En los años 90 cualquiera que escribiese cuatro cosas medianamente bien hiladas en Internet era un gurú, un icono. Si ese alguien contaba algo de otros países era la quintaesencia del viajero. Si además, viajaba en moto estábamos ante la sublimación de lo perfecto. Eso sin tener en cuenta la carga de “verdad” que venía implícita en un medio de comunicación tan novedoso; alguien que era capaz de escribir en algo tan complicado como la red de redes era poco menos que un genio.

Pero aquello eran los 90 y montar una página web no era moco de pavo. Por fortuna hoy es mucho más fácil crear un blog de forma gratuita y cualquiera, sin apenas conocimientos, puede contar sus aventuras y desventuras en un periquete. Pero esto es un arma de doble filo.

Si en la pasadas décadas aún no eran muchos los que se decidían a contar sus viajes en Internet, en la presente han proliferado este tipo de páginas de forma exponencial. Y eso hace que tengamos más elementos de comparación. Ahora ya no sirve subir cuatro fotos desenfocadas y un texto mal hilvanado porque, el que más y el que menos, ha leído un montón de viajes ajenos y se ha convertido, si no en un experto, sí en un lector con más experiencia. Lo que antes encandilaba por la originalidad del formato o por lo novedoso del tema, ahora está más trillado y ya no sorprende a nadie.

Ayer, leyendo las aventuras en moto de alguien que viaja mucho, me sorprendió la baja calidad del producto final. No solo lo mal contada que estaba la historia sino la escasa calidad literaria. Era como estar leyendo una redacción de secundaria sobre un viaje en moto. La poca originalidad de lo que contaba, unido a su falta de pericia me hicieron reflexionar sobre lo pobres que me resultaban ahora sus escritos, comparado con lo que publicaba esa persona hace unos años. Es probable que hace unos años escribiera con la misma falta de maestría y que yo ni me diese cuenta. Cabe la posibilidad de que siempre fuese una persona mediocre a la hora de transmitir pero que, cegado por la novedad, ni me percatase de ello. Ahora, con la cabeza saturada de viajes de unos y de otros, y con la estantería llena de libros de motoviajeros, mi espíritu crítico está acentuado y lo que antes resultaba aceptable, ya no lo es tanto. Son tantos los blogs de viajes, en moto o no, que uno termina por sucumbir ante el exceso de información.

Para que una historia de viajes enganche, a día de hoy, tiene que cumplir más requisitos que hace unos años. Ya no sirven textos deslavazados en los que se relata una historia coja, perlada de descripciones pueriles. Ahora necesitamos que el autor mantenga nuestra atención de forma constante porque las tentaciones y distracciones que hay abiertas alrededor de la página son muchas. Hoy tenemos miles de blogs en los que nos cuentan una aventura.

El escribir una crónica de viaje ya no sirve. Hay que ir un paso más allá y relatar una historia con gancho porque todo el planeta está muy andado. Ya no impresionan viajes por el desierto, por los hielos o por la Ruta 66. Necesitamos una historia.

Y contadores de historias, hay pocos. Cuentistas muchos, pero viajeros que consigan mantenernos pegados a la pantalla sin sucumbir a las llamadas de atención de Facebook, de Twiter o cualquier otra red, muy pocos.