Tan-Tan Playa – Agadir, 400 ó 500 km

Bajón y Pérdida
 

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Suzuki Vstrom en el Sáhara
 
Resacoso y resignado me levanté con la esperanza de que la moto fuese mejor que el día anterior. Los tirones que daba a la llegada a Tan-Tan Playa me hacían pensar en una avería en los inyectores, más que un simple problema de higiene básica. El paseo por el pueblo, solitario en la noche, no me había dado buenas sensaciones y, a pesar del intento de ahogar las penas entre spicotropía y alcohol del día anterior, no conseguía quitarme de la cabeza los tirones del motor y la falta de potencia.
Desayunamos en el camping zumo de naranja y tostadas mientras charlábamos con dos saharauis que habíamos conocido la noche anterior y que nos contaron un poco más de la realidad del Sáhara occidental. Una realidad más profunda de lo que se ve a simple vista y que nos daba una idea de la situación social de este país. Hablamos de los yacimientos de fosfatos, de las explotaciones mineras, de los bancos de pesca… todo dominado por la monarquía alahuí y por las empresas de capital marroquí. Entre tanto, el pueblo saharaui está condenado a la emigración o a malvivir en los campos de refugiados de Argelia, olvidado por la comunidad internacional, víctima de las vanas promesas y las mentiras de la Unión Europea. A pesar de que yo sólo tenía seis años cuando la famosa marcha verde no puedo dejar de sentirme avergonzado por el olvido con el que España castigó a esta antigua provincia. Los sucesivos gobiernos de Suárez, González, Aznar y Zapatero han engañado de forma sucesiva a los saharauis en clara connivencia con el gobierno de Hassan II y ahora con el de Mohamed VI. Colegueo de mandatarios, amistad fraterna entre reyes y, mientras tanto, millones de refugiados despojados de su tierra, de su país. Es el sino de los pueblos del desierto que, aunque vivan pacíficamente, arrancando su sustento en estas tierras de extremos, siempre habrá alguien que desee lo que ellos tienen.
 
Molina y yo montamos el equipaje en un pis-pas y Carlos, como siempre, un poco más rezagado, aún estaba asegurando las alforjas cuando nuestro motores se pusieron en marcha. A última hora decidió que quería acercarse a la playa a sacar unas fotos pero nosotros se lo desaconsejamos porque estaba bastante lejos. Había que transitar por una zona de dunas, luego pasar otra de piedras y, al final recorrer un tramo largo de arena para llegar a la playa. En total casi kilómetro y medio. Se quedó dudando un rato y, mientras tanto, nosotros nos pusimos en marcha con la promesa de detenernos en Tan-Tan, a veinticinco kilómetros, para repostar y realizar la limpieza de filtro en la Vstrom.
Llegamos a Tan-Tan y en la gasolinera me dispuse a hacer de mecánico para intentar solucionar los problemas que había arrastrado todo el día anterior. Allí, extraje el depósito bajo la atenta mirada de los empleados de la gasolinera que no perdían detalle de las evoluciones de los dos guiris. Para acceder al filtro hay que quitar embellecedores, asiento y depósito por lo que la maniobra me llevó un buen rato. Al quitar el depósito y moverlo me di cuenta de que apenas si quedaba un cuarto de litro de gasolina en el interior. La tarea se desarrollaba de forma relajada, charlando un poco con todo aquel que se acercase a darnos conversación. Un portugués que trabajaba en el puerto se quejaba de lo sucio que estaba Marruecos y de lo mucho que necesitaba ir a Portugal cada ciertos meses para “desintoxicarse” de tanta mierda y tanto caos. Uno de los chicos de la gasolinera me prestó una llave y aflojó algunos tornillos. Cuando llegamos al motor ya no quiso seguir, supongo que por prudencia. En cualquier caso se mostró muy amable y me limpió el filtro con aire a presión cuando lo extraje.
Carlos seguía sin aparecer.
Volví a montar el depósito y dejar la moto como estaba pero la tozudez de los plásticos hizo que la cinta americana sustituyese algunos de los “clips” con que originariamente iban montados. La chapuza se imponía ya que soy el maestro de lo “provisional-definitivo”, que diría mi amigo Gelucho. Llené el depósito hasta la mitad y añadí un bote de Winns para limpiar inyectores. Luego me di una vuelta por el pueblo y regresé a la gasolinera para terminar el llenado y ver si Carlos aparecía para continuar la ruta. La moto seguía igual que antes, si acaso una pequeña mejoría casi inapreciable en mi estado de paranoia.
A las dos horas Carlos llegó con malas noticias. Había perdido su cámara fotográfica de mil ochocientos euros, más que el valor de su moto. En su indecisión a la hora de ir a la playa había dejado la mochila de la cámara sobre el asiento de la moto y, en algún punto de los veinticinco kilómetros que nos separaban de la
costa ésta se había caído. Había regresado al camping, preguntado en recepción, a un pordiosero al que no quise darle monedas, al vigilante… con infructuosos resultados. En el control policial que habíamos pasado los policías le indicaron que, al pasar por allí, llevaba la mochila sobre una de las alforjas, un tanto ladeada. Luego, en la carretera mientras la escudriñaba buscando un bulto azul, uno de los camiones de pescado que estaba detenido en el arcén le había hecho señas, pero él, obnubilado por la perdida, siguió su incansable búsqueda. Más adelante te daría cuenta de que, probablemente, el conductor había visto la mochila y la había recogido, pero en ese momento ni se le ocurrió. La prisa mata, amigo.
Sentados en la terraza del hotel Sable d´Or, del mismo propietario que el camping de Tantan Playa, conocimos a Ibrahim que se prestó ayudar a Carlos en lo que hiciera falta para recuperar la cámara. También nos presentó al alcalde del pueblo, casualmente dueño del hotel. Ibrahim trabaja de camarero en Barcelona, en las Ramblas. Nos dijo algo que me llegó al alma: se sentía español, llevaba muchos años trabajando en España y sentía a los españoles como sus hermanos. No podía ver que alguno de sus compatriotas españoles estuvieran pasando un mal momento y no poder ayudarles. !Que lección de solidaridad seguramente no correspondida en su país de acogida¡
Juntos se fueron a recorrer las tres o cuatro comisarías de la ciudad para poner al corriente a la policía. Molina y yo nos quedamos en la terraza del hotel, en mi caso preguntándome si tendría que haber ido con Carlos. A decir verdad él venía buscando aventuras y cosas que contar al regreso así que creí oportuno dejar que realizara las gestiones él solo. En realidad no estaba solo pues Ibrahim lo acompañaba en todo momento e incluso lo invitó al taxi.
Carlos estaba abatido y se resistía a abandonar Tan-Tan, pero llegó un momento en que poco más podía hacer para recuperar su cámara así que nos dispusimos a emprender la marcha a media mañana, de nuevo en dirección norte. Yo me sentía totalmente frustrado, tanto por la pérdida de Carlos como por los problemas que la moto estaba teniendo, todo ello sumado al varapalo que supuso nno poder llegar a Mauritania. Busqué un locutorio y llamé a Elena, mi esposa. Sabía que ella no podía solucionar nada de loo que me estaba ocurriendo, pero necesitaba oír su reconfortante voz y sentirla cerca. Le conté un poco por encima las últimas noticias, intentando no dar demasiados detalles para no preocuparla. Después de todo la moto aún no me había dejado tirado.
 
 
En Guelim nos detenemos a comer. Cuando aparco la moto, vigilada por un guardián de los muchos que abundan en Marruecos, le grito a Molina que aparque junto a las nuestras, a la sombra – Jose, ven pacá!- y una voz me responde desde el interior de un garaje, “ata la jaca Paca !”. Me hizo mucha gracia porque resultaba como una voz de ultratumba escondida tras el portón de madera. El sol aprieta cada vez más y parece que habíamos dejado atrás, definitivamente, el tiempo nublado de los últimos días. Pero a Molina eso parecía no importarle. Llevaba quejándose de frío desde que salimos de España, como si tuviese el termostato corporal dañado, así que se colocó, mientras comíamos el postre en la terraza, a pleno sol, a unos treinta y cinco grados de temperatura, causando la hilaridad del resto de comensales. Él, ajeno a todo, parecía un lagarto sesteando encima de un pedrusco.
Volvimos a comer pescado a la parrilla, delicioso y a un precio económico, tal y como había sido durante los últimos días.
Volvemos a la ruta y mi moto comienza a ir mejor, los tirones son más espaciados y parece que tiene más potencia; la preocupación se disipa un poco. Aún seguimos desandando camino, pero será el último día ya que al llegar a Agadir nos desviaremos hacia Marrakech y entraremos en carreteras para nosotros ignotas y desconocidas. Pero antes aún habíamos de pasearnos por Agadir y alojarnos en el hotel Solman, de tres estrellas donde, por siete euros por cabeza, estuvimos como reyes y pasearnos por sus famosas playas.
Al día siguiente nos esperarían vertiginosas curvas, tráfico loco y calor en las tierras rojas.