Ruta: Grandas – Pamplona por Cantabria
Kilometraje: 1250
Fecha: 29/2/2008
Este fin de semana nos hemos ido a Pamplona a ver un concierto de Rock de los Aitona Demons. La cónica no da mucho de si porque hubo pocas paradas en la ruta, cosa lógica en un viaje largo, máxime queriendo llegar a tiempo de darnos una vuelta por la ciudad, picar algo, ejercer de txiquiteros y luego ir al concierto.
Salimos de Grandas el viernes con la caída de la tarde, el sol escondiéndose y dejando paso a un frío atardecer de febrero. En poco más de una hora de viaje ya había anochecido totalmente y a mis habituales problemas de visión diurna hubo que sumar los problemas de visión nocturna. No estoy muy habituado a conducir de noche, pero Elena aún lo está menos de modo que su estado de tensión se hacía patente, sobre todo conforme nos íbamos acercando a Oviedo y el tráfico del final de semana se hacía cada vez más intenso. El haz de luz de la Vstrom es verdaderamente encomiable, tanto que, incluso yendo en cortas, muchos conductores enlatados me dan las largas. Ante esta actitud yo no dudo en hacer lo propio para sacarlos de su error y estoy seguro que su sorpresa es mayúscula al recibir el fogonazo. Hay mucho susceptible por ahí suelto. Después de algunas rectificadas de trazada, por supuesto en mitad de la curva, accedimos a la recién estrenada autovía de la Espina a su paso por Grao. Una vez en ella la conducción se vuelve más segura y confortable y llegamos a Oviedo sin novedad, donde pernoctamos.
A la mañana siguiente establecemos un itinerario de forma rápida y, sobre las diez de la mañana ponemos rumbo a Cantabria. Circulamos por la Autovía del Cantábrico con el mar a nuestra izquierda y la Sierra del Cuera a nuestra derecha, en una mañana fresca y con poco tráfico. Es grande el mar. Cuando me lo encuentro así, de sopetón, siempre me parece grande, enorme, majestuoso. Tonos grisáceos y azules le dan, esta mañana, un aspecto un tanto amenazador.
Poco antes de dejar la inconclusa autovía en Llanes me sorprende la Playa de San Antolín, donde desemboca el río Bedón. Es realmente impresionante asomarse a la playa desde la autovía, pero, por otra parte, pensamos en la Ley de Costas o en los sufridos usuarios de este enclave natural, con un viaducto presidiendo la playa. Hay otra de características parecidas, creo que es la de Oriñon, en Cantabria, pero no estoy seguro.
Playa de San Antolín
Después de pasar Torrelavega, en Vargas, nos desviamos por la N-623 en dirección al Puerto del Escudo, dejando de lado autovías y buscando paisajes más propicios para el viaje. Nos recibe el emblemático río Pas y pronto comenzamos a ver todo lo pasiego: los sobaos, las vacas… Antes de comenzar el ascenso dejamos atrás pueblos realmente bonitos, al menos lo que vemos a nuestro paso por ellos desde la moto. Nos llama poderosamente la atención San Vicente de Toranzo y Ontaneda donde las casas solariegas se dan cita para regocijo del ojo. La subida comienza a ser muy pronunciada a partir de El Puente pero la Vstrom, aún cargada y con dos pasajeros, escala de forma primorosa el asfalto recién estrenado.
En lo alto del Puerto nos recibe la niebla y el frío, tal y como corresponde a febrero, a pesar de esta primavera adelantada que estamos disfrutando. Además, el paisaje cambia de forma drástica pues los tonos verdes del valle del Toranzo, atravesado pro el Río Pas dan lugar ahora a los secarrales del norte de Burgos. Entre estas parameras se abre paso, de forma brutal e impactante, el embalse del Ebro, una gigantesca laguna que ocupa lo que otrora fuera un profundo valle. Uno no espera encontrarse a esta altitud esta enorme lámina de agua que golpea la vista de una forma extraña. Entre esto y el drástico cambio en el paisaje tengo una sensación de soledad difícil de describir. Los campos están agostados, la carretera desierta, el frío, a pesar del sol, te envuelve y no se ve un alma en ninguno de los poblachos que atravesamos. Es como si Elena y yo fuésemos los únicos seres vivos en este rincón del mundo. Una sensación ésta que ya me parece normal, habida cuenta de los lugares que frecuentamos y la época del año en la que lo hacemos.
Pantano del Ebro
Pueblos como Cabañas de Virtus me hacen pensar en la etimología y en la historia de estos sitios que ignoro por completo. Y entretenido en estos pensamientos llegamos a Escalona del Prado, a una gasolinera con grandes reminiscencias setenteras a mi modo de ver. Allí nos damos cuenta de que me he equivocado de carretera, cosa muy corriente desde que uso el navegador tontorrón de los cataplines. Ya no sé si es cuestión de acostumbrarse o que deposito demasiada confianza el la chica de voz sensual, pero el caso es que, desde que ando guiado por la tecnología, no doy pie con bola.
Respiro hondo un par de veces mientras en encargado de la gasolinera me anima:
– Venga hombre, no te pongas así,.Si no te hubieras equivocado no habrías conocido a un gasolinero tan majo!!
Qué cachondo el tio.
Desandamos a toda velocidad los 23 km de mi error y descartamos la opción de ir a comer a Medina del Pomar. Y mira que me hacía ilusión conocer el sitio. De hecho el haber escogido esta ruta era por ver el castillo y conocer la zona vieja. Otra vez será.
En azul, la ruta buena, en rojo, la equivocada.
Quince minutos más tarde estamos circulando por una atajo hacia Soncillo y la N-232, una carretera que, a pesar de ser nacional muestra los estadios típicos en la evolución de cualquier vial, solo que dispuestos por tramos aleatorios: camino de cabras > asfalto pésimo > asfalto bueno > asfalto gastado > asfalto inmejorable, todo ello en diversos anchos de vía. Creí que ya no quedaban carreteras nacionales en este estado pero es obvio que me equivoqué.
Después de pasar Condado comenzamos otro nuevo ascenso a un puerto de escasa entidad en cuyas estribaciones nos topamos con la cantera de caliza de “Piedras del Condado” de una plasticidad que me deja pasmado. Es como si fueran cortando en dados la montaña, como si enormes trozos de bizcocho marronuzco se extrajeran con cirujana precisión, dejando al descubierto la arenisca oscura que luego dará lugar a construcciones y esculturas. Impresionante.
Sobre las tres de la tarde llegamos a la “muy leal y valerosa” villa de Oña, en palabras de su ayuntamiento. Presidiendo el pueblo se encuentra el Monasterio de San Salvador otorgando un carácter particular al enclave. Allí nos detenemos a tomar un pincho y continuar camino de Pamplona, con la sana intención de llegar a tiempo al concierto de los Aitona Demons.
Continuamos por la N-232 por enormes rectas hasta Pancorbo donde tomamos la Autovía del Norte hasta Miranda de Ebro. De aquí a Pamplona por Vitoria no es más que un sinfín de kilómetros sin gran cosa que contar, a no ser el grandísimo hijo de puta que nos adelantó a menos de un metro con doble línea contínua en los alrededores de Miranda y al que dediqué un explícito dedo anular en todo lo alto. Que Alá lo confunda.
En Pamplona el GPS se portó y nos condujo, sin errores, hasta el nº exacto de la calle que le había marcado, si bien es cierto que estaba a, no más de un kilómetro del lugar en que decidimos usarlo.
Tarde de vinos y noche de buen Rock & Roll en la sala Akelarre y retirada a una hora prudencial para, al día siguiente, retomar la ruta y volver a casa, esta vez por autovías.
La AP-68 de Vitoria a Bilbao es autopista de peaje, pero una de las más bonitas que haya visto en España. Atraviesa bosques de pinos y robles de gran belleza y me pregunto cómo es que han dejado que pase por estos parajes tan singulares. Si la autopista es así me imagino que ir por la carretera BI-2522 que discurre paralela debe ser la repera. Como en otras ocasiones… para la próxima vez.
Una hora de parada en Laredo a comer una pizza y de nuevo a la carretera… esto es vida!!
Sobre las cinco de la tarde estábamos en Covadonga, para algunos el lugar más emblemático de Asturias, que visité con 7 años y al que no había vuelto desde entonces. No hay mucha gente a pesar de ser domingo, cosa que es de agradecer pues no me van mucho este tipo de lugares de culto~espectáculo. Tiro un par de fotos de rigor y enseguida dejamos lo sagrado para volver a lo mundano. Cangas de Onís, Les Arriondes y, en general, toda la zona, es digna de ver y, como la tenemos al lado, volveremos para conocerla más en profundidad. De momento, carretera y manta.
Deja tu comentario