No duda uno, en ocasiones, en sentir admiración por personajes que, a pesar de ser reales, viven en nuestra imaginación. Personajes a los que moldeamos a nuestro antojo y a los que atribuimos cualidades que, ni de lejos, tienen cuando nos enfrentamos a la persona de carne y hueso.

fan fatalComenzamos poco a poco. Nos acercamos a esa persona a través de las redes sociales o gracias a lo que escribe. Afortunadamente, hoy todo el mundo escribe en internet y la relación epistolar está viviendo una segunda juventud. Nos acercamos, digo, y vamos descubriendo algunas cosas que nos atraen. No tardamos en, por arte de birli-birloque, encumbrarlo y convertirlo en héroe de nuestro particular micromundo. Él o ella encarna todo aquello que a nosotros nos está vedado, bien sea por propia imposición o porque la dinámica vital nos ha empujado a no ser lo que creímos que íbamos a ser. O porque, de repente, descubrimos que lo que somos no es lo que pensábamos y ya no nos resulta tan atractivo. Sea como fuere, ese viajero, ese motorista mediático encarna la mismísima concepción que nosotros tenemos de lo que debería ser nuestra vida. Y le vamos poniendo formas. Y colores. Y lo adornamos con cualidades que creemos que tiene.  Puede hacer casi cualquier cosa porque nosotros todo se lo perdonaremos, para eso es nuestro héroe.
Pero un día cualquiera nos damos cuenta de que no es oro todo lo que reluce y que el personaje no es tal y como lo veíamos. Y cambia nuestra visión hacia él.
De la noche a la mañana el personaje ya no es tan majo, ya no es nuestro héroe porque, sin saber muy bien cómo, lo hemos bajado del pedestal.
A mi me ha pasado. Tuve encumbrados a viajeros motoristas que, para mi, representaban todo aquello que yo nunca podría alcanzar. Su vida con la moto como centro, su viaje non-stop, su falta de compromiso con la sociedad, ese andar libre sin más destino que el que te marcas cuando te levantas por la mañana (o por la tarde).
Y, hete aquí que un día, meditando sobre la vida de aquel viajero, me di cuenta de que solo era un pobre de espíritu que, como todos, andaba a la búsqueda de algo que no encontraba. Una persona con dificultades en las relaciones sociales, a la que le costaba hacer amigos y dado a las relaciones efímeras y poco profundas. En realidad él siempre había sido así, nunca intentó engañarme ni, mucho menos, aparentar lo que no era. Nunca escondió su carácter asocial ni se mostró más solícito que mis amigos del mundo real. Pero yo veía en él todo lo bueno de “la vida en moto”.
Viajeros como Fabián Barrio, Miquel Silvestre, Charly Sinewan, Alicia Sornosa, El Búfalo, MrHicks y tantos otros han de tener, por fuerza, una legión de seguidores que, como yo hacía con el mío, los tengan encumbrados y vean en ellos lo que no son.
La cosa no es buena ni mala, supongo que todos admiramos a alguien y vemos en él cualidades que no tiene, o las tiene menos desarrolladas de lo que pensamos. Esto es sólo por el hecho de que nuestra pasión nos ciega, es normal y me imagino que un mecanismo común del subconsciente antiguo que nos prepara, como primates que somos, para seguir al jefe de la manada.
El problema viene cuando se produce el “efecto rebote” y en un abrir y cerrar de ojos, el personaje, que va a su aire y bastante tiene con no sucumbir a sus propios miedos, a sus carencias y a sus debilidades, se convierte en objetivo de las frustraciones de su, otrora, fan irredento. Aparece aquí todo lo malo del ex-seguidor: la envidia, la impotencia y el odio. Es duro darse cuenta de que tu héroe no es más que una persona de carne y hueso, un ser normal y corriente que te puedes encontrar a la vuelta de la esquina. Y lo que es peor, es alguien como tú. Alguien que te recuerda que, si tú no eres él, si no estás haciendo lo que él hace, aún deseándolo, es única y exclusivamente responsabilidad tuya. Él, a pesar de sus carencias, o a causa de ellas, ha tenido arredros suficientes para dejarlo todo y salir en pos de un sueño. Ha sido capaz de sacrificar todo lo necesario para buscar una quimera. Quizá sea algo inalcanzable o, ahora que ya somos conscientes de sus carencias  y debilidades, esos objetivos no nos parezcan tan estupendos. Pero en el fondo el “antifan” sabe que eso es lo de menos: el personaje ha tenido el valor necesario y él no.
Y estos personajes, los egregios, desde que el mundo es mundo, han pagado caro ese atrevimiento de salir afuera a encontrarse con sus sueños. La grey no perdona.