Desde hace ya algunas semanas vengo barajando la posibilidad de cambiar de moto.

No, la Royal no, que aún nos queremos, la BMW. No es que me haya dado ningún problema en sus casi 130.000 km, pero encuentro que esta moto es demasiado cómoda y demasiado eficiente para mí.

Puede que no termine de acostumbrarme a esto de que la moto siempre vaya “redonda”, que no se oiga ni un mal ruido o que el asiento de gel sea demasiado bueno para mis posaderas. O que las carreteras cauternarias del norte de España sean demasiado estrechas y retorcidas para rodar con esta gran gabarra.

Es que, cuando compré la BMW R1200RT, creí que iba a seguir viajando al mismo nivel que hasta entonces. Sin embargo descubrí que disfrutaba muchísimo viajando en otras motos que no eran de mi propiedad. Vino el viaje a India, con dos Royal Enfield alquiladas. Luego otro mes en México, con una GS 1200. En cada uno de estos viajes me di cuenta de que no era necesario rodar miles de kilómetros con mi moto para llegar a un destino: podía tomar un avión y alquilar una moto, que disfrutaría lo mismo.

Yo era de los que pensaba que TODOS los viajes tenían que ser con mi propia moto, como si no hacerlo le restara, quizá, un poco de “autenticidad”. Tonterías.

Y así, a lo tonto, empecé a mirar páginas web de venta de motos de segunda mano. Al principio de forma tímida, como tanteándome. Luego, centrándome en un par de modelos en concreto. Al final de forma compulsiva y con la firme decisión de vender la BMW.
Primero le anduve dando vueltas a las Triumph, que siempre me gustaron mucho. Luego a las Guzzi que, además de gustarme, siempre estuvieron envueltas de un cierto halo de “máquinas con alma”.  Es una de estas marcas icónicas que parece que siempre estuvieron ahí. Fabricantes que, después de cien años, aún siguen en el mercado. Es como adquirir un pedazo de Historia.

Y no es que una moto alemana no tenga también esta cualidad, que llevan ahí desde los años 20 del siglo pasado. Pero una italiana viene revestida de algo especial que perdura en el tiempo, en este veleidoso mundo de la moto.

 Seguramente no faltará a quien, una moto italiana, le recuerde la poca fiabilidad achacada a algunos modelos de los ochenta, con lasmotos italianas.Sea como fuere, este de comprarse una moto es, a veces, un acto de fe. Una decisión que se toma con el corazón, con las tripas, más que con la cabeza. A vecessale bien y otras… pues no tanto.

El caso es que, ahí ando, buscando motos de ocasión y mirando fotos hasta el hastío buscando una Guzzi V7 que se adecúe a lo que ando buscando.

Y se me van los ojos.

Y el corazón me dice que lo que necesito es una scrambler o una café racer, una neoclásica o una bobber con la rueda delantera bien gorda. Pero la cabeza insiste: aún te quedan muchas carreteras para recorrer a dúo, muchos viajes con tu moto a destinos lejanos y muchos inviernos bajo la lluvia y el frío.

Así que, ahí andamos, con la eterna lucha entre el corazón y la cabeza.