Todavía le dura

Hay sucesos que se quedan grabados en la memoria histórica de cada uno de nosotros, como tatuados a fuego. Son esos hechos que luego cuentas cada vez que surge la oportunidad, en las reuniones en las que salen a relucir las batallitas particulares. A veces sucede que estamos hartos de oír a nuestros colegas y amigos las mismas historias una y otra vez aunque, además de perdonarlos porque son nuestros amigos tenemos el consuelo de que nosotros hacemos lo mismo.

 

En mi elenco particular de batallitas y aventuras variadas, que no son pocas, hay una a la que le tengo, no sé si especial cariño, pero si una cierta querencia y, aunque nadie me lo ha dicho aún, supongo que habrá quien esté harto de escucharla, porqu esoy consciente de que la cuento a menudo.

 

Esto sucedió hace años, quizá en el 94, no recuerdo bien el año. En aquella ocasión, acompañado de algunos conocidos y deBebe, un amigo de Avilés, nos dirigíamos al Gran premio de Jerez por la carretera nacional de la Ruta de la Plata, esa estrada que sale de Gijón rumbo a Sevilla.

 

En total creo recordar que viajábamos entre siete y diez motos de lo más variado la mayoría del motoclub “Rama Dura” de Corvera. Yo, a lomos de mi Suzuki Intruder 1400 era el único “custom” de grupo y solía marchar en última posición y un poco más lento. No era que la moto no corriera lo suficiente, pero una velocidad de crucero de 130 o 140 km/h. me parecía más que adecuada. A veces marchábamos en grupo, otras veces nos separábamos algunos kilómetros y, en ocasiones, nos reagrupábamos en las gasolineras. No era mi primer viaje largo, no en vano ya había cruzado España en una sola jornada en más ocasiones y acumulaba bastantes rutas en mi bitácora íntima, por lo que rodaba confiado y  cómodo.

 

Aún me acuerdo lo mucho que disfruté el descenso del Puerto de Béjar, con su revirada bajada hacia la población. Puerto que, por cierto, no he vuelto a pasar, ni en moto ni  en coche. Al caer la tarde recalamos en Almendralejo, un pueblo en el que el motoclub “Lagarto, Lagarto” nos recibió con los brazos abiertos. Aquí los recuerdos comienzan a desdibujarse un poco; una cena, noche de pubs y, como colofón, apertura de la discoteca de uno de los del motoclub para solaz esparcimiento del grupo que, a aquellas horas, debíamos de ser aún unos 15. Después de la discoteca seguimos trasegando alcohol y sustancias dopantes hasta que el amanecer nos sorprendió en una cafetería, desayunando con las prostitutas que habían terminado su jornada laboral. Aún nos tamos alguna copa con ellas y, aunque el sueño no era mucho, decidí irme a la pensión. Al fin y al cabo ya estaba pagada y habría que hacer uso de la cama, por cierto, compartida con mi amigo Bebe. Sigiloso me deslicé entre las sábanas e intenté conciliar el sueño. Eran las 8:30 de la mañana. Conseguí hilvanar una especie de duermevela durante un rato pero mi estado de excitación era bastante elevado, debido a la absorción de estimulantes con lo que no conseguía más que dormitar de forma intermitente. Entre las nueve y las nueve y media ya estaba en la ducha preparándome para salir.

 

No pude desayunar nada y, mientras me pertrechaba en silencio los cubatas danzaban en mi estómago y mi cabeza parecía que iba a reventar de un momento a otro. Las manos me temblaban en un parkinson muy desazonador y la garganta y la nariz me resquemaban en cada inspiración. Mi estado en general era peor que pésimo. Mis compañeros de aventura parecían encontrarse en mejor momento que yo, no sé si debido a una menor ingesta etílica o a un mayor poder de recuperación. El caso es que, con aquel panorama desolador, la ruta que nos quedaba por delante me parecía un suplicio. Aún así, me subí a la moto para comenzar mi particular calvario.

 

Los kilómetros se iban sucediendo a un ritmo que, dado mi estado, me resultaba vertiginoso, de modo que aflojé la marcha y dejé que mis compañeros se adelantasen mientras yo conducía más relajadamente en pos de una paz interior que no acababa de llegar. Sobre las once de la mañana, a la entrada de El Roquillo en Sevilla, abandoné mi velocidad comatosa y adelanté un enorme camión que me aturdía, aún más si cabe, con el humo de escape. Mi cuerpo estaba muy delicado en aquellos momentos como para soportar contaminación exógena.

 

A la salida de la población la Guardia Civil me dio el alto. La jodimos, – pensé-

 

 

 
 

 

 
 

         Hola, buenos días – me dijo en tono amable – , sabe por qué le he parado?

 
 
 

 

 

 

 

Lo primero que se me vio a la cabeza fue – Porque queréis tocarme los cojones – . En Lugar de eso respondí con una idiota cara de sorpresa que no, que no lo sabía.

 

 

 
 
 

 
         Es que ha superado la velocidad máxima permitida, le ha pillado el radar.

  

 

 
 

 

 
 
 

Bueno, estaba visto que las cosas podían empeorar, pura Ley de Murphy.

 

Me pidió la documentación y los papeles de la moto y a continuación me dijo que debía someterme a la prueba e alcoholemia, que se la estaban haciendo a todos los conductores que superaban la velocidad permitida.

 

Cuando terminé de soplar, mientras me recuperaba de un ligero vahído, observé que el guardia miraba con recelo el indicador del aparato alternando con miradas hacia mi persona.

 
 

  

 

 

 

         Ha bebido usted, – inquirió con seriedad –

 

         En absoluto, – respondí, – he bebido ayer, pero hoy, ni una gota

 

         Pues… todavía le dura, todavía le dura.

 

 

 

 

 

         Ha tomado usted café?

 

 

Yo, ya un poco nervioso e iletrado en la tecnología de alcoholimetría supuse que el café podría aumentar el nivel de alcohol con lo cual, en mi descargo continué el diálogo.

 
 

         Precisamente acabo de tomarme uno hace unos kilómetros

 

No había terminado la frase cuando el guardia me interrumpió

 

 
         Pues puede tomarse otro!

 
 
 

Por aquel entonces yo ya no sabía donde meterme así que opté por guardar un prudente silencio.

 

Mientras su  compañero cumplimentaba el boletín de denuncia, el que me había hecho la prueba, que se mostraba más curioso, comenzó a dar vueltas alrededor de la moto. En la mirada se notaba que le gustaban estos cacharros, pero creí oportuno no seguir manchando mi expediente, ya no muy impoluto, con comentarios de ningún tipo. Claro que la cosa cambió cuando empezó a mirar la rueda trasera y a darle pataditas.

 
 

         Si, – dije humildemente-, ya sé que está un poco gastada pero la voy a cambiar en Jerez.

 

Mi tono había pasado de la humildad y la sumisión y comenzaba a rayar la humillación. Usaba la táctica de dar pena a ver si así podía ir librándome porque exceso de velocidad,

 

alcoholemia y rueda lisa era más de lo que yo podía soportar en aquel aciago momento.

 

 

 

         No, si no la miro por lo gastada… cuanto cuesta una rueda de estas?

 

         Pues esa que llevo ahora, Metzeller, me costó treinta y cuatro mil en La Coruña

          Pues menudo fin de semana, -añadió en tono lastimero-, entre la multa, la rueda y lo que gaste usted en Jerez le sale caro el viaje…

 

Hay que joderse, me dije a mi mismo, con resignación.


 Mientras, su compañero ya había cubierto diligentemente, todos los parámetros de mi infracción, al menos de una de ellas, el circular a 92 estando limitado a 70, total en caja 35.000 pesetas.

 

De repente, como impulsado por un resorte, el guardia charlatán pareció darse cuenta de que venía de Asturias, no sé si por la documentación o por la matrícula, lo cierto es que, aunque parezca extraño, no había reparado en mi procedencia hasta entonces.

 

 

 

 

         Hombre, de Asturias, – dijo con una amplia sonrisa,- allí estuve yo sirviendo siete años. Conoce usted Lastres? –continuó diciendo con su cara iluminada-  Qué buena gente, Qué buenos ratos!, Que gran sitio es Asturias…

 

         Por supuesto-, respondí sonriendo como él sin dudarlo un instante.

 

 

Allí ya se podía ver la empatía. había buen rollito. Yo asturiano, él contento de encontrar un asturiano el Sevilla… en fin, lo típico. En realidad yo no había estado nunca en Lastres y tuve que pensar un poco antes de ubicarlo en el mapa.

 
 

         Y conoce un bar que hay en la bajada del puerto que se llama ****** ?


         Hombreeeeeee, claro, claro que lo conozco, – dije jovial-.

 

 

 

Ni qué decir tiene que ni conocía el bar, ni la bajada del puerto pero el instinto de supervivencia me decía que tenía que empatiar todo lo posible con aquel hombre ya que de ello dependía el estado de salud de mi cartera.

 

 

 

         Pues allí echaba yo la partida todos los días… igual, hasta coincidimos alguna vez!

 

         Pues seguramente, porque yo suelo ir de vez en cuando por allí.

 

         Joder, que tiempos, cuanto hecho de menos Asturias y a toda la gente de allí. Mira – dijo en voz baja-, la multa del radar no te la puedo quitar, porque queda registrada en el coche, pero del resto no vamos a poner nada. Eso sí, tómate un café en el siguiente bar.

 

         Cuando he dado de alcoholemia?

 

         0,8

 

 

Mientras me alejaba por la carretera camino de Jerez y bajo un sol de justicia todavía me duraba.

 

 

 

 

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