sali a dar una vuelta portada

He tardado en ponerme con el libro de Fabián supongo que que aterrado por su enorme volumen. Son más de 500 páginas con su correspondiente DVD multimedia que, he de reconocerlo, no me molesté en abrir; creo que estoy saturado de imágenes de motos por el mundo, motos de viaje y motos en situaciones de lo más variopinto.

¿De qué va? De un viaje en moto alrededor del mundo durante dos años. Nada más y nada menos.

El libro se maneja mal debido a su volumen, es lo que tienen las obras con cientos de páginas: hay que acomodarse para trajinar con él. También he encontrado que hay páginas descolocadas en mi ejemplar, debiendo volver atrás para poder seguirlas en el orden correcto. Una vez inmerso en la lectura encuentro que el autor tiene una cierta fijación con las putas: hasta la página 100 las nombra, por lo menos, diez veces. Nada que objetar pero resulta chocante tanta referencia al puterío, más que nada porque suena a irreverencia impostada cuando aparecen de modo forzado. Con las gallinas parece que también hay una especie de fijación porque son nombradas unas cuantas veces. Pero el libro, aparte de estas curiosidades, tiene más miga.

Fabián es el rey de las descripciones y, según sus propias palabras, se caracteriza por el abuso de frases subordinadas, adjetivación de dudoso gusto y decenas de páginas con descripciones innecesarias. Estoy de acuerdo. Salí a dar una vuelta está plagado de descripciones larguísimas, excesivas en su detalle y en ocasiones, rallanas con la pedantería. Es marca de la casa. Esto está muy bien si en la trama ocurre algo más pero, a veces, lo único que nos encontramos en algún capítulo son descripciones de lugares sin concesión alguna para la reflexión personal, sin espacio para la vivencia íntima. Es su estilo, lo se, pero uno se queda con la impresión de que en el viaje del autor no acontece nada relevante y acude a un barroquismo perfecto para rellenar páginas. En otras ocasiones se agradece este puntillismo descriptivo porque la ocasión lo merece y los detalles ayudan a transportarse al lugar de los hechos pero, en general, abusa de los adjetivos hasta el hastío.

sali a dar una vuelta

La sensibilidad que el autor demuestra en algunos pasajes, el gusto por el detalle, tienen su contrapunto en la “bordería” y el desprecio con que trata a alguno de los figurantes, eso sí, siempre con un sentido del humor fino y en ocasiones, ácido. Tan pronto te lo encuentras despreciando paisajes que otros considerarían cautivadores como llenando el texto de diminutivos cursis. El viejito, el banquito y resto de los itos, chocan de plano con la rudeza con que, a veces, describe a las personas con las que se encuentra. Es divertido.

En otros pasajes resulta tan hiperbólico que, por fuerza, no te lo crees. Exageraciones llenas de humor que le dan a algunos capítulos un aire bufo que, como dije antes, sirve de contrapunto a la parte más sensiblera.

Llama la atención que Fabián, un tipo culto, elegante y educado (quizá por eso) se esfuerce tanto en hacer hincapié en el feismo del mundo: hoteles, barrios o pueblos enteros son descritos muchas veces como el último agujero del orbe. No dudo de que eso sea así pero encuentro que tiene una especial querencia por mostrarnos, con una buena capa de acidez, lo más abyecto de la civilización. Se recrea en ello. Como cuando describe, con todo lujo de detalles escabrosos, la cremación de un cadáver en Benarés; resulta verdaderamente asqueroso.

Otras veces es desternillante y lleno de humor el modo en que se enfrenta a situaciones comprometidas pero, en general, da la impresión de que el autor tiene dificultades para relacionarse con los demás, aunque esto es una impresión muy personal.

Algo que no me ha sorprendido, porque es habitual en muchos escritores de viajes, es el empeño en marcar diferencias con los “turistas”. Parece que los que viajan en moto quieren hacernos ver que pertenecen a una clase especial que los diferencia de los vulgares “turistas”. Entran en una especie de quintaesencia viajera y se esfuerzan para que no los confundamos con los primeros. Lo he visto, en menor o mayor grado, a Silvestre, a Oromí, a Calvo o al mismísimo Ted Simon. Es como si el hecho de subirte a una moto te separase del resto de occidentales que viajan en otro medio de locomoción. “Yo no soy turista, soy viajero”.

Fabián se muestra bastante tímido en la primera mitad del libro, apenas nos desgrana algún detalle de su niñez y lo hace con mesura, como dejando entrever. Sin embargo, cuando el autor se encuentra con su padre en Buenos Aires quizá ya ha llegado a cierto grado de confianza con el lector y nos deja ver un Fabián mucho más íntimo, más resuelto y más “conversador”. Detalles de su juventud, de la relación con su padre, de su yo interior, van apareciendo poco a poco. Creo que en este punto me reconcilié con el autor y con “Salí a dar una Vuelta”.

Reconozco que Fabián Barrio es un maestro sobre el escenario, domina la palabra y el arte escénico a la perfección. Reconozco que tiene un gusto exquisito para editar vídeos, creando minidocumentales amenos y divertidos. Reconozco que con su locuacidad y voz profunda sería capaz de venderle hielo a un esquimal. Pero su libro no es lo que me esperaba. La primera mitad se hace larga y, por momentos, pesada. Quizá si hubiera condensado la obra en 200 o 300 páginas y hubiese prescindido de la mitad de los adjetivos hubiésemos tenido un libro mucho más ameno.

  • Tapa blanda: 500 páginas
  • Editor: 2Tmoto (1 de octubre de 2012)
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 8461598954
  • ISBN-13: 978-8461598953