Henry Russel KilloughHace unos días publicaban en Facebook los amigos de Libros de Viajes Interfolio la foto de un explorador descansando en un primitivo saco de dormir. Se trataba de Henry Russell Killough, un acaudalado inversor que se dedicó, entre otras cosas, a escalar el Pirineo de forma casi compulsiva. Tal era su afición por las montañas que hizo de ellas su hogar transitorio mediante la excavación de cuevas que luego acondicionó para sus exploraciones.

La visión de este hombre metido en un rudimentario saco de dormir despertó mi curiosidad y me lancé a la red, dónde si no, a buscar los orígenes de este adminículo tan viajero. Lo que creí iba a ser una búsqueda rápida que satisficiera mi curiosidad se convirtió en una ardua tarea de la que no hay un claro vencedor. A cambio, me llegaron conocimientos históricos mucho más interesantes.

Andaba intentando corroborar que fue Robert Louis Stevenson, en el transcurso de sus incursiones por los Alpes en el año 1878, el que inventó el saco de dormir pero sólo conseguí averiguar que había diseñado uno impermeable y forrado de lana de oveja.

Un poco más tarde vino a mi pantalla Francis Fox Tuckett, un cuáquero inglés, montañero insigne que ya en 1861 probó un prototipo de saco creado con un tejido tipo manta y caucho por debajo para aislar del suelo y disponer de mayor confortabilidad.

Pero la historia definitiva vino de la mano de una hija de Erik El Rojo, la sin par Freydis Eiriksdottr. La chica, una vikinga rubicunda que destacó por su salvajismo y su intrepidez, se casó con Thorfinn, un hombre rico y algo pacato. Juntos, en  el año 1004, se embarcaron en una de esas aventuras de conquista y rapiña. Después de un duro viaje de tormentas y estrecheces, desde Groenlandia llegaron a Vinlandia (América del Norte) e intentaron comerciar con los nativos. Entre los alimentos que llevaban los vikingos figuraban los lácteos, imagino que yogures, quesos y leche pero quiso la mala suerte que la intolerancia a la lactosa hiciera creer a los aborígenes que aquellos rudos viajeros los querían envenenar. Los primitivos americanos, despechados y con ánimo de venganza, cargaron contra los vikingos en brutal ataque y éstos, en clara inferioridad numérica, se subieron a las naves y zarparon, pies para qué os quiero. Pero Freydis, embarazada y más lenta que sus compañeros de expedición, no llegó a tiempo. Sola en la playa, llena de amargura, miraba como las naves se alejaban surcando el Atlántico. Llena de ira, tomó una espada que los vikingos habían perdido en su huida, dio media vuelta y, con los pechos al descubierto emitió un sonido tan gutural y tan brutal que los indígenas quedaron paralizados por el terror y no se atrevieron a atacarla.

Sobrevivió con su hijo Snorri durante un año hasta que, su marido y el resto de aguerridos vikingos volvieron a buscarla.

En la travesía de vuelta una de las naves zozobró a causa de la tormenta y las dos tripulaciones tuvieron que hacinarse en un solo barco. Cuando los alimentos comenzaron a escasear las condiciones de convivencia se resintieron y Freydis, que ya había tomado el mando de facto, ordenó asesinar a la tripulación del segundo barco. Solo sobrevivieron cinco mujeres porque el código de honor vikingo les impedía matar a sus mujeres si estaban desarmadas. Esto no pareció contentar a Freydis que, con su hacha, degolló personalmente a las cinco chicas.

A pesar del fracaso de esta primera expedición Freydis y su marido consiguieron embaucar a dos hermanos finlandeses, Finnbogi y Helgi, para partir de nuevo hacia el Este. De los dos barcos, consiguieron hacerse con el más grande y, en lugar de embarcar a 30 tripulantes, metieron a 35. Esto trajo los primeros roces y rencillas pero ahora la que llevaba las riendas de la expedición conjunta era la propia Freyddis y no había quien le tosiera.

Al desembarcar montaron dos campamentos separados porque, ya durante el viaje, las broncas habían sido continuas. A pesar de que estaban en el mismo bando, a Freydis, no le gustaba que le tocaran las narices así que, ni corta ni perezosa, ordenó a su marido y a sus hombres que eliminasen a la tripulación del segundo barco. Usó para convencerlos, como no, malas artes y mentiras, diciendo que la habían atacado y otras falacias por el estilo. De nuevo, toda una tripulación fue pasada a cuchillo menos las mujeres, por aquello del honor vikingo y todo eso. Pero allí estaba nuestra Freyddis para llenar ese vacío legal y darle movimiento a su hacha.

Thorfinn y Freydis regresaron a Groenlandia y ante el temor de enfrentarse al destierro por haberse cargado a dos tripulaciones enteras que, para más inri eran de su mismo bando, les hicieron jurar a sus hombres, bajo amenaza de muerte, que mantendrían la boca cerrada. Sus hombres sabían que la hija de Erik El Rojo no vacilaría ni un instante en cumplir su parte.

Sin embargo, ya se sabe como son estas cosas de asesinatos y secretos, así que los rumores se extendieron por toda Groenlandia hasta llegar al que mandaba por allí, su hermanastro Leif Eriksson. Éste torturó a tres de los tripulantes hasta que admitieron la verdad. Aún así decidió correr un tupido velo y olvidar el asunto para no tener que castigar a su propia hermana.

Y… ¿a qué viene esto? Pues Freydis, entre hachazo y hachazo, ideó una especie de saco de dormir fabricado con la vela de repuesto de uno de los barcos que, curiosamente, se parecía bastante al de Robert L. Stevenson ya que, al igual que el suyo, ambos estaban impermeabilizados por fuera y forrados por dentro.

Y así, buscando al inventor del saco de dormir, no pude llegar a nada concluyente pero, a cambio, descubrí la Saga de los Groenlandeses y la Saga de Erik El Rojo que resultan mucho más interesantes.