A veces, viajando en moto, ocurre que uno se encuentra en una carretera solitaria. También ocurre viajando en coche pero el sentimiento de soledad no es tan acentuado. El paisaje va pasando a tu lado acompañado tan sólo del rumor del viento en el casco.

No hay nadie. Puede ser que haya coincidido con la hora de comer, con la de la siesta o, simplemente, es una carretera con poco tráfico. El caso es que te encuentras tu solo, rodando tranquilo y con pensamientos que pasan a toda la velocidad por el interior de ese universo que se encuentra en el interior del casco.

 

 

Y te pones a imaginar cómo sería estar solo en el mundo. Piensas que cómo sería y qué harías si, en ese preciso instante, la humanidad desapareciera sin dejar rastro. Parece la expresión máxima de la libertad. Dispondrías de recursos casi ilimitados para vivir el resto de tu vida. Motos de todas las marcas y modelos para probar en el momento que te apeteciera y carreteras solitarias como ésta por la que transitas, sin límites.

Podrías subirte a un yate, mear desde lo alto de La Cibeles y aparcar tu moto justo debajo de la Torre Eiffel.

 

Pero descubrirías, pasados unos días, que todo aquello que ahora te encantaría hacer ha perdido el sentido. Después de probar las idioteces más variopintas y de gritar en los museos, ya no te apetecería nada de eso. Aún te quedarían muchas cosas por probar pero se te irían las ganas. El deseo, poco a poco, iría sucumbiendo al sentimiento de soledad y la alegría de vivir y de hacer chorradas se te iría pasando. Los días comenzarían a ser aburridos y ese poder que tanto anhelabas dejaría de tener importancia.

 

Pronto ni los coches, ni las motos, ni los ordenadores, ni siquiera conducir un dumper gigante por los barrios ricos sería algo divertido.

 

¿A dónde quiero llegar con  todo esto? Pues ni yo mismo lo sé muy bien porque hay cosas que deberían quedarse en el universo del casco. Supongo que a corroborar que los deseos, los anhelos y las frustraciones de no tener aquello que queremos de forma ferviente no son más que espejismos de la mente puesto que, si algún día pudiéramos tener todo eso, en poco tiempo dejaría de tener importancia. Pasado el primer subidón de “tener” viene el bajón del hastío.

Es curiosa la psique humana. Constantemente deseando poseer, tener, acaparar materia y experiencias. ¿para qué? Para, una vez llegado al oscuro objeto de deseo, descubrir que no nos hace tan felices como nosotros creíamos que nos iba a hacer.