simple. Y te apetece bajarte de la moto. Y aspirar el aire fresco de la primavera en el norte, ese aire que, de tan puro, sabe y alimenta. Y quieres llenarte de todo eso que estás viendo.Y tocarlo todo con tus manos para tener una verdad certera y grande, una verdad de la buena, de las que ya no quedan.

Pero no lo haces porque de algún modo sabes que, cuando poses el pie en el asfalto, lo fugaz será permanente y que todo lo que permanece acaba cubierto de vulgaridad. Así que de lo que ves, tomas lo que puedes, atragantándote como un animal hambriento.  Y sigues haciendo kilómetros con el único objetivo de volver a sentir que, por un instante, estuviste tan lleno de fugacidad que eras eterno. Después comprendes que ya no podrás parar porque te has convertido en un adicto a esa eternidad fugaz, a esos instantes larguísimos que apenas si duran una vida.

Pero será mañana, o el otro mañana, o el mañana siguiente…