Fecha: Noviembre 2007. 375 km
Fotos de la Ruta
Mapa

El lunes el despertador suena a las 8:30 h. y abro un ojo con desgana. En la calle ya suena la actividad diaria del comienzo de la semana y la cotidianeidad se apodera de una mañana fría de noviembre.

 

Sin embargo, Elena y yo tenemos otros planes. La Vstrom está en el bajo, calentita, esperando para un día de carreteras de montaña. Nos disponemos a realizar la Ruta de los Seis Puertos, nombre rimbombante que me inventé ayer y que nos hará recorrer la complicada orografía del suroccidente asturiano a lomos de la nueva burrita.

 

A las 9:30 h. salimos en dirección al primero de los puertos, El Acebo, que separa Asturias y Galicia en la carretera AS-28. El sol se asoma hace rato pero, en su timidez, no consigue caldear el día.

 

Habida cuenta que vivimos a escasos 14 km de la frontera con Galicia en menos que canta un gallo estamos haciéndonos la foto en lo alto del puerto. La temperatura es fría aquí arriba, pero nada que resulte desagradable, esta noche la helada ha sido menos severa que de costumbre de modo que se rueda en unos umbrales de cierta comodidad. La cara norte del Acebo se nos muestra con los colores otoñales más característicos, aunque remarcados los tonos ocres por estar ya la estación muy avanzada.

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Dejamos la AS-28 y comenzamos el vertiginoso descenso hasta el Río Navia, 14 km de carretera estrecha con el embalse al fondo, presidiendo, majestuoso, la enormidad del valle. Algunos jirones de niebla se descuelgan por aquí y por allí, contrastando con su blancura el verde oscuro de las laderas cubiertas de brezo. Conforme descendemos entre bosques de castaños, la temperatura comienza a tornarse más fría y subo los puños calefactables al máximo. Aquí abajo todo se vuelve más sombrío y el sol no acerta a meterse a las profundidades.

 

Circulamos durante unos km. paralelos al río Navia y luego al Ibias, con el frío de la umbría entumeciéndonos y convirtiendo nuestro paseo en un escalofrío permanente.

 

En unos minutos comenzamos el ascenso al segundo de los Puertos, el Pozo de las Mujeres Muertas, que separa los concejos de Allande, Cangas del Narcea e Ibias. Detrás de tan enigmático nombre pervive, como no, una leyenda popular: unas vaqueiras1de Luarca, de regreso a sus cuarteles de invierno, se percataron al bajar de las Brañas del Candal, de que se les olvidaban las mantas y regresaron sobre sus pasos a buscarlas. Al volver, una enorme ventisca de nieve las sorprendió se resguardaron en un pozo natural. Al llegar la primavera encontraron los cadáveres de las infortunadas chicas, envueltas en sus mantas, acurrucadas en el fondo del pozo.

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En el alto paramos a estirar las piernas e intentar entrar en calor. Elena tenía las manos y pies helados y mis fabulosas botas de Gore-Tex demostraron que, para viajar,  hay mejores calzados que las botas de monte.

 

El aire frio tiende a bajar y nosotros subimos a tender. Esta tendencia al sube y baja hace que, en unos instantes estemos bajando el Pozo de las Mujeres Muertas, dejando el Bosque de Muniellos a nuestra derecha y zigzagueando paralelos al río Coto. Una vez en el valle el frió es insoportable, calculo que la temperatura no pasaría de 1ºC, lo cual, junto a la humadad reinante, agravaba la sensación térmica. Ni siquiera los puños calentando a tope me aliviaban puesto que los pulgares y el anular e índice de la izquierda, los dedos del embrague, se me estaban congelando. Elena, sufrida copiloto, ni siquiera tenía la suerte de llevar un poco de calor en las manos y de vez en cuando lo comentábamos a través de nuestros recién estrenados intercomunicadores. No son gran cosa, pero para 39 euros tampoco se puede pedir más y nos evitamos andar dando voces.

 

A todo esto la moto como una seda, ni frío ni calor, ni reacciones extrañas ni un acelerón más alto que otro. Un suave ronroneo de su motor, “eléctrico”, y una entrega de potencia a cualquier régimen que me tiene encantado durante todo el trayecto. Además, el asiento, amplio y confortable, hace que ya nos hayamos olvidado de los dolores de culo que nos asaltaban después de recorrer más de cien km. Esto es otro mundo. Cierto es que si esto es otro mundo, no me imagino lo que puede ser viajar en una BMW serie K, una Paneuro o una Goldwing tipo Entreprise, el paroxismo.

 

Un café rápido en la Riela y nuevo cambio de carretera a la AS-15, que nos llevará al ascenso al tercer puerto, El Rañadoiro. En las estribaciones del mismo nos vamos quedando cada vez más sorprendidos por la variedad de tonos que se abren ante nuestro ojos. Las hayas rojizas y parduscas, los robles, marrones y agostados, los alisos del río, en su mayoría desprovistos de hoja y ofreciendo una desnudez sobrecogedora, los avellanos que bordean la carretera exhibiendo aún, impúdicos, el verdor que sus compañeros anhelan. Todo un festín de colores que tiene su cúlmen a media ladera donde un bosquete de alerces nos desvela su intenso amarillo, contrastando con el verde hosco de los pinos y el granate de los hayedos. Esto es el espectáculo del otoño, querido lector. Esto es la fiesta del color, de los sentidos y de la emoción contenida.

 

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Dejamos atrás el Rañadorio atravesando el túnel, y continuamos, en descenso, en dirección a Degaña y el Puerto de Cerredo. A nuestra derecha, de nuevo, el Bosque de Muniellos y a nuestros pies las aldeas de Larón y La Viliella, conservando aún restos descarnados del incendio forestal sufrido hace tres años. La verdad es que, después de haber visto el estado de la zona por aquel entonces, me sorprende la recuperación del monte. Apenas quedan signos de la debacle y es que, esto es Asturias, la verde, la lluviosa y la fértil, no cabe duda.

 

Después de atravesar este festival de colores y de enriquecer el espíritu con la fronda boscosa, se nos abre el valle de Degaña, una amplia hondonada con pueblos como Fonduveiga que con su toponimia nos anuncian la riqueza de estas vegas de alta montaña.

 

 

Pasamos Degaña, capital del concejo y llegamos a Cerredo, poblachón minero teñido de negro y con pretensiones cosmopolitas en la Asturias profunda. Es increíble que un asentamiento tan horrible como éste, donde no quedan sino algunos vestigios de la antigua población, esté situado en un lugar tan paradisíaco. Rodeado de bosques de robles, Cerredo es
como un oasis de mierda, en medio de tanta belleza. A la salida, para rematar lo innoble de la estética, se haya la Mina de Cerredo donde Victorino Alonso, el dueño, contribuye a realzar la belleza del entorno por odiosa comparación. Pasamos entre enormes montañas de carbón mientras un camión levantaba una nube negra de aspecto enfermizo que nos envolvió por completo.

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Una vez superada la zona industrial volvemos a sumergirnos en un paisaje natural que apenas se ve modificado y llegamos Puerto de Cerredo, que separa Degaña de Villablino, en León. El cartel nos anuncia la llegada a Castiila y León y un poco más abajo León nos anuncia que es León sin Castilla. Medito unos instantes sobre nuestro afán por marcar fronteras y vallados, en unos casos para defender nuestra superioridad económica y en otros para enmarcar nuestra paleta impresión de superioridad nacionalista.  Espero curarme de estos males viajando.

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Ya quedó atrás Caboalles, (el de Arriba y el de Abajo), Villablino y estamos cerca de la Estación Invernal de Leitariegos.

 

Se acerca la una de la tarde y el sol ya está en su punto más alto, lo cual, a mediados del mes de noviembre, no quiere decir que esté muy alto. Sea como fuere el frío intenso de la mañana ha dado paso a una temperatura mucho más agradable.

 

 

Después de superar el Puerto de Leitariegos nos asomamos al enorme valle de Naviego, con sus laderas pobladas de bosques y prados formando un precioso mosaico.

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Ya llevamos 230 km y nuestras posaderas aún no se resienten. Definitivamente esto es una sensación nueva y tengo la certeza de que voy a hacer con esta moto un viaje muuuuy largo, no me cabe duda. Al llegar al fondo del valle nos detenemos a comer en el borde de la carretera donde, por inercia, compruebo el nivel de aceite y la tensión de la cadena. Todo correcto, ¿acaso esperaba otra cosa? Sinceramente, no.

 

 

Hemos pasado cinco de los seis puertos previstos y aún son las tres de la tarde, nos quedan tres horas de ruta por delante y tan solo 70 km por recorrer. Con este panorama decidimos cambiar el último puerto de montaña, El Palo, por el Puerto de La Espina y añadir, un poco de sal: el Puerto de Luarca, que es de mar, pero también puerto. Volvemos a la AS-15 hasta el desvío a Tineo sin grandes emociones, de ahí a La Espina, donde un penetrante olor a estiércol y a purines lo envuelve todo y descendemos hacia la costa por la N-634, la carretera más famosa entre los moteros asturianos. A nosotros, que viajamos tranquilos como una cesta de gaticos, disfrutando del paisaje y reteniendo sensaciones, las emocionantes curvas de La Espina nos dejan indiferentes, pero no ocurre lo mismo con el paisaje, con los túneles naturales que se forman bajo el dosel arbóreo. Esto sí se disfruta.

 

 

 

 

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Temporary name, please change.Hacemos parada en el Puerto de Luarca y otra, más testimonial en el Puerto de Navia, para decidir, en el último momento, añadir un puerto más a nuestro particular Guinness: el Puerto de La Garganta, que separa Los Oscos de la comarca de Vegadeo. De aquí, poco más nos queda que volver a casa, a menos que queramos repetir puertos. La verdad es que ya estamos un poco cansados y la noche se nos está echando encima.

 

Concluimos una jornada intensa donde la ruta inicialmente prevista de los seis puertos se ha convertido en la Ruta de los Siete Puertos y Dos de Propina. Constanto lo que ya sabía, que la Vstrom es una gran máquina y que no me he equivocado en absoluto en la elección. Son ya unos 1000 km en estos seis días y la cosa promete.

 

Estoy feliz con la máquina.

 

 

 

CARTA NOVENA. Gaspar Melchor de Jovellanos «Vaqueiros de alzada llaman aquí a los moradores de ciertos pueblos fundados sobre las montañas bajas y marítimas de este Principado, en los concejos que están a su ocaso, cerca del confín de Galicia. Lláman
se vaqueiros porque viven comúnmente de la cría de ganado vacuno; y de alzada, porque su asiento no es fijo, sino que alzan su morada y residencia, y emigran anualmente con sus familias y ganados a las montañas altas.