Esta mañana me levanté con una sensación extraña. José Luis ha decidido continuar el viaje en solitario y yo, por mi inacción, me siento un poco culpable. Se que esta comezón no durará mucho porque soy condescendiente conmigo mismo hasta lo absurdo, como todo el mundo, imagino. Eso de flagelarse y hacer mortificación está bien durante un rato, pero hay que quererse. Si acaso, propósito de enmienda si la cosa nos ha salido rana. Para acrecentar el daño está sonando una melancólica música búlgara en la playlist que no contribuye en nada a que se me levante el ánimo.

Cómo se ha llegado a esta situación es fácil de entender pero no tan sencillo de explicar. Ayer, después de un día de ruta increíble por la Capadocia, después de disfrutar lo indecible con situaciones entrañables y con otras hilarantes, saltó la chispa entre Alex y José Luis. Hubo bronca, muy civilizada y sin una voz más alta que otra, pero llegó a donde yo me temía desde hacía días: en trío se ha roto y quedamos sólo dos. Estas cosas se van viendo venir desde tiempo atrás, quizá desde antes de que los dos implicados se percataran de que iban a tener incompatibilidad de caracteres. Y lo vi desde antes de salir de viaje. ¿Pude haber hecho algo? Quizá replantear el viaje, hacer descartes u optar por una vía nueva pero ni tenía tiempo, ni ganas. Por otra parte ya somos mayores para saber dónde nos metemos y a qué nos arriesgamos.

Entre Alex y José Luis las cosas no marchaban y desde hace unos días iban a peor. Si el primero dice blanco, el segundo lo ve negro. Desde el principio José Luis parecía ir a remolque, como un convidado de piedra en una fiesta en la que, la complicidad entre Alex y yo era más que evidente. No sólo el hecho de haber preparado todo el viaje juntos, sin el concurso de José Luis, sino las toneladas de ilusión que volcamos en el proyecto hacían que él se quedara un poco al margen. Fue elección suya. En todo momento preparar los detalles del viaje y todo lo que conlleva estuvo abierto a su participación, pero hasta las últimas semanas no se involucró en el proyecto. Llegué a pensar que no vendría.

No sé si fue ese quedarse en un segundo plano lo que propició la ruptura. Lo vi venir y no hice nada. Vuelvo a preguntarme, ¿debería haber hecho algo? No lo creo. Para mi también hubo reproches, censurarme comportamientos y detalles que no vienen al caso pero que no me gustaron. José Luis decidió seguir el viaje en solitario y es algo que respeto. Como he dicho en otras ocasiones, cada uno viaja solo por la vida y a veces, cuando confluyen los astros, cuando hay una simbiosis perfecta o cuando lo sentimos muy dentro, nos juntamos con otras personas para compartir una porción de nuestra vida. Yo lo hice con Elena y ella conmigo. Se alinearon los astros, nos acoplamos en simbiosis y decidimos seguir el viaje de la vida juntos. Lo hice con Alex, por simbiosis (y a veces parasitismo) y con otras muchas personas. No hablo de darse a los demás como una monja, hablo de compartir la parte de tu vida que se corresponde al viaje en común con generosidad, sabiendo ceder y primando, por encima de comportamientos egoístas, el bien común. Así se puede llegar lejos. Al menos unos días.

Pero ahora la música búlgara ya no suena en mi cabeza, ahora la carretera se abre ante mi como una singladura desconocida así que, poco a poco, me voy perdonando y dando la absolución en el mismo sacramento. Me voy despidiendo de estas extrañas formaciones rocosas con la mirada y acaricio el viento fresco de la mañana. Nuevo día de ruta, nuevas experiencias y otra jornada de renovación.

En una gasolinera de la autopista, en dirección a Mersin, me quedo mirando a los ojos de una mujer con la que me cruzo y nos dedicamos una leve sonrisa. Es una cosa de esas que pasa de vez en cuando. Te cruzas con alguien, os miráis a los ojos y surge un lazo, un nexo de unión que no se sabe muy bien de dónde proviene. A mi me pasa muy a menudo. Conexiones, empatías, amistades a primera vista.

La mujer lleva chador y vestido largo tan típico de las musulmanas. Viaja con su marido y su hija en un coche destartalado y viejo. Mientras me pongo el caso y los guantes vuelvo a mirarla y de nuevo, nos decimos algo con los ojos. No se trata de atracción sexual, ni de amor a primera vista ni de ninguna de esas zarandajas de romanticismo adolescente. Es la mirada de la amabilidad, de la comprensión del “sé quién eres aunque no te conozca”. Y yo también supe quien era ella, y de su amor por su hija y su marido, y de su regreso a Adana después de visitar a sus padres en uno de los pueblos de estas montañas que parecen austríacas. Y así, tan sencillo como dedicar una sonrisa y una mirada, saltó una chispa que prendió en mi ánimo.

Antes de iniciar la marcha la mujer se acercó y, de nuevo con una sonrisa franca y amable, me regaló dos bollos, uno para Alex que ya estaba más adelantado, y otro para mi. No cruzamos ni una sola palabra. Con este regalo me doy por absuelto y vuelvo a estar en comunión con la inmediatez de lo que me rodea.

El resto de la mañana nuestra vida transcurre en la autopista, una infraestructura de impecable factura y tres carriles en cada sentido. La temperatura va subiendo hasta los veinte grados y, conforme nos vamos acercando a la costa, siento que mi ánimo se enciende. Los pensamientos grises de la mañana, en sentimiento de culpabilidad, van dando paso al estado de euforia que conozco tan bien. Viajar así, en comunión con el mundo, es una situación extraña. Quizá el cuerpo segregue más dopamina o la mente ande todo el día flipando. Como cuando fumas un porro de buena marihuana, que ves el mundo y por extensión, el universo, con una clarividencia tan evidente que te extrañas de no haberlo sabido todo antes. Es magnífica esa sensación. Saberlo todo. Llegar al conocimiento pleno con un simple canuto. O tres, da igual. Pues cuando viajas, lo mismo. Llega un momento en que lo entiendes todo. Por ejemplo hoy, sin ir más lejos, decidí que nunca más iba a viajar en moto. Si, como usted lo lee. Ni un viaje más allá del Bar Jaime o La Reigada. Cuando uno llega a comprender la esencia de lo que le rodea ya todo se le parece tanto que no desea seguir viajando, termina la búsqueda. Por fortuna uno no permanece demasiado tiempo en este Nirvana y, cuando regresas a la vida real, ya casi todo estará olvidado así que tendré que seguir buscando y viajando, sobre todo porque el viaje no lo hacen los paisajes sino las personas.

Y ahora, aquí sentado, consciente de mi presencia y degustando cada instante, apurando cada segundo hasta convertirlos en eternos, apuro la botella de vino de la Anatolia Central, en Asia y miro a mi izquierda para ver qué me ofrece el mar.

Seguro que la crónica de Alex es más precisa que esta.

Tašuco Bosaç

Reflexionando