Al ser esta ser la primera entrada del blog creo que habrá que abrir con algo trascendente, como por ejemplo la variada iconografía del mundo moteril. Parches, camisetas, pins, chalecos, colores… y toda la parafernalia que se desenvuelve alrededor del mundo de la moto tienen, en su mayoría, un origen común: el ejército.Es curiosa la afición que tiene el ser humano, y el sexo masculino en particular, por adocenarse y aborregarse en torno a un símbolo, a un líder. Quizá sea la forma de esconder las carencias propias y esconda una elevada falta de autoestima. Sea como fuere la realidad es que cada vez proliferan más los motoclubs de corte “militar”. Aún habiendo pasado muchos años desde los sucesos de Hollister y la vuelta de los veteranos de la segunda guerra a los EE.UU. lo cierto es que la filosofía que impregnó aquel movimiento sigue presente en el subconsciente colectivo y tiene un poder de atracción muy grande, en parte gracias a la industria cinematográfica. 

motero con cueroPodemos encontrar en algunos motoclubs figuras como la del “Road Leader”, el “Capitán” o el “Sargento” , de indudable corte militar, al igual que los primeros motoclubs americanos integrados por excombatientes sedientos de adrenalina y sumidos en el aburrimiento de la sociedad civil. Qué es lo que puede impulsar a un individuo hecho y derecho, cuarentón o cincuentón, con suficiente pasta como para poder permitirse el lujo de comprar una moto de 20.000 €, para embarcarse en una ruta en moto a las órdenes de otro panzón perilludo como él? Sinceramente creo que una falta de autoestima muy grande que le hace creer que los demás son más moteros que él.En fin, que me lío y no era esto de lo que quería disertar.

 Los símbolos. Las calaveras, la cruz de hierro, las águilas calvas y todo un rosario de merchandising del macarrismo de lo más variopinto. Es el ánimo de querer marcar la diferencia, de creerse especial y de pertenecer a una estirpe que valora la libertad y el individualismo, una contracultura, un desafío a los valores establecidos que se convierte, al final, en una uniformidad manifiesta que representa, precisamente, todo aquello a lo que se oponía. Una y otra vez se repiten los mismos clichés, el mismo patronaje en vestimenta y actitudes, las mismas poses en los mismos rebaños, como recién salidos de la cadena de montaje.