El mapa es innecesario, al menos cuando tu destino es, realmente, lo que menos importa.

 

 


Eso debí pensar yo cuando en el año 1993,con 23 años recién cumplidos, en el mes de agosto decidí liarme la manta a la cabeza y salir de ventura solitaria con mi flamante Vulcan 500. La cosa se gestó muy rápido, en una mañana de resaca y de remordimientos, porque, el día anterior, después de una copiosa ingesta alcohólica, había cometido el error de morrearme toda la noche con la chica equivocada. Digo equivocada porque al día siguiente ella aún quería rollo y a mi no me interesaba en absoluto. Como soy de naturaleza débil y poco dado a encarar los problemas con decisión, opté por poner tierra de por medio, que para eso me había comprado una moto, para poder huir de la realidad si la ocasión lo requería.
De este modo, esa misma tarde ya tenía el equipaje sobre la moto y ponía rumbo a las Rías Baixas, un lugar al que le tengo cierta querencia, tanto por el clima como por su gente.

 

 


El viaje hasta Sanxenxo no lo recuerdo muy bien, ya han pasado trece años, pero lo que no se me olvida son las curvas que había, por aquel entonces, para llegar a Pontevedra desde Lalín. Yo no estaba muy ducho en condución de moto, el tráfico era intenso y la carretera era, para mi, bastante complicada. Hoy seguramente disfrutaría negociando curvas con la trail, pero, cuando uno está empezando en esto de la moto, todo le parece ignoto y peligroso.
Después de dar varias vueltas por Sanxenxo encontré un camping cerca de la zona urbana. Muy pequeño, diminuto, regentado por una gente muy amable que me permitió meter la moto en la parcela sin cobrarme nada. Nada más montar la tienda se me iluminó la cara al ver que en la parcela de al lado había un grupo de cinco o seis chicas cuya edad rondaría los diecisiete años.

 

 

– Esta es la mía- pensé- Un grupito de jovenzuelas deseosas de conocer a un motero “de verdad”, curtido en mil batallas y con una moto preciosa que las podría llevar hasta el fin del mundo.

 

 

Mientras estaba embelesado planificando la estrategia de ataque y derribo, las chicas, entre risas, comenzaron a hacer un porro.

 

 


 La ocasión la pintan calva, allá vamos.

 

 

Unas caladas al porro, un poco de cháchara y, cuando me quise dar cuenta, estábamos todos en la playa, con un montón de botellas de ron y ginebra. En la zona oscura estaba yo, dándome el lote con una de las diecisieteañeras y buscando el modo de regresar a la tienda de campaña con aquella belleza de pechos turgentes. La cosa no pudo ser, pudo más su prudencia que mi atractivo motero, con lo cual regresé a la tienda solo y con una desazón muy desagradable.
Ante este panorama, al día siguiente, desmonté el chiringuito para seguir ruta, esta vez hacia el sur.

 

 


Me despedía de “mi chica” con un beso que me supo a gloria y con aquella agradable sensación en mis labios, la moto y yo tomamos la carretera nacional hacia de Vigo. No estaba muy seguro de dónde iba a parar, pero Portugal me pareció una buena opción. Para mi sería la primera vez que salía de España y eso era muy excitante, (no tanto como la chica de la noche anterior).

 

 


Al entrar en Portugal tomé contacto con la conducción “a la portuguesa”, haciendo uso del arcén, condución deportiva en ocasiones y adelantamientos temerarios por doquier. Eso sí, siempre conducción defensiva por mi parte.
Desde Tuy hasta Viana do Castelo fuí bordeando el Atlántico por una carretera bastante solitaria. Una vez en Viana, aún no me había bajado de la moto y un crio de unos 7 años ya me estaba dando la brasa para buscarme aparcamiento y pidiendome “cinco duros” en un correcto castellano.

 

 


Me llamó mucho la atención el hecho de que la policía local en Viana usara ciclomotores, una especie de Puch Minicross que les daba un aspecto muy cutre. La policía estatal ya era otra cosa, BMW, como en casa.
Busqué un camping por la zona y encontré uno a pocos km. al sur de la ciudad. El camping era enorme, situado en un pinar y con el suelo de tierra y arena. No estaba mal, pero no era lo que yo buscaba.. Decidí recoger mi carné en recepción y continuar ruta, puesto que aún era mediodía y tenía tiempo. Los encargados del camping se quedaron con cara extrañada cuando les dije que me largaba. A pesar de que ya habían rellenado la ficha no me cobraron nada. – Nâo ficou, nâo paga.
Pues nâo pago, hala, aire.

 

 


Sin consultar el mapa, puesto que no tenía, tomé la primera carretera que se dirigía hacia el interior del país, una ruta muy bella en los primeros kilómetros que se tornó insoportable cuando descubrí que toda la carretera estaba en obras. Los tramos de grava se alternaban con los de

 

 


tierra, jalonados por enormes zanjas y con tractores atravesados cada pocos metros. Mi primera experiencia trail con una custom.

 

 


Circulando fuera ya de la zona de obras a unos 90 o 100 km/h me adelantó uno de aquellos ciclomotores con pinta de minicross. Me quedé alucinando. Cómo era posible que me adelantase un chisme tan cutre, que parecía que se caía a cachos? No era más que una bici con motor y yo llevaba toda una “500”. La verdad es que me sentí un poco humillado. Pero claro, la cosa tenía truco. En Portugal los ciclomotores no estaban limitados por ley como en España y podían exprimir al máximo sus mecánicas.

 

 


La ruta que tomé, como descubrí más adelante era hacia Lindoso, en la frontera con Ourense. Sin darme cuenta volvía hacia España. En mi indecisión viajera seguí rodando y despues de varias horas me encontraba, casi sin saber como, llegando a Ourense. Calculo que serían las cuatro o cinco de la tarde, el calor era insoportable y a poca distancia se veían unas nubes muy negras que no presagiaban nada bueno. Comenzaron a caer unas gotas que refrescaron el ambiente, lo cual
fue un alivio, para, a los pocos minutos transformarse en granizos gigantescos. Mientras rodaba a baja velocidad oía como el pedrisco golpeaga el depósito con tal furia que parecía que se iba a abollar. El la primera parada de autobús que encontré me detuve porque el hielo que caía me estaba abrasando las piernas. En realidad iba acojonado.
Cuando por fin escampó, volvió el calor, aunque más soportable, lo que me permitió que se me secaran los pantalones vaqueros.. blancos!. Puede parecer una idiotez y estoy seguro de que lo es; estaba viajando con pantalones vaqueros blancos un color muy adecuado por lo sufrido.

 

 


Ourense me pareció una ciudad calurosa y aburrida, [con los años descubrí lo equivocado que estaba], aunque en realidad no sé porqué me lo pareció porque no llegué a parar, simplemente la atravesé por una circunvalación plagada de semáforos que discurría paralela al rio. Mientras atravesaba Ourense decidí volver a Asturias, pero por el puerto de Somiedo para, una vez allí, hacer algún plan de viaje.
Tomé la carretera nacional en dirección Madrid ya que yo tenía que ir en hacia el este y esa
parecía adecuada. Otro error. La carretera iba en dirección sureste, por supuesto, mucho más al sur que la que debería de haber tomado. Así fue que me encontré, a las siete o las ocho de la tarde otra vez en la frontera con Portugal, esta vez en Verín, después de haber recorrido unos 350 o 400 km.
Monté la tienda en un descampado y me dispuse a conocer Verín. Al poco rato ya había entablado amistad con un harlero muy majo, Cesteiro, presidente, por aquel entonces de la Explosiva Norte, una sección del club Harley. Cesteiro me invitó a dormir en su casa, cosa que agradecí después de un duro día de moto. Gente muy maja en Verín, aunque no recuerde sus nombres.
Al día siguiente, ya con las cosas un poco más claras en cuanto a ruta, tomé la carretera correcta y me dirigí a Somiedo, en Asturias, pero eso es otro cuento y como tal, lo dejaremos para mejor ocasión.