El miedo es uno de los frenos más poderosos para el hombre. Miedo a perder, miedo al fracaso, miedo al ridículo...

Hoy, por mor de la burocracia de la hacienda pública, he tenido que hacer un viaje relámpago a Oviedo. El viaje de ida fue con ritmo alegre, trazando curvas con una precisión quirúrgica e intentando sustraerme al hecho de que iba con los guantes de verano y el termómetro no subía de los 11 o 12 grados. Ciento cincuenta kilómetros de agresividad inocente. La cosa se despachó rápido en la capital y en cuestión de tres cuartos de hora volvía a estar en la carretera para desandar el camino.

Al pasar por Grao paré a comprar cebollino para plantar en el huerto y disponer, dentro de unas semanas, de la selva más desastrosa de toda la vecindad. Como parece ser que el tiempo de plantar cebollas ya pasó hace dos o tres semanas, no tenían. Pero en el segundo almacén que visité se me ocurrió que no podía irme con las manos vacías así que compré un saco de abono al que denominaremos “mierda de oveja”

El hombre que regentaba el establecimiento, de origen búlgaro o rumano, se refirió al producto como “cuchu* de oveja” en un asturiano con inapreciable acento de Este de Europa que se me antojó divino por lo exótico. Cargó el saco en el asiento trasero de la moto y lo amarró con una cuerda de plástico que se avergonzaba de su propia debilidad. Así, con esta carga peculiar, volví a la carretera, le di volumen a la música búlgara que iba escuchando (repare el lector en la graciosa coincidencia) y me dispuse a rodar los ciento y pico kilómetros que quedaban, con sus curvas y sus puertos de por medio.

Pero como dije al principio, el miedo es un freno poderoso y a mi me atenazó con un levísimo abrazo. Comencé a imaginarme un accidente en el que la moto, con sus maletas y sus pegatinas de decenas de países, con su aire de aventurera del montón, yacía en el suelo después de un arrastrón. Yo, probablemente malherido pero con la consciencia intacta, la miraba desde el suelo mientras viandantes y conductores se arremolinaban en derredor nuestro. Y desde allí, desde esa posición decúbito sedente, observaba la carretera sembrada de estiércol de oveja. El saco, avergonzado, se descolgaba por un lado de la moto intentando desembarazarse de la cuerda verde que aun lo mantenía en un precario equilibrio sobre la máquina. Por un enorme agujero desarramaba su impúdico contenido como una cascada silente y un olor a ovino, dulzón, lo inundaba todo. Los presentes nos miraban a mi y a la mierda de oveja de forma alternativa y, de reojo, lanzaban miradas furtivas hacia la moto intentando comprender qué tipo de viajero porta como equipaje un saco de mierda.

Con este horrendo panorama en la cabeza y por miedo al ridículo, aminoré la marcha mientras el saco se mantenía en prudente silencio acomodado de forma precaria en el asiento de atrás.

saco

*Estiércol en asturiano