Otra vez en marcha con destino incierto.

La luz del amanecer se cuela entre los árboles del parque iluminando, de forma tenue. La moto aparcada delante de casa. Dedico unos instantes a contemplarla, deteniéndome en cada uno de sus recovecos e imaginándome que está viva. Me gusta mirarla de este modo antes de partir. Las maletas llenas, los bultos amarrados en el asiento, el GPS desparramando un suave haz de luz sobre el manillar… Me resulta tan evocador. Y por encima de todo la realidad palpable que me indica que salimos de viaje. ¡Qué placer enorme!

Ya no queda más que ajustarse el casco y acelerar con suavidad. Allá vamos.

Hoy es 28 de mayo y la primavera está avanzada. Eso no impide que la temperatura ronde los 6º y que sienta frío.

El sol comienza su tímido ascenso detrás de las montañas del Este y el rosicler del amanecer lo inunda todo. La niebla yace desparramada por el suelo, cubriendo con un manto translúcido los campos del occidente astur. Entre la hierba alta asoman las cabezas de las vacas que me miran con indiferencia mientras paso. A pesar de la bucólica estampa les dedico una mirada no menos indiferente. Adiós vacas. Ahí os quedáis. Adiós campos. Adiós “regatos pequenos” que diría Rosalía de Castro. Yo me piro.

No siento ninguna emoción especial hoy. No hay en mi, como otras veces, ese espíritu aventurero lleno de ilusión que me empuja como una suave brisa. A cambio estoy lleno de la necesidad de huir, de poner tierra de por medio. Lleno de egoísmo impulsor. Me voy lejos, lo tengo presente y aún desearía huir más lejos, más rápido, más silencioso. Cada kilómetro recorrido ensancha la brecha y me desancla de la pecera en que estoy varado. Sea bienvenido el mar abierto.

O Cebreiro. Pedrafita. Hay aún más frío. La niebla lo envuelve todo y no queda ni rastro de primavera ni de nada que no sea el puré lechoso en que se ha convertido la mañana. Me da igual. Me importa un carajo. Quedan tantos kilómetros por delante que ni el frío, ni el calor, ni la lluvia o la niebla conseguirán importunarme en modo alguno.

Tengo la intención, más que la intención la necesidad de llegar a Barcelona esta tarde. Allí cogeremos el barco a Chivitavechia para atravesar Italia hasta Brindisi. Antes, en Zaragoza, me encontraré con mis compañeros de viaje para seguir juntos una parte del mismo. Apenas nos conocemos y tengo serias dudas sobre cómo terminará todo esto. José Luis vive en Madrid y nos conocimos hace algún tiempo por internet.

José Manuel es de Gijón y también nos conocimos por internet. Nunca hemos viajado juntos. Aunque siempre viajo con la mente muy abierta y dispuesto al buen rollo esto no evita que esté con la mosca detrás de la oreja. Me recorre una cierta incertidumbre y no sé si llegaremos a congeniar bien. (Os adelanto, en este punto, que todas mis sospechas eran infundadas y descubrí que con Jose se puede viajar al fin del mundo, al igual que con José Luis)

Llega el calor. Hace rato que lo estoy esperando. Los huesos se me van desentumeciendo y cada vez estoy más cómodo sobre la moto.

Cerca de Zaragoza el GPS me deja delante de un puticlub abandonado. Siento la necesidad de entrar a explorar. Imaginarme los amores frustrados, las noches de sexo y droga y sentir los ecos sórdidos de ese mundillo. Me conformo con una mirada furtiva y llamo a José Luis.

Después de comer ya estamos los tres reunidos y en ruta hacia Barcelona.

La ciudad está medio desierta. Apenas una docena de coches en cada calle y poca gente paseando. Hoy juegan el Barça y el Madrid. De vez en cuando griterío y bocinazos que resuenan en las calles vacías. Golazo. No me importa mucho quien ha marcado. Lo cierto es que es un placer recorrer las calles del puerto con esta tranquilidad.

 

 

Antes del embarque coincidimos con un conocido de la página MoterosAstures que también embarcan para Italia y, posteriormente, Grecia. Comentamos la posibilidad de hacer el trayecto por Italia juntos.

Cuando nos disponemos a situarnos en la cola de embarque José Luis, que se ha equivocado de puerta, se retrasa. Se le ha roto una maleta enganchada en un bolardo. Reparamos con cinchas rápidamente y nos congratulamos de tener el primer incidente del viaje.

En la cubierta del barco abrimos una de las dos botellas de rioja con las que voy cargando y entablamos una agradable sobremesa. Mientras la conversación discurre entre viajes, mecánica y motos se disipan mis dudas con respecto a José Manuel. Es una compañía agradable y buen conversador con muchas historias para contar. Estoy seguro de que será un compañero de viaje excelente.

El barco, de Grimaldi Lines, está, en algunas zonas, como viejo, sobado. Nos internamos en la sala de butacas con intención de dormir, como lo habíamos hecho otras veces, en el suelo. A nuestro lado hay dos chicos que se han traído el colchón y todo. El olor a pies es nauseabundo. Estar a su lado supone un suplicio. Están comiendo un bocadillo y me dan arcadas. No suelo ser una persona escrupulosa pero la visión de sus pies descalzos y malolientes me está revolviendo las tripas.

Nos movemos a la zona delantera de la sala de butacas. Apagamos la tele y me duermo en pocos minutos. El vino ha hecho su efecto.