De como la Autoridad puede hacer de tu capa un sayo e intentar imponerte una sanción por alguna cosa absurda, como por ejemplo pisar las líneas de la carretera. Aunque sean las discontinuas.

Cuando te dan el alto en un control policial siempre te imaginas una situación dramática. ¿Habré rebasado el límite de velocidad? Esa suele ser la pregunta más recurrente. Hay quien se pone nervioso y, ante la posibilidad de una multa se azora de tal manera que apenas si llega a ser capaz de balbucir su nombre. Y no es sólo por el importe de la multa, que también. Es por nuestra educación, por la vergüenza que nos supone el haber transgredido una norma y que nos hayan pillado. No estamos acostumbrados a la transgresión, a saltarnos las normas sin que haya consecuencias. En el país del mundo con mayor normativa legal estamos muy aleccionados desde pequeños. Y claro, que nos pillen en un “renuncio” nos causa trauma.

Así andaba yo, medio traumado, el día en que dos agentes de la Guardia Civil me pararon en una solitaria carretera de Zamora un día de llovizna desagradable. Acababa de adelantar a un Fiat Stylo de servicio camuflado. Inmediatamente fui rebasado por ellos y, con un cartel luminoso en el portón trasero, me indicaron que los siguiera. Yo, que tampoco estoy acostumbrado a transgredir, los seguí bajo el manto de la mansedumbre.

El resultado de aquel encuentro lo tienen ustedes en la imagen que ilustra este texto: denunciado por pisar la línea DISCONTÍNUA cuando circulaba en dirección a “JIGÓN”. Un precepto infringido y dos conceptos inexistentes. Ni yo viajaba en dirección a esa ciudad imaginaria, ni es punible el hecho de pisar la línea discontínua. 

Al igual que en el chiste, cuando leí que me denunciaban por pisar la línea se me vino a la cabeza la pregunta ¿qué pasa, que la he roto?