No hace falta tener alma de enólogo para disfrutar un vino. Basta con abrir la botella, dejar que respire un poco y darle una oportunidad. Y si, además, ese vino llega de un país que muchos asocian más con el té verde y la menta que con las uvas, la experiencia se vuelve doblemente interesante. Marruecos, tierra de desiertos y cordilleras, produce desde hace más de un siglo algunos de los caldos más sorprendentes del norte de África.

Hoy traigo cuatro botellas que son, cada una a su manera, una ventana a ese mundo: Terres Rouges, Volubilia Classic, Domaine de Sahari Réserve y Eclipse. Cuatro tintos que cuentan la historia de cómo el vino, pese a las prohibiciones religiosas y las dificultades del clima, ha seguido encontrando su lugar entre las dunas, los cedros del Atlas y los palmerales del sur.


 

Un poco de historia antes de descorchar

 

El vino en Marruecos no es una rareza reciente. Los fenicios ya cultivaban vides en la costa atlántica, y más tarde los romanos lo llevaron al interior, hasta las laderas fértiles de Volubilis —sí, esa ciudad romana en ruinas cerca de Meknès, donde hoy crece una de las uvas más famosas del país.

Pero la gran expansión vinícola llegó con los franceses, a principios del siglo XX. Los colonos trajeron cepas de Carignan, Cinsault y Grenache, y encontraron en las tierras altas de Meknès y Benslimane un clima sorprendentemente parecido al del sur del Mediterráneo. Después de la independencia, el sector cayó un tiempo en el olvido, pero en los 90, con la apertura económica y la llegada de inversores —entre ellos el mismísimo barón Edmond de Rothschild—, el vino marroquí volvió a brillar.

Hoy, pese a que la venta de alcohol sigue regulada y los marroquíes musulmanes no pueden consumirlo abiertamente, el país exporta millones de botellas cada año y abastece discretamente los restaurantes de Casablanca, Rabat y Marrakech.


 

vinos de Marruecos

1. Terres Rouges — Château La Ferme Rouge

 

Procedente de la región de Côtes de Rommani, al sur de Rabat, este vino combina tradición y frescura. Château La Ferme Rouge fue una de las primeras bodegas modernas del país en recuperar técnicas europeas, y su Terres Rouges es un tinto elegante, con notas de frutas del bosque, violetas y un toque de moka.

Suelo arcilloso, clima templado y viñas que miran al Atlántico: el resultado es un vino que sorprende por su equilibrio. No abruma ni se impone, simplemente acompaña. Perfecto para una cena sencilla, un tagine de cordero o, por qué no, para brindar con amigos en una terraza marroquí viendo caer el sol entre los minaretes.


 

2. Volubilia Classic — Domaine de la Zouina

 

Aquí entramos en terreno sagrado: Meknès, el corazón vinícola de Marruecos. A pocos kilómetros de las ruinas de Volubilis, el Domaine de la Zouina cultiva cepas de Syrah, Tempranillo y Cabernet Sauvignon con métodos que mezclan tradición francesa y técnica española.

El Volubilia Classic es intenso y profundo, con un perfume que recuerda al cuero y al tabaco, y una boca amplia, cálida, sin excesos. Hay quien lo llama “el Rioja del Magreb”, aunque quizá eso sea injusto: tiene su propia personalidad, más soleada, más especiada, más abierta. Es un vino que invita a conversar largo y tendido, con ese tipo de cuerpo que te hace pensar que estás bebiendo paisaje.


 

3. Domaine de Sahari Réserve

 

También nacido en la región de Meknès, este vino es una de las etiquetas más emblemáticas del país. Elaborado en parte con uvas Alicante Bouschet y Syrah, el Domaine de Sahari Réserve ofrece un perfil más clásico: aromas de frutas negras maduras, madera bien integrada y un toque de pimienta.

Se envejece en barricas de roble, lo que le da una elegancia inusual para su rango de precio. Es el vino que puedes encontrar en muchos hoteles y restaurantes de calidad en Marruecos, y uno de los preferidos de quienes visitan el país por primera vez y se atreven a pedir “vino marroquí” sin saber lo que les espera. Casi siempre, la sorpresa es grata.


 

4. Eclipse Rouge — la cara más moderna del vino marroquí

 

De la misma región de Guerrouane, el Eclipse es un ejemplo de cómo Marruecos se ha modernizado en el mundo del vino. Es un coupage de Grenache y Syrah, envejecido parcialmente en madera, con un carácter potente y especiado.

Tiene ese punto cálido que recuerda al vino del sur de Francia, pero con una intensidad de fruta que solo se consigue con el sol africano. En nariz aparecen frutos rojos, regaliz y un fondo de leña; en boca es amplio y persistente. Es un vino para los que disfrutan de tintos con personalidad, pero sin pretensiones de grandeza.


 

Más allá de la copa

 

Hablar de vino en Marruecos es, en el fondo, hablar de equilibrio: entre tradición y modernidad, entre religión y disfrute, entre la sequedad del desierto y la fertilidad del Atlántico. En muchos hoteles de Rabat o Marrakech, el vino se sirve discretamente, sin etiquetas visibles, pero con una calidad que asombra a los visitantes.

Y mientras algunos países se pelean por denominaciones de origen, Marruecos avanza en silencio, cultivando uvas en tierras que bordean el Sahara. Un país musulmán que produce vinos excelentes… suena a paradoja, pero quizá esa sea precisamente su magia.


 

En resumen: si alguna vez viajas al Magreb, no te limites al té a la menta. Busca una copa de Volubilia o de Terres Rouges y brinda por el milagro de la vid en tierras donde el sol nunca da tregua. Porque, al final, un buen vino —sea del Atlas o del Loira— tiene el mismo efecto: detener el tiempo durante un sorbo.

 

Nota: Los vinos fueron comprados en Liquor Shop de la Avenida  Abdelkrimel khattabi, Koudiat laabid, Rés Salma 2. Marrakech