Los Felices Habitantes de Baviera
A las ocho de la mañana abro los ojos y, aún somnoliento asomo la cabeza por la puerta de la tienda de campaña. El mundo sigue en el mismo lugar que lo habíamos dejado ayer: una mierda de vaca a escasos metros de la entrada y allí, al fondo, extendiéndose más allá del prado, un bosquete de robles me impide ver la autopista que se intuye a lo lejos. A veces los días pasan tediosos, con el marchamo del aburrimiento dando fe de que el tiempo pasa y que las jornadas se suceden sin nada digno de mención. Pero cuando uno viaja en moto cada mañana es el preámbulo de una nueva jornada, intensa, distinta a la anterior, premonitoria, quizá, de las agradables sensaciones que nos ha de deparar el día. Da igual levantarse en la habitación de un [...]