Km.: 200 y algo
Fecha: 15 y 16 de marzo de 2008
Otra vez a la carretera y ya son 8000 km. Desde que compré la Vstrom hace poco más de tres meses. La previsión meteorológica es de lluvia y fuertes vientos para el fin de semana con lo cual ya estoy psicológicamente preparado para las adversidades. Mientras preparo el equipaje escudriño el cielo en busca de nubarrones y, allá a lo lejos, parece que se ve un poco más oscuro, dentro de la nubosidad general. Me preparo para volver a Mondoñedo después de casi dos años, pero en esta ocasión solo y a una concentración de motos. Desde un tiempo a esta parte estoy volviendo a aficionarme a las concentraciones, para ser más exactos a las concentraciones invernales. Por lo general en este tipo de eventos no hay tanto anormal como en temporada de verano, donde los fantasmas salen a lucir bronce y cortar encendido. En invierno suele abundar otro tipo de motorista, más curtido en el mundo de la moto y con una filosofía motera que poco tiene que ver con la fauna que se da cita con la bonanza climática.
De momento estoy saliendo a concentración por mes lo cual me parece un abuso. Sobre todo teniendo en cuenta que estuve años sin acudir a ninguna. Esta de Mondoñedo está muy cerca de casa y supone la excusa perfecta para ejercitar el sano vicio de ver motos, hablar de motos y rodar en moto. Son apenas cien kilómetros y la verdad es que sería una pena perder la oportunidad de conocer un poco más el mundillo en los alrededores.
Nada más subirme a la moto, después de haber engrasado y revisado todo lo movible, (estoy tomando nuevas costumbres) comienzan a caer las primeras gotas, cosa que no me sorprende en absoluto. Si me hubiera puesto el traje de aguas seguramente rodaría a en seco hasta el final de la ruta pero, como suele ser habitual, la Ley de Murphy se cumple de nuevo y los goterones son cada vez más grandes. A los seis km paro en una marquesina del bus y me coloco los cubrebotas y el pantalón del traje de aguas. Éste último lo he comprado en la ferretería del pueblo y me costó cinco euros, más barato que el que adquiría a través de Louis y con mejor resultado hasta la fecha.
Voy rodando sobre mojado y tanteando la adherencia hasta encontrar el ritmo adecuado que, a pesar de la lluvia, es bastante alto. Las curvas se suceden de forma interminable en estas carreteras de montaña que conozco a la perfección. Pesoz, San Martín de Oscos, Vilanova… van quedando atrás rápidamente mientras la lluvia es cada vez más fuerte. Yo, acurrucado mentalmente en la confortabilidad de mi chupa Dainesse, (de dudoso gusto estético pero tremenda efectividad), estoy disfrutando con el paseo. Ruedo acomodado a la lluvia y pensando que no solo es Galicia «donde la lluvia es arte». Este atípico invierno caracterizado por la falta de precipitaciones, se está acordando ahora que no ha cumplido con su misión de remojar y, a los que estamos acostumbrados a la humedad, nos hace mella en el carácter.
Durante todo el trayecto voy haciendo pruebas para corroborar que el Metzeller delantero ha sido una pésima elección. La moto duda en el interior de las curvas a 60 o 70 por hora y ya no traza como con los Bridgestone, sin un atisbo de duda. Ahora un desagradable tembleque me desasosiega en algunos giros, cosa que se hace mucho más patente al soltar las manos en línea recta e ir perdiendo velocidad, concretamente de 80 a 65 km/h. Yo sé que no es nada preocupante, que le ocurre a más gente y que la moto es igual de segura, pero deseo volver al estado de karma anterior al cambio de neumático. Quizá lo cambie antes del verano, si el precio de la perfección son poco más de cien euros merece la pena pagarlo.
Al llegar al Puerto de la Garganta deja de llover y, a lo lejos, en la costa, veo como tímidamente se van abriendo algunos claros. Comienzo el descenso animado por este hecho pero, casi al instante, compruebo que la totalidad de las curvas a derechas hay grandes manchas de gas-oil. El brillo iridiscente tan característico del combustible al mezclarse con el agua delata su presencia y yo, como en tantas otras ocasiones , aprieto el culo y reduzco la velocidad en cada curva. El olor a gas-oil se mezcla con el de la humedad y el frío conforme desciendo el puerto. Y es que el frío se huele, no sabría describir a qué, pero el frío tiene, además de carácter propio, un olor característico. A veces te envuelve en un abrazo y otras te atraviesa como una daga, pero nunca te deja indiferente.
Al llegar a Vegadeo me detengo y, sin bajarme de la moto, hago una llamada al 112 para informar del estado de la vía. No me perdonaría que alguien tuviera un accidente a causa de la carretera deslizante por mi desidia a la hora de llamar a emergencias. Me dicen que avisarán al celador de carreteras para señalizar y me dan las gracias por el aviso.
Encaro la bacheada carretera a Ribadeo y me detengo en el mirador de aves para quitar el traje de aguas. Ya hace unos veinte minutos que no llueve y no voy có
modo con él puesto. Además, ha dejado de ser efectivo desde el punto de vista de la estanqueidad y el agua se cuela dentro. El pantalón de cordura tiene las costuras termoselladas deterioradas en la zona genital: vuelvo a estar de agua hasta los cojones. Al pensar en la Ley de Murphy decido dejarme puestos los cubrebotas porque ponerlos es, definitivamente, un engorro.
Entro en la autovía cantando a voz en grito “Me domina la autopista “, de Obús.
(…)
CADA DÍA HAY UN PUENTE MÁS
UNA NUEVA AUTOPISTA
FRÍA, INMENSA MÁS ANCHA Y MÁS CRUEL
INTENTA SEDUCIRME
Y YO CAIGO EN SU TRAMPA
MI MÁQUINA TAMBIÉN
Y MIS VENAS SE ALTERAN
VAMOS A TOPE
KILÓMETROS SIN FIN
ME DOMINA LA AUTOPISTA
ME DOMINA LA AUTOPISTA
(…)
Después de los seis o siete kilómetros de autovía vuelvo a la N-634 que da nombre a la concentración a la que me dirijo y en Barreiros vuelvo a ponerme el traje de aguas con resignación. Me he detenido al lado de un control de la Guardia Civil y, mientras aparco y me bajo de la moto me miran con recelo. Comienzan a caer gotas y se guarecen en los coches. Yo, pertrechado con mi traje de aguas de albañil, continúo construyendo mi ruta.
Al llegar a Mondoñedo sigo las únicas indicaciones que encuentro que me llevan hasta el lugar de la acampada sin cruzarme con una sola moto. Allí, junto al polideportivo, una única Varadero permanece lacónicamente aparcada en el campo de tenis. Es la una de la tarde y llueve.
En el interior del polideportivo veo una tienda de campaña y deduzco que ése es el campamento de los moteros.
– Hola! – grito – ¿hay alguien?
El estruendo de mi propia voz inunda el pabellón rompiendo el silencio sepulcral y volviendo a mí en forma de eco.
Intento montar mi tienda del veinte euros del Eroski, pero, al no ser de iglú me encuentro con dificultades para que mantenga la verticalidad. Al fin, después de una rato de obcecación, consigo instalar un hogar mínimamente digno aunque, todo hay que decirlo, adolece de las mínimas pretensiones estéticas.
Una vez instalado llega una pareja y me indica que las trece motos que hasta ahora han llegado están en la plaza del ayuntamiento. Me pierdo en las laberínticas callejuelas de Mondoñedo y en una de mis incursiones
por dirección prohibida me encuentro a la Guardia Civil de frente que me miran con cara inexpresiva. Me encojo de hombros, levanto las palmas hacia el cielo como dando a entender mi desamparo y doy media vuelta rápidamente.
En la plaza unas quince o veinte motos están aparcadas bajo la lluvia mientras una música atronadora roe los tímpanos de otros tantos cerveceros matinales. Pago los 25 euros de inscripción y recibo a cambio unas seis o siete camisetas así como decenas de artículos de merchandising, todo ello presentado en una mochila muy maja. Mi hijo va a agradecer tal cantidad de presentes. Echo de menos una pegatina del moto club o un parche conmemorativo del evento además del exiguo pin.
Inundando la placita se oye el estruendo de una Harley que llega. Yo no soy muy harlero, de hecho la mayoría me parecen máquinas inútiles construidas para ser vistas y dejarse ver con ellas, como la rubia impresionante que te regalan al comprar el deportivo descapotable, pero he de reconocer que el sonido de estos escapes tiene un no se que atrayente. Creo que condensa algo más que ruido y que tras esa musicalidad atorrante se esconde espíritu motero. Eso sí, provisto de dólares para realizar la compra.
El dueño de la máquina en cuestión es Ricardo, un viejo amigo al que hace años que no veía. Nuestros caminos hace tiempo que tomaron rumbos distintos pero la ruta sigue siendo coincidente en muchos aspectos. Como sabemos hay diversos modos de llegar al mismo punto y, por supuesto, infinidad de caminos. Ricardo no sale a grandes rutas con la Harley. Se mueve con los colegas del MC, la mayoría ligados de uno u otro modo a los Hell Angels con su particular visión de la vida y del mundo motero en particular. Es una filosofía que no comparto. Yo, que estaría subido a la moto cada día, soy menos de filosofías y de organizaciones y más de andar a mi aire cubriendo grandes distancias, conociendo lugares y gentes. No es mejor ni peor, son formas distintas de vivir la moto.
Ahora su Harley está muy cambiada y me encanta
Sigo teniéndole cariño a Ricardo y me gusta encontrarme con él y charlar de motos y moteros. Preguntar por conocidos y amigos o comunes y enterarme, de este modo, que fue del que trincaron hace tiempo con el kilo de farlopa o la que se volvió loca y es carne de frenopático Si, también de los que les va bien, claro..
Comí con él y sus colegas y, de postre, fuimos a visitar la cueva o Rei Cintolo la cavidad caliza más grande de Galicia y alrededor de la cual se dan cita numerosas leyendas. Después de varias vueltas por infectas carreteras, con la Harley abriendo paso y, en ocasiones, haciendo las veces de moto trail, llegamos al pie del sendero que da acceso a la cueva. Ascendemos pesadamente y, una vez arriba, comprobamos que la entrada está cerrada con una reja, con lo cual nos quedamos un poco desilusionados. Es comprensible que esté cerrada pues son siete kilómetros de galerías que podrían causar problemas a incautos que, como nosotros, podrían adentrarse sin los conocimientos y el equipo adecuado. Y algo afectados por el vino y los chupitos, todo hay que decirlo.
Comienza a llover y descendemos de nuevo a la carretera por el estrecho y empinado sendero. Voy abriendo la marcha con buen ritmo, destacado de los demás y con prisa por llegar, porque está lloviendo, hasta que me percato que, aunque llegue a la moto, seguiré mojándome. De repente me detengo y sonrío como un idiota.
De vuelta a Mondoñedo Ricardo abre la marcha bajo una copiosa lluvia, recibiéndola con los brazos abiertos asidos al enorme handle-bar o como quiera que se llamen esos manillares.
Ya en la villa nos acercamos a ver el espectáculo de Freestyle, cosa que me impresionó mucho. No es que sea un fanático de esto de las acrobacias, pero el tal Humberto Ribeiro demostró ser todo un fenómeno en estas lides. Claro que luego me enteré de que es el campeón del mundo.
Ricardo volvió a su casa, a poco más de media hora de Mondoñedo y yo localicé a un grupo de moteros del foromoterosastures.com con los que había quedado en vernos: Nino, Fernando, Sonia, Ana, Pumu y Pablo.
Después de las presentaciones de rigor remoloneamos un rato en el pabellón y enseguida nos fuimos a cenar. El Motoclub N-634 no se anduvo con chiquitas a la hora de cenar, instalándonos en el Restaurante Padornelo y comiendo como curas. Después de cenar se improvisó una sesión musical con algunos espontáneos que se prolongó más allá de lo recomendable para mi gusto puesto que en algunos momentos los alaridos apagaban la buena tertulia motera. Después de algunos chupitos inauguramos la sesión nocturna por los bares de la villa, comprobando que, lo que de día es un bar normal, de noche se transforma, como por arte de magia, en un pub.
Alargamos la noche hasta las cinco de la madrugada, disfrutando de las copas a 3,50 y gozando de buena compañía, hasta que el cansancio y los efectos de la alcoholemia nos hicieron capitular. Una vez en el pabellón, entre los ronquidos de unos y los embates amorosos de otros, se hizo difícil conciliar el sueño.
Al volver a subir el Puerto de la Garganta comprobé que nadie había colocado señales de piso deslizante. Alguien estaba demasiado ocupado como para preocuparse de los motoristas.
El resto, es historia.
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